El 1984 de Orwell, el 2001 de Kubrick, el 2019 de Blade Runner… hemos pasado tranquilamente por todos los posibles futuros que marcaron nuestros años de formación. Ninguno de ellos se reveló profético, llega el 2023 y siguen existiendo las pipas de girasol, los churros y los trajes de lagarterana, los gitanos con la cabra y los polvorones. En cambio, hemos asistido a la desaparición de los discos, los jeans como prenda adolescente, los juguetes y la prensa y asistiremos al final de las monedas, el rock, el subjuntivo, la lógica racional en el debate público y, eso seguro, de nosotros mismos.
Con todo, el mundo nos empieza a resultar vagamente extraño, como si practicáramos un desapego preventivo al presentir nuestra futura partida. Todavía mantengo una antena conectada a lo presente, por coquetería intelectual, por no parecer prematuramente envejecido, pero vivo en los libros de gente muerta. Amo, me embriago y río en el presente, pero mi corazón vive en los siglos pasados, en su música y en sus obras, en las inagotables huellas del hombre en el mundo.
Hubo un tiempo en que el año nuevo me parecía una extensión ilimitada de posibilidades a la que me lanzaba como el esquiador que en el torneo de los Cuatro Trampolines salta al vacío cada uno de enero. Ahora tiendo a verlo como una niebla en la que uno se adentra con pasos cautelosos, sin saber si al doblar la esquina te espera la caricia o el garrotazo, rotondas de placeres o zanjas de infortunio, si besarás la espalda de una mujer o te partirás los piños resbalando en la acera, esperando un acuerdo cada vez más desigual entre lo familiar y lo novedoso.
Escribo esto en el jardín de la casa de una amiga queridísima, en uno de los lugares más luminosos de España. El mar y sus rumores y un puente colgante al fondo y ante mí una extensión de grama de un verde heráldico, donde corre un perrazo que se parece a Karl Marx, y unos pinos centenarios donde los mirlos se entregan a sus asuntos igual que ayer, igual que siempre. ¿Puede uno ser tan insensato como para esperar algo de este año?, al fin y al cabo el 2022 fue un buen año. Nada podrá devolverme su mes de Octubre, pero tampoco nadie podrá arrebatármelo. Espero seguir haciendo el ridículo, que es mi forma de santidad, espero mejorar en mi oficio y no aburriros jamás, espero reír y beber mucho, no hacerme vil, espero una vida sosegada y fetén.
Ay 2023, no acabas de empezar y ya te amo y te temo como a una vara verde, cabronazo. Me darás revelaciones y me quitarás cosas que amo, me traerás catarros, éxtasis y caries. Dispensador de gloria y asesino de esperanzas, no puedes ser de otra manera porque estás hecho de tiempo y robar está en tu naturaleza. Dios no tiene resacas.

Leonard Freed «New Year’s Eve. Grand Central Station NYC» (1969)