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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: marzo 2018

Españaña

25 domingo Mar 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones, política

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distopía, España

Anoche tuve un sueño distópico. Una España futura, en el año 2040. Mariano Rajoy seguía siendo presidente del gobierno. Su fidelidad al sosegado paseo mañanero en pantaloncillos cortos y la ausencia de vicios conocidos, unidos a considerables avances en manipulación genética conservaron tal cual su muelle cuerpo compostelano. Sin embargo su mente había alcanzado una fase superior de desarrollo. Sus problemas de siempre con la sintaxis y la lógica se agrandaron y sofisticaron. Si por el 2030 hablaba como si leyera párrafos de “Finnegans Wake”, diez años después sus contadas intervenciones públicas consistían en apenas monosílabos, gorjeos de pajarito tembloroso, chasquidos, susurros que evocaban el viento en los pinos y las grandes resacas marinas. La interpretación de sus discursos oráculo era polémica y ocupaba las mejores energías de columnistas y líderes de opinión.

España definitivamente había reconciliado pasado y futuro reduciendo su economía al sector servicios y a la noble actividad pecuaria. La oveja merina pastaba en polígonos industriales abandonados tras las grandes batallas y asedios cuyos nombres los niños aprendían en los colegios. El furor identitario había vuelto a hacer que la Historia resultara animada, interesante, épica como no lo había sido desde la Alta Edad Media. Bandas de asesinos motorizados asaltaban autobuses de viajeros en Despeñaperros. Casa Marcos en Almuradiel la Real, varias veces reconstruida piedra a piedra, seguía abierta y vendiendo cajas de hojaldres de Guarromán, pero los camareros siempre iban armados. Ni que decir tiene que en esa atmósfera de caos y conflicto las relaciones amorosas cobraron una intensidad excepcional. Al escudo nacional se le añadieron las palabras “Carpe Diem”. La poesía amorosa vivía momentos de esplendor.

Vi por televisión una gala de los Goya. Hartos de las constantes críticas, los organizadores optaron por la desmesura y la ceremonia se prolongaba durante días como en los antiguos festivales sagrados. El cine español abrazaba entusiasmado y sin fisuras causas de extrema derecha. Con frecuencia el ministro de Cultura asistente era eviscerado ritualmente entre aplausos y chascarrillos de Joaquín Reyes. Ese año, bajo el lema “No con nuestro dinero”, los actores y técnicos prorrumpieron en emotivos, inacabables discursos en que se instaba a los extranjeros a marcharse de nuestras tierras y se hacía mofa y befa de la pasividad del gobierno.

Carlos Herrera ya había fallecido, pero seguía siendo un locutor estrella. Al parecer su voz era registrada desde más allá del muro del tiempo mediante una extraña tecnología de origen iraní. Costaba reconocerla, sonaba cansada y el efecto, así en líneas generales, me resultó desagradable.

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Bombo y platillo

20 martes Mar 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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batucadas, guerra, manifestaciones

Es frecuente la presencia de batucadas en las manifestaciones. Suponen una versión civil, aceptable, de los viejos tambores de antaño. Si en los fastos religiosos evocaban el señorío de la muerte, el estremecimiento de lo numinoso, el batir del tambor militar aterrorizaba al enemigo y caldeaba los ánimos para lanzarse a morir en el campo de batalla. El paso de marcha y el sonido del cañón estaban siempre presentes. La idea implacable de un poder que avanza.

Despojados de retórica marcial, los tambores de la batucada van asociados a ideas de goce y abandono. Un eros libre e inocente adecuado a la sensibilidad del ciudadano del siglo XXI, que retrocedería espantado ante la imaginería violenta que resuena en las cajas de sus adustos parientes. La batucada por el contrario sugiere una participación orgiástica en lo común, una explosión controlada de lo visceral. Vitalista y afirmativa, el derramamiento de sangre, la negatividad de la muerte se transforman aquí en la fantasía dionisiaca del gran follar.

Pero a poco que se medite, no cuesta percibir que apelan con la misma eficacia que sus versiones castrenses o clericales a la dimensión irracional de nuestro ser. Los tambores son el sonido del entusiasmo, del arrebato, de la posesión por un dios. Lo individual se diluye. Sobrecogen, exaltan, barren argumentos y objeciones inoportunas, cohesionan el grupo y afirman las convicciones. Contra los tambores no se razona.

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Árboles

14 miércoles Mar 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Lugares

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árboles

“Under the spreading chestnut tree I sold you and you sold me:
There lie they, and here lie we
Under the spreading chestnut tree.”

George Orwell, «1984»

Los árboles lo han visto todo. Durante millones de años nos precedieron en el mundo, haciendo el aire respirable. Sus ramas nos acogían en la infancia profunda de nuestra especie hasta que los abandonamos y nos erguimos, vulnerables bajo el cielo.

No los hemos olvidado. Silenciosos, protectores, perdurables, sus ramas tocan las nubes y sus raíces se adentran en la oscuridad. Fueron divinidades tutelares, nos resguardaban del sol y la tormenta, señalaban hitos al viajero en los grandes rumbos de un mundo despoblado. Bajo sus brazos extendidos se celebraban rituales, se administraba justicia. A su sombra se coronó a reyes y se los enterró. Pactos, juramentos y proclamaciones, en ocasiones la fruta amarga de los muertos colgando de sus ramas.

Aprendimos del rayo y empezamos a usar sus restos. Mordidos por hachas y sierras, su leña nos permitió sobrevivir a los inviernos. Los derribamos para construir nuestras casas y nuestros enseres. Lechos y mesas, patíbulos y laúdes, el madero en el que agonizó un dios compasivo. Sobre sus despojos hemos atravesado todos los mares. Poco a poco acabamos con los bosques donde vivían el ciervo y el fugitivo.

Los domesticamos. Ornato de avenidas y parques públicos, se les enganchan luces y banderitas en fechas solemnes. En los pueblos son una presencia familiar, refugio de pájaros y delicia de niños y gatos. A algunos se les daba un nombre, la gente se citaba junto a ellos. Los amantes los marcan porque saben que sus nombres les sobrevivirán.

Su ramaje nos recuerda el trazado de nuestras venas, la savia sube lenta por sus troncos. Ellos también respiran. Y mueren.

Me gusta cuando el viento acaricia la cabeza de los grandes árboles. Por un momento abandonan su solemne inmovilidad, las ramas más flexibles se cimbrean delicadamente, las hojas susurran, brillan y se estremecen allí arriba, como una risa que agradece la frescura. A veces es todo tan sencillo.

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