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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: septiembre 2021

Magma

30 jueves Sep 2021

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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Según la venerable distinción kantiana, un volcán en erupción sería un ejemplo de lo sublime. Sobre lo sublime solo pueden decirse unas pocas, balbuceantes trivialidades. Lo terrible agota el poder de las palabras, borra la misma posibilidad del lenguaje.

A los niños les encantan los volcanes, porque el hombre puede llegar a amar aquello que le aterra. Una cumbre que echa humo, la roca transformada en un fluido incandescente, la evidencia atronadora de un poder desmesurado dormido bajo nuestros pies. Yo no me cansaba de mirar las imágenes de aquellas presencias reales del infierno: densas columnas de humo que evocaban la explosión nuclear, regueros al rojo vivo descendiendo por las laderas, como una montaña que sangra, cráteres burbujeantes alrededor de los cuales los vulcanólogos, envueltos en monos plateados, saltaban mitológicamente entre las fumarolas… aprendía los nombres siniestros del estrago y sus liturgias (Krakatoa, Monte Peleé, piroclastos), me compadecía de los cuerpos vaciados de Pompeya, tan similares a los dibujos que marcan la posición del cadáver en el lugar del crimen, letras de un alfabeto del espanto.

Junto con el rayo, el viento o la ola, los volcanes fueron las primeras manifestaciones de lo numinoso. Las divinidades plutónicas fueron forjadoras del metal. Más allá de la metáfora del fuego, hay ahí una intuición poderosa, en que las fuerzas de la aniquilación y de la creación aparecen unidas en una misma imagen. El volcán de Cumbre Vieja ha acabado con hogares, huertos e iglesias, pero una nueva tierra se está formando sobre el mar. Nada se crea, nada cambia sin violencias.

Las imágenes de la erupción nos fascinan porque nos devuelven a la turbulenta juventud del mundo, nos sugieren que somos un fragmento solar aún sin enfriar, que la creación no ha terminado y nos recuerdan todo aquello que no podemos dominar. El magma se utiliza a veces como metáfora del poder oculto de lo inconsciente.

La erupción de un volcán es el escándalo, lo anómalo por excelencia. Su ciega, indiferente brutalidad nos empequeñece. Como el cáncer, como las grandes epidemias, nos habla de la naturaleza esencialmente despiadada de lo real, caos impersonal en el que somos solo un frágil, afortunado (o trágico, va en escuelas y en días) accidente, un órgano mediante el que el mundo se contempla, se conoce y se ama sí mismo y que puede ser borrado con un solo gesto.

Bajo los escombros humeantes de las coladas yacen para siempre sepultados ajuares y fotografías, instrumentos de música y «papeles que fueron vidas», naipes, camas y bicicletas, cuchillos, libros y muñecas. Un mundo silencioso y áspero, sin pájaros, sin niños, sin la risa de las mujeres, sin los sonidos de los trabajos del hombre, sin recuerdos, sin esperanzas y sin pecados. Esperando un nuevo comienzo.

Dune

19 domingo Sep 2021

Posted by Salvador Perpiñá in Cine

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Siempre me gustó el “Dune” de David Lynch a pesar de. Nunca pude con el pastiche épico-cósmico de Frank Herbert, que mezcla psicodelia y mesianismo criptofascista con retazos de esa mezcla inequívocamente californiana del zen y el manual de autoayuda. La meritoria creación de una mitología sincrética abarrotada de topónimos y sobrenombres ampulosos (Bene Gesserit, Kwisatz Haderach, Gom Jabbar) me resulta puro kitsch ―no puedo evitar imaginarme al bueno de Herbert sentado en pantalones cortos junto a su máquina de escribir― que me aparta de la emoción de lo humano. Sin embargo, me atraía la estética decimonónica de aquella space opera, la perversidad mórbida que aportó Lynch y la poética de la Especia y el príncipe destronado, abandonado en el desierto.

Denis Villenueve, como en su secuela de “Blade Runner”, se embarca en hacer la versión de un film de culto ―aunque fallido en el caso de Lynch― de notable personalidad. Podemos decir que sale airoso. Ninguna de las dos versiones empequeñece a la otra. El «Dune» del director canadiense es una obra mayor de la ciencia ficción siempre y cuando la aceptes en sus propios términos. Quiero decir que si no soportas “Dune”, abstente. No te hará cambiar de idea.

El film de Villeneuve es de una belleza abrumadora y combina con elegancia un fluir contemplativo y referencias visuales que van de Robert Wilson a Caspar Friedrich o Piero della Francesca. En ese sentido es decididamente inolvidable. Villeneuve siempre ha destacado más por la creación de atmósferas que por el nervio narrativo y aquí se nota, con un prólogo acaso demasiado extenso que no acierta, pese a que lo intenta, a acercarnos a unos personajes más emblemas que individuos. No se escapa tampoco de uno de los problemas de la versión de Lynch: la confusión y el cansancio que provoca la sobreabundancia de referencias a casa reinantes y lugares imaginarios. Villeneuve y su guionista, probablemente presionados por productores temerosos de que el público se pierda, se ven obligados a introducir un exceso de diálogos inútilmente explicativos. Acaso la historia de “Dune”sea más simple de lo que parece y si prescindiéramos de toda esa chatarra verbal la historia podría volar más alto, pero me temo que la base de admiradores de la novela quiere precisamente eso. Hay también una empalagosa reiteración de sueños premonitorios, para que luzca la exótica belleza de Zendaya, joven estrella emergente que no jugará un papel más sustancial hasta la segunda entrega. Añado que detesto cordialmente la música de Hans Zimmer. La tamborrada étnica y los melismas arabizantes sonaban novedosos cuando Peter Gabriel los usó en la banda sonora de “The last temptation of Christ”, hace casi treinta y cinco años. Hoy resultan un cliché irritante que banaliza la intensidad de los clímax y degrada la grandeza y el misterio a estética publicitaria.

A pesar de sus servidumbres al gusto hegemónico, este Dune logra mantener personalidad y capacidad de asombro, que no es poco. Sobre esas servidumbres y sobre la ética de «Dune» como síntoma de del zeitgeist habría mucho que hablar, pero eso excede sin duda mis posibilidades y vuestra paciencia.

La decadencia del sueño

13 lunes Sep 2021

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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Escribí sobre ella en estas páginas pero nunca lo leyó, ni siquiera sabría que este blog existe. A principios de septiembre me dijeron que había muerto.

Hace unos diez años la visitaba una vez a la semana. La terapia, como anacrónica junguiana confesa que era, consistía en interpretar mis sueños. No es que creyera en las posibilidades terapéuticas de aquellas sesiones, pero me encantaba llevar un registro de mis sueños y contarlos cada siete días. Es algo que no sueles hacer por no dar la lata. Salvo que seas un fundador de religiones, Goethe o un genocida, tus sueños no interesan a nadie. Yo era un melancólico cuarentañero de clase media, pero pagaba, lo que me daba derecho a abrir las puertas de mi inconsciente. Me caía muy bien, era ya mayor cuando la conocí, tenía como una jovial extravagancia de personaje de Dickens, un pasado de gauche divine de vuelta de todo que derivó en un excéntrico conservadurismo que me divertía. Me escuchaba y me dio algún buen consejo. Reía mucho a pesar de serios problemas óseos que hubieran quebrantado el humor de muchos.

Dejé de verla. A veces me acordaba de ella, tenía un sueño y pensaba: «este sueño le encantaría a Carmen». Como tantas otras cosas, aplacé una posible visita que ya nunca tendrá lugar.

¿Para quién sueño ahora? El descrédito del psicoanálisis es notable, la representación de los sueños en cine o literatura resulta sospechosa, un enfático tic de principiante. La pintura surrealista que tanto nos gustaba de adolescentes es solo una pintoresca nota a pie de página del siglo XX, que da muy bien en portadas de ensayos. El sueño ha pasado de ser fuente de sentido, clave de nuestra identidad secreta a actividad neurológica marginal, caos metabólico, el humo de la quema de residuos psíquicos durante el descanso nocturno. Pura filfa.

Nuestra existencia es precaria. Como el mar, como el sol y las estrellas desapareceremos, pero la materia de los sueños es aún más lábil. Cuando la palme, alguien se encontrará los heterogéneos objetos que se amontonan en mis cajones, la huella de mi cuerpo en la cama deshecha, algún fragmento de escritura autógrafa, mi voz en un mensaje, fotografías, algunos pelos en el lavabo. Durante unos años más, alguien recordará algún momento de humor o ternura pasado en mi compañía o que le debía veinte euros. Pero mis sueños, esos desconcertantes caminos que he recorrido durante la tercera parte de mi vida, se irán conmigo. Nada quedará, no dejarán huella alguna, como un crimen perfecto.

No me jodas que te has muerto, Carmen. Irónicamente, desde que lo supe he tenido sueños enormemente nítidos y significativos. Me hubiera gustado subir hasta aquel sexto piso y contártelos, decirte que he vuelto a escribir, que a veces regresa una pena negra que me asusta, que anteayer –y no fue un sueño― vi suspendida en el cielo, entre el sol y el mar, muy cerca de mí, un águila y que tú lo hubieras entendido. No descarto que alguna vez me encuentre contigo en sueños y ya verás que risa.

Max Ernst. «Une semaine de bonté» (1934)

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