• Acerca de

Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: junio 2019

Alabanza y encomio del jabón

26 miércoles Jun 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

≈ Deja un comentario

Etiquetas

jabón, objetos

Cuando hay tantas cosas que han desaparecido de nuestras vidas y lo que nos queda por ver, hoy me ha dado por pensar en la modesta persistencia de esta divinidad doméstica y menor a la que habría que hacer justicia.

El sencillo placer de abrir una pastilla nueva y antes de sumergirla bajo el chorro del agua demorarse por un instante en la suavidad bienoliente de su forma neta, destinada como nosotros al desgaste y la disminución, hasta quedar reducida a una escasez mucilaginosa. Pececillo tutelar de nuestras abluciones, nos espera en la oscuridad cuando dormimos para deshacerse cada mañana en nuestras manos y lamer lealmente nuestra cara, arrancando los últimos rastros del sueño.

A lo largo de los años cientos de pastillas de jabón se sacrifican por nosotros, arrancan de todos los rincones de nuestro cuerpo, hasta los más impuros, las adherencias del mundo, los avances del desorden y la fermentación, dejándonos una tibieza tersa en la piel, regalándonos la ilusión de haber renacido.

Logro asequible, silencioso, de la civilización, orgullo higiénico del burgués. Su extensión planetaria derrota epidemias y acaba con el antiguo régimen.

Los jabones de la infancia. Al niño le complacen sus colores puros, su perfume ―reminiscencia y consuelo en años venideros―, la levedad irisada de sus pompas. Todo niño lo ha chupado y ha retrocedido ante su sabor acre y dulzón, de ahí la amenaza de lavar nuestra lengua con agua y jabón cuando nos oyen pronunciar las magníficas palabras prohibidas

Los jabones del pasado. El jabón de olor en los cajones de la ropa de la madre, el áspero jabón de las coladas en la ribera del río, el jaboncillo con que el sastre marcaba las telas, el jabón de afeitar, promesa de futura virilidad, el lujo humilde y fragante de las muchachas obreras que enjabonaban sus senos en los días señalados, el jabón santo del pobre, del soldado y el prisionero, el jabón turbio y bravo de los talleres, aquel que un hombre mira triste porque sabe que con él su padre se lavó por última vez las manos. Todos dejaremos una pastilla de jabón sin terminar.

Escurridizo jabón, amigo de los rostros hermosos y los placeres venéreos, sobrio y fidelísimo servidor, jabón nuestro de cada día, acepta esta oración extravagante que hoy te hago, en la esperanza de seguir por muchas mañanas recibiendo tus tímidos dones.

1ecbd0c2b437eb602a1081fec6093169 (2)

Un encuentro

19 miércoles Jun 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

≈ Deja un comentario

Etiquetas

azar; encuentros;

No fue ni hace cuatro meses, una mañana de domingo con uno de esos soles violentos que a veces se consiente el invierno. Pasaba unos días en una ciudad vieja y civilizadísima del norte de España, una ciudad de grandes arboledas que olía a dinero y a respetabilidad. Y allí estaba con una amiga y sus tres hijos en una plaza con soportales próxima al ayuntamiento, bebiendo una cerveza que brillaba incandescente al sol, contemplando la agitación de palomas y gorriones en torno a las mesas de las terrazas y a los niños entregados a sus rituales de sociabilidad con desconocidos, en una atmósfera de tedio amable y gloria dominical. Los hijos menores se perdieron con otros entre unos puestos de cómics y se quedó con nosotros la mayor. No tendría más de catorce años. Es china, la adoptaron allí. Se considera lesbiana, es curiosa y de inteligencia inquieta, me preguntó enseguida por las elecciones andaluzas, sabía del inesperado éxito de Vox y quería saber qué opinaba. La vi fijarse en una pareja que estaba a nuestras espaldas y pronto entabló contacto con ellos.

Eran dos hombres en torno a los setenta años. Uno era un inglés con un acento cockney tan marcado que parecía un imitador. Ya jubilado, durante una temporada trabajó como monitor de teatro con niños. Me resultó simpático imaginarlo rodeado de críos con coronas de papel y espadas de plástico, declamando con seriedad y pasión pentámetros yámbicos, pero fue su acompañante el que capturó el interés de ella. Era un negro belga, sus gafas de sol acentuaban su parecido con Ray Charles y vestía con una suerte de dandismo que hacía que una especie de chaqueta de chándal del color del cielo y una gorra de beisbol resultaran espléndidos. Una camisa notable y una gruesa cadena dorada al cuello, las manos nudosas y ensortijadas como las de un Dux. Aparatosos anillos y pulseras que aseguraba diseñar y fabricar él mismo. Yo escuchaba, cortés, a su acompañante, pero estaba pendiente de la intensa conversación del belga y la chica, entre los cuales parecía haber surgido una corriente de simpatía. Hablaban en un inglés esencial, práctico, lo justo para entenderse. El belga se estaba muriendo, los doctores anunciaron el diagnóstico inapelable y él decidió pasar los últimos meses de su vida viajando. No había rastro de amargura alguna en su actitud. Sonreía mucho y su voz era de una suavidad que contrastaba con su estudiado aspecto de hombre duro. Nos tuvimos que marchar. Ya salíamos de la plaza cuando ella se dio la vuelta y corrió de nuevo hacia él para pedirle sus señas, con esa confianza ilimitada de los jóvenes en la elasticidad del tiempo y la variedad posible de los afectos, no contaminada aún por el cálculo, la estrechez de los días o el aborrecimiento de los semejantes.

He pensado en ellos, en su conversación. He recordado sus gestos al hablar con una necesidad urgente de darse a conocer, de entenderse el uno al otro, gestos con que los maestros del pasado representaban en sus lienzos los diálogos entre santos varones o soldados y mercaderes en plena francachela. Esa muchacha fue abandonada recién nacida al borde de un camino rural en un lugar perdido de un continente de extensión aterradora. Su destino era haber sido devorada por alimañas, pero el azar fue benigno y alguien la recogió y alguien venido de un país muy lejano vio algo en ella, sus ojos, su timidez o su manera de reír. Algo que cambió su vida. Ese hombre sabía que no le quedaba demasiado tiempo, cada hora era valiosa, cada encuentro lleno de significado. Ninguno de los dos tenía un pasado fácil, fuera ambos de la zona de seguridad aceptable en aquel plácido entorno burgués que nos rodeaba.

El azar colaboró también para que yo hubiera ido a esa ciudad a dar una conferencia petulante sobre la naturaleza del tiempo y que él hubiera elegido un destino turístico poco habitual y así pudiera producirse ese contacto fugaz, ese instante luminoso en que una adolescente conoce la serenidad de alguien que se despide de las cosas y que a cambio recibe, agradecido, la gracia perfecta de la juventud.

Pienso en ellos, en los comienzos y en los finales y deseo a esa muchacha que la vida sea generosa con ella, que sus labios besen muchos labios de otras chicas, que la mezquindad del mundo no la dañe, que sea lo que sea aquello para lo que ha sido destinada lo haga de la mejor manera posible. Deseo que él se despida en paz y sin dolor, en los brazos amantísimos de una droga poderosa, absuelto ante sí mismo de cuanto en su vida fuera inicuo, aceptando la suma de sus días en una confiada entrega a lo irremediable. Benditos sean.

800px-Caspar_David_Friedrich_-_Two_Men_by_the_Sea_-_WGA8249Caspar David Friedrich’

Elogio del viento

10 lunes Jun 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

≈ Deja un comentario

Etiquetas

viento

Su suave soplo en la cara fue probablemente una de nuestras primeras, imborrables impresiones, junto al gran silencio de la luna o la frescura del agua. Cualquier niño sabe imitar con los labios su voz silbante. Capaz de acariciar la piel, volar los sombreros o arrancar los tejados, carece de forma; presencia invisible a nuestros ojos, dominio del vuelo, todo ligereza o poder. No es de extrañar que desde el principio los humanos lo asociaran con lo numinoso («y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»). Aprendimos a distinguirlos según su procedencia y su carácter, les pusimos nombres bellos y francos: cierzo, tramontana, siroco, ábrego, lebeche, mistral… El marino conocía como nadie a esas caprichosas divinidades que hinchaban sus velas, de sus cambios de humor dependía el buen fin de la travesía y su misma vida.

El viento inmemorial de los cuentos y las leyendas, el que arrastra en pequeños remolinos las hojas muertas y los papeles olvidados, el que menea suavemente las ramas de los árboles ―delicia de los pájaros―, esculpe las rocas, levanta la cresta de las olas o hace tremolar las sábanas tendidas, humilde bandera de los días. El que visita la soledad de las ruinas o las vastas desolaciones de Marte

A veces, en sus grandes cóleras se hace visible en esa sinuosidad de pesadilla del tornado. Vientos de catástrofe, que arrancan de cuajo troncos y campanarios, la galerna de los naufragios, el viento caliente que propaga incendios, plagas y pestilencias, el hogar sin reposo de los espíritus desventurados.

Cómo nos complace escucharlo detrás de las ventanas, a salvo, en sus momentos de malhumor, cuando brama y aúlla como el lobo, asaltando grietas, corredores y chimeneas, el mismo viento que desvelaba a nuestros desamparados antecesores en sus cuevas. Nos agrada porque reconocemos en su gran voz algo eterno y libre, aliado del tiempo. Juego, cambio y permanencia.

54512232_373243599930411_5375524804637312826_n

Un otro

03 lunes Jun 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

≈ 3 comentarios

Etiquetas

juventud, recuerdos, yo

Había un hombre mayor, de voz calmada, que conducía un camión en la pequeña empresa de mi padre. Antes había sido carpintero y era diestro dando barniz a muñequilla. A veces hacía estanterías. Recuerdo el olor del barniz y que sonreía al decir aquello de «juventud, divino tesoro», sin saber probablemente qué poeta lo había acuñado. Pocos sentimientos más universales que esa conciencia de pérdida.

Qué problemática la relación con el que fuimos. Para unos ese extraño es una versión cruda, incompleta, de aquello en lo que nos hemos transformado, un personaje que nos inspira indulgencia y ternura. Para otros la juventud fue la cima de su biografía. Entraron en las asperezas de la realidad a lo grande, victoriosos, seguros, deseados. Algo salió mal luego y desde entonces todo ha sido abdicación. Hay aquellos que se avergüenzan de una juventud insensata, autodestructiva o violenta. Saben que han hecho daño a los demás y a sí mismos, toda su vida es un intento de huir de aquel que aún los mira desde el espejo.

Me he encontrado una foto de mis veintiocho años. Estoy escribiendo. La foto me la hizo la chica con la que vivía, junto con una perra chica y viejecita y una bella gata arisca. No sé si me sorprendió inclinado sobre la máquina de escribir o, como me temo, estaba posando. Me complacía verme así, concentrado y sereno, conjurando tempestades en cada folio en blanco. Era un fraude. No sólo es que no dominara el oficio, es que desconocía por completo los mecanismos del mundo, sus tenaces resistencias, la crueldad de sus rutinas. Han tenido que pasar años y naufragios, he tenido que perder muchas cosas para empezar a aprender en serio. Cada uno tiene sus tiempos.

Recuerdo aquella época. Yo sacaba algo de dinero como montador de videos turísticos, ella quería ser actriz y trabajaba poniendo copas en un bar que había abierto uno de esos empresarios muy maleados de la noche, entorno encanallado dado a proyectos erráticos, quiméricos y modestos, abocados al fracaso. Nunca sabíamos si podríamos pagar el alquiler. Me inquietaba que ella tuviera que trabajar rodeada de depredadores y farloperos. Y yo estaba ante esa máquina de escribir, que era suya, y no sabía nada de la vida ni de mi oficio y dios que frío que hacía en aquella casa y cómo esperaba su llegada, cómo me tranquilizaba ver a la perra despertar y anticipar temblorosa su aparición, oír el golpe de la puerta de un coche que la dejaba en el portal, el tintineo de las llaves, el chirrido de la cancela de hierro y sus pasos por la escalera. Llegaba agotada, oliendo a alcohol y a un perfume oscuro, intoxicante, que le gustaba. Todo iba mal, pero le habían pagado y dormíamos juntos y eso nos daba el coraje para perseverar. Por las mañanas nos despertábamos escuchando en un radio despertador las noticias caóticas de la Guerra del Golfo. Frases sin sentido atrapadas medio en sueños, cada una de las cuales era un presagio de incendios y masacres.

¿Qué pensaría el chaval de la foto de mí? Quiero imaginar que le caería bien y entonces sonrío al verme mendigar su afecto y su aprobación. Porque sé que en cierto modo le he fallado. Pobre muchacho, he dilapidado tus sueños y el tiempo que te fue concedido. También me la debes porque me cuesta entender cada una de las decisiones equivocadas que tomaste. Estamos en paz entonces, aunque aún me preocupo por ti.

Y me preocupo porque no me duele tanto la pérdida final del que ahora soy como la de aquel arrogante, despistado botarate lleno de prejuicios. Porque había algo luminoso en sus tontas esperanzas y una pureza irrepetible en aquel cuerpo que aún no había iniciado su ruina. Solo ahora puedo quererlo, a él y a todos aquellos («presentes sucesiones de difunto») que rieron, se enamoraron, blasfemaron e hicieron el ridículo en tantas otras casas y habitaciones. Quiero amar incondicionalmente la vertiginosa sucesión de errores, torpezas y entusiasmos de las que estoy hecho, cada recuerdo insignificante, esas queridas minucias que para vosotros no significan nada, pero que al final serán lo único que tenga.

Molinos 1989.jpeg (5)

Follow Desesperación y Risa on WordPress.com

Archivos

  • marzo 2023 (2)
  • febrero 2023 (1)
  • enero 2023 (4)
  • diciembre 2022 (4)
  • noviembre 2022 (2)
  • septiembre 2022 (2)
  • agosto 2022 (2)
  • julio 2022 (1)
  • junio 2022 (2)
  • mayo 2022 (1)
  • abril 2022 (3)
  • marzo 2022 (1)
  • febrero 2022 (1)
  • enero 2022 (1)
  • diciembre 2021 (2)
  • noviembre 2021 (1)
  • octubre 2021 (2)
  • septiembre 2021 (3)
  • agosto 2021 (2)
  • julio 2021 (4)
  • junio 2021 (4)
  • mayo 2021 (4)
  • abril 2021 (3)
  • marzo 2021 (2)
  • enero 2021 (1)
  • diciembre 2020 (4)
  • noviembre 2020 (4)
  • octubre 2020 (2)
  • septiembre 2020 (3)
  • agosto 2020 (2)
  • julio 2020 (2)
  • junio 2020 (5)
  • mayo 2020 (3)
  • abril 2020 (3)
  • marzo 2020 (6)
  • febrero 2020 (3)
  • enero 2020 (3)
  • diciembre 2019 (5)
  • noviembre 2019 (4)
  • octubre 2019 (4)
  • septiembre 2019 (4)
  • agosto 2019 (3)
  • julio 2019 (5)
  • junio 2019 (4)
  • mayo 2019 (2)
  • abril 2019 (3)
  • marzo 2019 (5)
  • febrero 2019 (4)
  • enero 2019 (4)
  • diciembre 2018 (4)
  • noviembre 2018 (4)
  • octubre 2018 (5)
  • septiembre 2018 (2)
  • agosto 2018 (3)
  • julio 2018 (2)
  • junio 2018 (1)
  • mayo 2018 (3)
  • abril 2018 (1)
  • marzo 2018 (3)
  • febrero 2018 (4)
  • diciembre 2017 (3)
  • noviembre 2017 (1)
  • octubre 2017 (2)
  • septiembre 2017 (2)
  • agosto 2017 (1)
  • julio 2017 (4)
  • junio 2017 (1)
  • mayo 2017 (2)
  • abril 2017 (1)
  • marzo 2017 (1)
  • febrero 2017 (2)
  • enero 2017 (2)
  • diciembre 2016 (4)
  • noviembre 2016 (2)
  • octubre 2016 (2)
  • septiembre 2016 (4)
  • agosto 2016 (2)
  • julio 2016 (2)
  • junio 2016 (4)
  • mayo 2016 (5)
  • abril 2016 (4)
  • marzo 2016 (4)
  • febrero 2016 (4)
  • enero 2016 (2)
  • diciembre 2015 (4)
  • noviembre 2015 (3)
  • octubre 2015 (2)
  • septiembre 2015 (4)
  • agosto 2015 (4)
  • julio 2015 (4)
  • junio 2015 (5)
  • mayo 2015 (4)
  • abril 2015 (4)
  • marzo 2015 (5)
  • febrero 2015 (5)
  • enero 2015 (6)
  • diciembre 2014 (6)
  • noviembre 2014 (6)
  • octubre 2014 (3)
  • septiembre 2014 (9)
  • agosto 2014 (9)
  • julio 2014 (11)
  • junio 2014 (5)

Categorías

  • Arte (3)
  • Aventuras de un señor de mediana edad (9)
  • Cine (13)
  • Desde la colina blanca (7)
  • Este blog (7)
  • Examen de conciencia (52)
  • Historias (11)
  • Libros (6)
  • Lugares (17)
  • música (8)
  • Mi oficio (2)
  • Observaciones (158)
  • Oficios (7)
  • política (28)
  • Retratos (17)
  • Sin categoría (4)

Prácticas de Tiro

Contradiós

Blogs que sigo

  • W
  • Los trabajos
  • Capricho Cinéfilo.
  • Carmen Pinedo Herrero
  • El paseante invisible
  • Pregúntale al Perro
  • Classics Today

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

W

naipes, informes

Los trabajos

I will yes

Capricho Cinéfilo.

Blog de Fernando Usón Forniés sobre análisis cinematográfico.

Carmen Pinedo Herrero

el blog de Salvador Perpiñá

El paseante invisible

el blog de Salvador Perpiñá

Pregúntale al Perro

Classics Today

el blog de Salvador Perpiñá

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Seguir Siguiendo
    • Desesperación y Risa
    • Únete a 154 seguidores más
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Accede ahora.
    • Desesperación y Risa
    • Personalizar
    • Seguir Siguiendo
    • Regístrate
    • Acceder
    • Denunciar este contenido
    • Ver sitio web en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
 

Cargando comentarios...