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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: junio 2016

¿Sería demasiado pedir?

29 miércoles Jun 2016

Posted by Salvador Perpiñá in política

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elecciones, tolerancia

Tras acontecimientos de cierta magnitud (elecciones, grandes atentados, epidemias o catástrofes, el inicio de una guerra) las redes sociales se transforman en una gran plaza pública donde se puede deambular, ocioso, acercándose a los diferentes corros de ciudadanos vehementes, cada uno con su verdad y su necesidad de convencer. Uno escucha, se enfada, se mete donde no le llaman, gesticula, discute tontamente con algún amigo y se queda con una sensación de tiempo perdido y la sospecha de ser más arrogante de lo que le gustaría considerarse.

En los dos últimos días no parece haber aflojado el clima de confrontación. Unos bailan alrededor del cadáver del enemigo y entre otros, al no haberse ajustado la realidad a sus expectativas, cunde una atmósfera entre el desánimo y la rabia. Ha habido una brillantísima operación política sin precedentes, que ha manejado con maestría los recursos de seducción de la publicidad, creando una emoción colectiva en torno al advenimiento cierto de un nuevo e inconcreto ciclo histórico. Tras ella, una onda expansiva de desconsuelo. La emoción colectiva es tan volátil e inestable como los activos financieros que se evaporan en cuestión de minutos en los parqués de las grandes bolsas.

Así las cosas, me atrevería a pedirnos algo a nosotros mismos, con todo el candor que supone semejante pretensión. Se trataría de que la política dejara de ser el eje obsesivo de nuestras vidas. No hago un elogio de la indiferencia, no hablo de volvernos idiotas, que es como los griegos denominaban a aquellos que se desentendían de los asuntos públicos. Sólo postulo una política entendida como compromiso ciudadano, no como una pasión destructiva o una ingeniería del enfrentamiento y la división.

Combatir con vigor las ideas sin odiar al adversario. Nuestras concepciones sobre cómo arreglar los problemas del mundo son sólo una parte de esa enorme complejidad que somos. No debería -al menos en aquellos que no se han dejado arrastrar por el fanatismo- encasillarnos. No nos reduzcamos, no renunciemos a nuestras contradicciones y a nuestras dudas.

Sí, tengo malas noticias, ese despertar de las conciencias tras el que todos abrazaremos unánimes las simples, indiscutibles verdades que nos traerán un reino de justicia, no va a ocurrir nunca. Siempre habrá conciudadanos que no pensarán como nosotros y tendrán una idea diferente acerca de la felicidad común y cómo conseguirla. Eso no los hace necesariamente malvados ni irracionales. Es compatible tener una ideología que no compartimos con ser una persona que merece la pena. Parece mentira tener que recordar esto.

Hay una vieja palabra que define esta actitud y no ignoro que hay algo ambiguo y condescendiente en su misma etimología. Hablo de la tolerancia, que últimamente y con demasiada frecuencia es vista como sospechosa, una señal de tibieza, equidistancia, cobardía burguesa o arribismo, pero que me atrevo a defender como un valor no menos necesario que el compromiso. La tolerancia no es una mera postura cosmética, es un coraje diario, una disciplina del corazón y el intelecto en la que cuesta perseverar. En los lugares y las épocas en que deja de percibirse como virtud civil, la vida se vuelve insoportable, insoportable de verdad.

Eso por lo que nos toca. A nuestros representantes –y si usted está convencido de su mendaz mediocridad, deje de quejarse y dé un paso al frente, implíquese- cabría pedirles que no consideren esta etapa que ahora se abre como el inicio de una nueva campaña de cuatro años. Que por una vez dejen de pensar en sus electores, que se olviden de nosotros y de nuestros caprichosos, histéricos clamores en las redes, pero que por nosotros sean a la vez capaces de sacrificar sus posibilidades de victoria. Que no se instalen en la erosión permanente de los rivales, en su desprestigio, en el bloqueo de cuantas iniciativas pudieran tomar. De eso hemos tenido demasiado hasta ahora y es una de las causas del peligroso desengaño actual ante la democracia representativa. Hay un aquí y ahora, hay muchas medidas que tomar, reformas inaplazables, actos de estricta justicia y no queda otro remedio que hacer concesiones, abandonar el cálculo mezquino de futuros réditos y hacer una política generosa, una política de calidad. El buen arte de la paciencia y de lo posible. Ya sacaremos nosotros nuestras conclusiones.

Brecha

Juan Genovés. «Brecha» (2012)

Exabrupto

24 viernes Jun 2016

Posted by Salvador Perpiñá in política

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Brexit, Europa

 Si je désire une eau d’Europe, c’est la flache
Noire et froide où vers le crépuscule embaumé
Un enfant accroupi plein de tristesses, lâche
Un bateau frêle comme un papillon de mai.

Arthur Rimbaud. «Le Bateu Ivre»

Siempre es aventurado hacer predicciones históricas y no soy yo, desde luego, una persona preparada para hacerlas. Anoche asistí a un concierto admirable del Cuarteto Casals, en uno de los patios del viejo Hospital Real. Haydn, Mozart, Granados y Ravel en una exhibición sobrecogedora de una determinada idea de Europa. La noticia de la victoria en referéndum de los partidarios del Brexit me ha despertado esta mañana con la tranquila evidencia de los malos sueños. No hace falta ser catastrofista, la realidad es de una gran plasticidad y no siempre los procesos de calentamiento colectivo (y no me cabe la menor duda de que vivimos uno de esos procesos) llevan necesariamente a la liberación de energías caóticas, de ese lado oscuro de la historia cuya desaparición definitiva nunca podemos dar por supuesta.

Se trata, sin más, de una mala noticia. No es una victoria del peculiar pragmatismo británico que mantiene el volante a la derecha o no abraza el sistema métrico decimal, al revés, es una victoria de las pulsiones tribales, una victoria del nacionalismo, esa visión política basada en la existencia de identidades colectivas (concepto inquietante, en sí) y su incompatibilidad, cosa que en nuestra disfuncional España es considerada una actitud sanamente progresista.

La idea de Europa podrá ser puro kitsch y un abuso del cuarto movimiento del opus 135 de Beethoven, podrá haber sido gestionada con mezquindad ante conflictos muy recientes (de la última guerra de los Balcanes al drama de los refugiados), podrá suponer el mantenimiento una costosa, banal e ineficiente estructura burocrática, podrá haber impuesto condiciones económicas de singular dureza contra quienes más indefensos estaban (aunque nadie se acuerda de cómo los fondos europeos regaron nuestro sueño de desarrollo, nuestros logros sociales y nuestros absurdos despilfarros), pero suponía una especie de conjuro contra las fuerzas destructivas que durante siglos nos han sacudido. Europa es una vaca pastando sobre un fondo de hermosas reliquias y un cartero en bicicleta silbando a Schubert, pero también un permanente campo de batalla. Nuestros fértiles campos de labor están abonados desde hace siglos con huesos humanos.

A estas alturas suele aflorar el concepto de la “Europa de los mercaderes” y yo creo que no hay nada malo en los mercaderes siempre y cuando la ley defina con claridad los abusos. La lenta salida de la Edad Media profunda fue fruto tanto de hombres de letras encerrados en monasterios como de personajes que reconstruyeron la civilización y restablecieron las comunicaciones entre los pueblos por afán de lucro. Europa –en su grandeza y en sus grandes derramamientos de sangre- fue también un logro de mercaderes.

Estoy de mal humor y me voy a permitir ser gratuito y hasta injusto, pero no puedo dejar de recordar que durante un buen tiempo algunos indignados despistados colgaban con entusiasmo en las redes sociales intervenciones parlamentarias de un personaje como Nigel Farage, como ejemplo de ese “al pan, pan y al vino, vino” tan del gusto de aquellos convencidos de lo fácil que es solucionar los problemas del mundo. Hasta no hace tanto el partido que será el gran triunfador de las próximas elecciones contemplaba la salida de la zona euro como la solución a nuestra debacle económica. Lo que piensa en el momento presente no parece claro del todo. Uno espera que el principio de realidad se acabe imponiendo.

No siempre que la gente decide subirse a las tablas, en frase de un lírico spot electoral, se produce el advenimiento de un mundo mejor. La emoción y la sonrisa no son una garantía contra el error. En este caso la gente ha hablado y, la verdad, disculpadme, no me entran muchas ganas de sonreír.

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Carteros

15 miércoles Jun 2016

Posted by Salvador Perpiñá in Oficios

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cartas, carteros, Oficios

“There must be some word today

From my boyfriend so far away

Please Mister Postman, look and see

Is there a letter, a letter for me?”

Please Mr.Postman

(Dobbins-Garrett-Holland)

Un dios con alas en los pies no desdeñó practicar su oficio. Nacidos con la palabra escrita, recorrieron durante miles de años las venas del mundo. Caminantes o jinetes, por veredas, calzadas y caminos reales, vadeando ríos, enfrentándose a las cóleras del mar y los desiertos y al presentimiento del lobo en el silencio nevado de los bosques, picando espuelas bajo el gran sol de las siegas.

Construyeron un vasto sistema nervioso, una circulación incesante de ideas y conocimiento. Filósofos, matemáticos y astrónomos, geógrafos, artistas, gramáticos y pedantes intercambiaban hallazgos y refutaciones, el naturalista en su gabinete recibía especímenes de los lugares más apartados del planeta.

También tejieron una vertiginosa red de afectos, la secreta historia de lo privado. Es difícil imaginar la novela decimonónica sin la presencia del correo. Delaciones, cartas infamantes, cartas nunca enviadas, las noticias del hijo ausente, anuncios de naufragios y batallas perdidas, confesiones, asombrosas revelaciones de paternidad, constituyeron la sustancia literaria por excelencia. Y las cartas de amor, sin duda, conmovedoras, sencillas, desesperadas, francas, la ansiosa expectativa de su llegada hoy comprimida en la neurótica espera del like. La figura benévola, familiar, del cartero como mano del destino, cuya llegada infundía esperanza o temor, perduró hasta hace muy poco en las mitologías populares de la canción.

El XIX construye grandes palacios postales, basílicas a mayor gloria de la administración pública. Mármoles, columnas y escalinatas, suscitan el asombro entre el eco resonante de susurros y estampillas. Una inescrutable maquinaria que recibía a diario decenas de miles de cartas de todos los rincones de la nación y las procesaba y clasificaba en sus laberínticas entrañas para ser repartidas a los cuatro vientos. Recuerdo en la niñez los solemnes peldaños de piedra gris que conducían al misterio nocturno de tres grandes bocas de latón.

Les han quitado casi todo. Despojados de las reminiscencias militares de su uniforme, aquella pequeña vanidad, vestidos de un común amarillo y azul, se limitan ahora a repartir facturas, citaciones judiciales, certificados, apremios del poder. No perdurarán, acabaremos viendo como un dron se encargará de su labor.

Ya no confiamos al papel las frases con las que nos contamos nuestras pobres, bellas, únicas vidas. Definitivamente inmateriales, nuestras quejas, nuestros deseos, galanteos y divertidas maldades atraviesan el espacio desde los teclados de nuestros dispositivos inalámbricos. Vivimos rodeados de una reverberación invisible de palabras, saturando el aire donde las ropas se secan al sol, el aire de las plazas donde brillan los surtidores de las fuentes, el aire triste de los callejones siempre en sombra donde se esconden los gatos y caminan cansados, incesantes -conservando todavía, como un halo, la bondad de su antigua leyenda- los últimos carteros.

Postmen from more than 100 Years Ago (2)

Casas abandonadas

06 lunes Jun 2016

Posted by Salvador Perpiñá in Lugares

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juegos, niños, ruinas

Imágenes de gran fuerza alojadas en las profundidades de la memoria, siguen frecuentando nuestros sueños.

Siempre ha habido chiquillos jugando entre las ruinas. Una interdicción pesaba sobre ellas. Las casa abandonada, el lugar donde no debes entrar y donde todo lo malo te puede pasar. Los adultos sabían que estaban llenas de recuerdos aciagos y que también las frecuentaban fugitivos, locos y monstruos.

Derrelictos que nadie reclama, los niños pueden tomar libre posesión de ellas con el goce de conquistar un espacio propio. Conocen la entrada secreta, una simple cuerda que amarra una puerta desvencijada basta como señal del apropiamiento. A veces se acondiciona una parte con un remedo muy pobre y muy tierno de decoración.

En su interior hay que andarse con cuidado, abundan los peligros. Clavos, cristales rotos, astillas, el reino del tétanos, las temidas heces en el umbral de una puerta, arañas grandes y rápidas como no volverás a ver, la catástrofe definitiva del colchón abandonado. También descubrimientos irrisorios. Una pequeña jaula de madera, una palangana rota, un almanaque detenido en un verano remoto, un trozo de espejo todavía adherido al papel pintado de un muro vencido. La maleza invade los interiores, borrando los límites entre el orden humano y la tenaz turbulencia de todo aquello que nos sobrevivirá.

Un aire hecho de tiempo coagulado. Cerca de las ventanas bailan partículas en suspensión que el sol hace brillar mientras suena una chicharra desde algún lugar dentro de la casa.

Allí los primeros actos de rebeldía. Al abrigo de la mirada y la censura adulta, los niños se comportan a sus anchas, celebran rituales atolondrados, fuman, se disfrazan, en ocasiones hay accesos de agresividad. También en su momento la masturbación en cuadrilla, extravagante celebración de la pujanza nueva del sexo, el esperma primero derramado sobre ceniza y cascotes como en un culto arcano. Son lugares donde abundan pintadas obscenas hechas con un tizón.

Me gusta pensar que a esas casas les agrada la presencia estridente de niños, como al árbol le agradan los pájaros entre sus ramas. Su risa, sus juegos y sus bulliciosas violencias rompen el silencio e instauran de nuevo el tiempo. Como si todo pudiera volver. Su mirada transfigura esos mundos sórdidos, aboliendo el recuerdo del mal, embelleciéndolos de novedad y aventura. Como un último, delicado, misterioso tributo que la infancia rinde a la decrepitud.

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