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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: diciembre 2015

31 de Diciembre

31 jueves Dic 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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alegría, fin de año, propósitos

El planeta sobre el que transcurren nuestros bulliciosos afanes recorre a velocidades de espanto vastas, silenciosas soledades. Un delicado manto gaseoso nos protege de radiaciones que harían hervir nuestra sangre y crea la ilusión santa de los cielos azules de la niñez, la promesa de una posible felicidad que no tendría fin. Mañana, indiferente a nosotros, habrá cumplido una vuelta más en esa mecánica celeste de una belleza inhumana, que fielmente rige estaciones y cosechas, escande nuestro tiempo. Y es bueno estar aquí y saberlo.

Pienso en mi año ya vivido. En él, escondidas, secretas, las semillas de mi buena fortuna o de mi desdicha. Con qué rapidez ardió, cuántas acciones impremeditadas a lo largo de sus días, cuántas palabras dichas, cuántos posibles caminos no tomados, ¡qué de misterios! Ya en sus primeros minutos la muerte sobrevoló la habitación donde nos habíamos reunido y habló su lengua sórdida. No ha sido bueno ni justo con tantos a quien quiero. Pero hubo también bodas y alumbramientos, siempre el lento aprendizaje, la desesperación y la risa, claro, estrepitosos ridículos, resbalones, golpes y batacazos, cóleras y estornudos, la leche y la espuma de la amistad, la embriaguez y el cálculo, pájaros y lluvias, melancolía por lo que tanto deseabas y no ocurrió, finalmente el deslumbramiento ante un azar bondadoso. Comenzó al alba, con negros presagios ante mi ropa tendida al viento y acaba con los tiernos, imprevistos dones de la alegría.

Mañana todo empezará de nuevo y yo intentaré algunas variaciones sobre aquello que fatalmente soy. Todo es posible, seductora, aterradoramente posible. Quiero adentrarme sin miedo en esas frías aguas blancas, en lo aún no escrito y quiero hacerlo –así debe ser- con una sonrisa de inmensa gratitud en los labios.

Mi jornada electoral

21 lunes Dic 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Aventuras de un señor de mediana edad

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elecciones, hacer el gilipollas, vergüenza

Sé que para muchos resultará difícil de entender, pero ayer por la mañana y tras días de mucho darle vueltas seguía sin saber a quién votar. Como había quedado a mediodía con unos amigos, decidí ejercer mi derecho a primera hora de la tarde. La amable euforia de unas cervezas al sol neutralizaría los excesos de reflexión y me ayudaría a resolver espontáneamente mi disyuntiva, neutralizando algunas repugnancias.

Habíamos quedado en un local asturiano y se nos fue la mano con la sidra, de manera que me dirigí hacia la gran fiesta de la democracia con un ánimo jaranero, fraterno, civil y navideño. A la llegada al colegio electoral me metí en la cabina pensando que iba a votar a X y se me cayeron algunas papeletas al suelo. A continuación decidí votar a Y. Agarré mis sobres y entré en la sala donde estaban ubicadas las urnas. La sala, desnuda, bañada en una cruda luz fluorescente, era bastante alargada y no había un solo votante, con lo que la mesa situada al fondo cobró el aspecto ligeramente ominoso de un tribunal. No es que esperara la presencia de muchachas sonrientes repartiendo rosas, pero se me encogió el ánimo

Mientras me acercaba a la mesa creía oír el eco de mis pasos. Como soy un bocazas no pude evitar proferir un: “¿qué?, llenazo, ¿no?”, que fue acogido con un silencio hostil. Un hombre desabrido me miró por encima de las gafas extendiendo su mano. Yo me quedé algo desconcertado, en ese mismo momento había olvidado el significado de ese gesto. Le miré sonriente e intenté que mi cara reflejara mi desconcierto, pero pídele ayuda a un granadino de mediana edad, jodido porque le han fastidiado el domingo. Ni una palabra salió de sus labios, siguió con la mano extendida en el aire. Yo miré a sus compañeros de mesa, esperando una sugerencia, una orientación, algo… Nada. Fatalmente me traicionaron los nervios y extendiendo mi mano estreché la suya. Cuando ya era demasiado tarde, una buena mujer en el extremo izquierdo de la mesa musitó “muestre su DNI” mirando al frente, ya que nadie era capaz de mirarme a la cara. El rubor de mis orejas se extendió por todo mi cuerpo elevando varios grados la temperatura. Por un instante consideré fingir un desmayo o despojarme a gritos de mi ropa y bailar desnudo con los calzoncillos sobre la cabeza. Finalmente opté por enmudecer y acabar con aquello lo antes posible. Luché en un estado de aturdimiento por introducir los sobres en la hendidura de las urnas y me dirigí hacia la salida con toda la dignidad de la que fui capaz, tropezando en un escalón y sintiendo que aquella vergüenza me acompañaría el resto de mi vida y hasta más allá.

Vistos hoy los resultados electorales, no excluyo que buena parte de mis conciudadanos también hayan tenido la misma idea que yo.

Hypocrite politicien, mon semblable, mon frère!

11 viernes Dic 2015

Posted by Salvador Perpiñá in política

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corrupción, desafección, elecciones, política

Hay ocasiones en que el espíritu crítico se desborda y deviene desprecio del mundo. Terreno fértil para furores monoteístas y entusiasmos totalitarios.

La onda expansiva de descontento que vino a llamarse 15-M quizás no supuso la llegada de la era de Acuario, como parecían sentir algunos de sus protagonistas, pero desde luego fue mucho más que ese parque temático de la revolución que ridiculizan sus detractores. Más allá de su candor adánico o de haber elegido como talismán la palabra indignados (que evoca a personas de orden congestionadas, a punto de que les dé un patatús) lo cierto es que supuso el despertar de una conciencia política, también una euforia, la apertura de un estimulante horizonte de posibilidades. Años después la irrupción de nuevos partidos resquebraja el viejo bipartidismo y dibuja un mapa político muy diferente a aquel al que nos habíamos habituado.

Y sin embargo ya estamos hartos. Iniciada la campaña electoral, el tono más frecuente en las redes sociales es el de un irónico desdén cuando no un abierto desprecio y hasta un odio visceral hacia la actividad política, odio que es puro franquismo sociológico. No es para menos, nos repugnan los focos y el espectáculo, las maneras de vendedores a puerta fría de los candidatos, su mendacidad, sus trucos bajos. Repugna a nuestra alta virtud su discurso hecho de tópicos y mantras, sus promesas desaforadas, su crasa ignorancia, la desagradable sensación de que dicen lo que queremos oír.

¿Pero qué otra cosa esperábamos? Por estas mismas redes atacamos con ferocidad a cuantos partidos no son de nuestra cuerda. Antes que razonar la eficacia de nuestras propuestas buscamos la aniquilación del adversario. Ningún método nos parece suficientemente infame. Difundimos rumores falsos, fotos fraudulentas, frases sacadas de contexto, cualquier cosa que sirva para demostrar que los otros no sólo no serán unos buenos gobernantes sino que son capaces de toda doblez y perversidad. Denunciamos agendas ocultas, les hacemos simultáneamente capaces del más extremo maquiavelismo y la más insondable estupidez, mostramos imágenes de ellos riendo para acusarlos de regodearse ante nuestra desgracia (¡qué zafia, barata argucia a lo Goebbels!), aplaudimos los “zascas”, los hacemos virales, gustamos de difundir vídeos en que un señor (o hasta un niño de ocho años) diagnostica y soluciona los problemas del mundo en un minuto, señalamos histéricamente la más mínima venalidad de algún remoto concejal de los partidos emergentes (¡también ellos están corrompidos!), juzgamos permanentemente con un doble rasero, analizamos cada discurso a la búsqueda de esa opinión que nos permitirá rasgarnos las vestiduras escandalizados para señalarlos furiosamente con el dedo por estos muros.

Enturbiamos el agua en la que nadamos y luego nos quejamos de que es imposible respirar y empezamos a a echar de menos algo de pureza, de bonhomía para acabar suspirando ante figuras vagamente totémicas, benevolentes y paternales, como Mújica, cachazudo, bondadoso y abuelesco, lento y sentencioso.

Sí, también somos nosotros, queridos.

Brun Momie

03 jueves Dic 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Arte

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Inmortalidad, Luis XIV, Martin Drolling, Momias, Versalles

He podido leer un impresionante artículo (“Luis XIV muere de nuevo en Versalles”. Paula Rosa. El Confidencial) sobre la muerte del Rey Sol. Un espectáculo barroco y atroz, una pesadilla de fluidos negros, armiño, violas de gamba, sofocante terciopelo rojo y pan de oro gangrenado. En él me entero de cómo durante las jornadas cegadoras de la Revolución se profanan sus restos embalsamados. Martin Drolling, módico pintor de estampas de género, aparece entonces en escena. Según reza el artículo:

Los artistas más espabilados se dieron cuenta del filón incalculable que suponían los corazones embalsamados de los monarcas, con los que se podía obtener el bermellón. Martin Drolling consigue hacerse con una decena de esos órganos, entre los que están el de Luis XII y Luis XIV.

El brunmomie, un pigmento de un castaño oscuro con una buena transparencia, resultaba útil para efectos de esmalte, sombreados y los tonos de la carne. Se obtenía del supuesto polvo de momias de seres humanos o gatos traídas de Egipto. Comercio, por cierto, cuyos pormenores junto con las andanzas por los puertos del Mediterráneo de los hombres que a él se dedicaban dan para mucho vuelo de la imaginación. Su uso, pues, no constituía ninguna novedad, pero contar con los mismos corazones reales es otra cosa muy distinta. Puede que sea una de tantas leyendas o una baladronada del mismo autor. ¿Qué nos importa? Al parecer una pintura suya de 1807 —Interior de una cocina— estaría elaborada con buena parte de esos restos orgánicos. La simple posibilidad de que la materia mortal del monarca formara parte de la misma sustancia de la obra, ampliaría de manera asombrosa sus niveles de lectura.

Luis XIV reinó durante 72 años, durante los que sometió a la nobleza levantisca, construyendo un estado centralizado, un absolutismo inapelable de derecho divino. Grandes guerras, grandes obras públicas y Versalles. Un vasto laberinto, el decorado de un culto idólatra a la corona, una arcadia y una cárcel, cuyo aislamiento desalentaba cualquier forma de conspiración.

Toda una vida en permanente representación sobre un escenario delirante de celestiales solemnidades, espejos y arañas en llamas, una maquinaria distante, fastuosa, donde cada momento, cada acto (despertares, comidas, fiestas, bautismos, proclamaciones, crueles operaciones de fístula anal) aparece rígidamente ritualizado, un mundo de una densidad refinada, cerebral y bárbara que no podemos ni siquiera conjeturar.

Amante fogoso, competente bailarín —llegó a encarnar unos 80 personajes en 40 ballets diferentes—, no careció de vanidad. El duque de Saint-Simon nos cuenta cómo amaba la adulación. Cuanto más descarada y torpe era, con más placer la acogía. Siendo uno de los amos del mundo padeció terribles enfermedades y sus últimas palabras, su cuerpo literalmente burbujeando de pura corrupción, fueron: «Je m’en vais, mais l’État demeurera toujours».

¿Cuál es, entonces, ese cuadro al que sus restos habrían quedado incorporados en una insólita forma de inmortalidad? Aquí podemos verlo.

interieur-cuisine-f

Qué silencio el de este mundo sin hombres. Dos mujeres interrumpen sus labores de costura y nos dan la bienvenida con una sonrisa. A través de la ventana abierta entra un aire de hojas, nueces y acequias refrescando la modestia de la estancia. Una niña pequeña y su pequeño gato juegan en el suelo. La cena parece estar ya hecha, esperando el momento de ser calentada. Es una tarde apacible, no las tardes de nuestra vida que se consumen con una rapidez fraudulenta, es un tiempo absuelto para siempre por esa luz donde vibran partículas en suspensión del monarca, flotando sobre artesas, jofainas, cazos, potes con legumbres o miel, lienzos colgados de un gancho, cedazos, hierbas aromáticas, un jarro con flores (el amor inmemorial entre mujeres y flores), cabos de vela, cestas con membrillos escondidos entre la ropa, escobones, una máquina de moler.

Mira por esa ventana, mira las ramas de los árboles, escucha el agua, las esquilas, las campanas y los pájaros, porque así era y no de otra manera la primera tarde que recuerdas y que será la última que verás.

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