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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: mayo 2020

Hosanna in excelsis

31 domingo May 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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biografía, iglesias, sexo

Mi primer domicilio independiente fue una casa que alquilé con mi hermano en una calle del Bajo Albaicín cuyo nombre he olvidado. Estaba situada cerca de un cuartel y detrás de una iglesia del siglo XVI, la viuda de un banderillero con unos zánganos de hijos regentaba una tenebrosa tienda de comestibles en el bajo y el difunto se le aparecía en sueños. Teníamos por vecinos a uno de los clanes de delincuentes más peligrosos de la ciudad, con caballos y aves de corral en su patio y coches caros a la puerta, que cambiaban con frecuencia. Limpiarlos a manguerazos en la calle, entre rumbitas a todo volumen y explosiones de violencia verbal, era su ocupación favorita. Cuando mi madre vio dónde nos habíamos ido a vivir se pasó tres días llorando, lo que a nosotros, con la dureza inconsciente de los veinte años, nos pareció una exageración de melodrama y una prueba de filisteísmo burgués. Pobrecita. Todo era deprimente, sí, pero era nuestra guarida, que decoramos con un gusto menesteroso, aún sin refinar.

El pipiolo que yo era vivía entonces el principio de la que sería una larga relación, con un arranque tormentoso en medio de la onda expansiva de un divorcio. Las pintadas desaforadas y poéticas de un marido enamorado cubrían las paredes del barrio como una marea que llegaba hasta mi portal.

El primer y último invierno fue muy duro. En aquella vivienda de ventanas viejas hacía un frío que pelaba, un frío Dostoyevski. El dormitorio donde empezó nuestro amor era de un despojamiento extremo, con una cama de hierro que nos hacía a los dos personajes de una película española sobre la posguerra.

Subía una noche la cuesta que conducía a la casa, oyendo los gritos de mis vecinos y deseando no cruzarme con ellos. Mientras miraba las pintadas acusadoras me sentía culpable por una familia destruida, por las lágrimas de mi madre, por mis estudios sin terminar, porque no teníamos ni dinero ni futuro y por las lentillas de ella que sin querer arrojé la noche anterior sobre la resistencia de una estufa. Me detuve en mitad de la cuesta y me fijé en el campanario que se recortaba sobre las estrellas en una noche clara, detalle circunstancial el de las estrellas que añadí a lo largo de los años contando la historia con orgullo sacrílego. Me di cuenta entonces de que mi casa daba pared con pared a la nave principal de la iglesia y que, en concreto, mi dormitorio lindaba con la parte superior del altar mayor. Imaginé entonces los desvergonzados golpes del cabecero de la cama justo detrás de la cimera del retablo, inaudibles para las cuatro viejecitas que frecuentaban las tristes misas, pero quizás no para los ratones que allí habitaban, el gato del sacristán y desde luego no para Dios, al que no se le escapa una. Con una sonrisa pensé que por aquel escándalo sería siempre castigado y que jamás levantaría cabeza.

He vivido muchas vidas después de esa y Dios me ha tratado probablemente mejor de lo que merezco. Ahora lo veo de otra manera, ahora no hay templo en el que al levantar la mirada no imagine a unos jóvenes amantes muy pobres, follando con toda su alma suspendidos en las alturas, en las nubes empíreas donde se arraciman angelotes de caras campesinas. Mansos y limpios de corazón, haciéndose un destino, un poco desdichados porque ignoran todo lo bueno que vendrá, bienaventurados porque aún no sospechan todo lo que llegarán a perder.

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Ni un español sin su orfidal

19 martes May 2020

Posted by Salvador Perpiñá in política

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política, triste España sin ventura

Soy un ingenuo, de verdad que llegué a pensar que ante una crisis como la que estamos viviendo podría cesar siquiera por un instante la permanente campaña electoral con tintes guerracivilistas en la que hemos convertido desde hace años nuestra política. Digo hemos porque dejar caer toda la culpa sobre los hombros de la clase dirigente sería un ejercicio de autoindulgencia. Tenemos lo que nos merecemos. Basta recorrer las redes sociales cada mañana para darse cuenta de que hemos ido a peor, de que razonamos como perros rabiosos y nos expresamos como oradores decimonónicos en crack. Ninguna exageración nos parece suficientemente enérgica, los paralelismos más delirantes ya no nos satisfacen; palabras como miserable, vomitivo, criminal, asesino, se prodigan con desenvoltura. Con tal de aplastar al discrepante no hay falacia argumental a la que no recurramos sin sentir vergüenza de nosotros mismos. Si hay que mentir se miente, hasta que lleguemos a creernos nuestras propias mentiras. Se desconfía de aquel que no levanta la voz, reconocer aciertos del otro es de traidores, el matiz cosa de maricas. La ideología, más que nunca, se ha transformado en una cuestión tribal, una simplificación y un desahogo. Una praxis de la intransigencia.

Quiero pensar que una minoría hiperactiva ―entre el tribuno y el macarra― nos muestra un cuadro distorsionado de la realidad y que muchos más de lo que parece intentan embridar sus pasiones y sus sesgos. Lo dudo, pero lo deseo, ya he dicho que soy un ingenuo. Lo que nos espera va a ser durísimo así que, por favor, ¿podríais callaros de una puta vez?, ¿seréis capaces de dejar pasar un día sin acusar al gobierno de genocidio o jalearlo ciegamente defendiendo lo indefendible o difundir alguna indignidad real o inventada del adversario? La química moderna nos ofrece una amplísima gama de ansiolíticos y tranquilizantes, a cada ciudadano su narcótico. Haced uso de ellos y dejad de envenenar el aire. El problema no es el fascismo que viene ni la república bolivariana, el problema, queridos, somos nosotros.

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James Ensor

Elogio de las fuentes

08 viernes May 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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fuentes, tiempo

Hace años desperté desorientado en una casa que no era la mía. Salía de una pesadilla tumultuaria, abundante en atolondradas catástrofes. Una mujer dormía a mi lado, perdida en sus sueños. Nuestro futuro era incierto. Al rato la confusión cesó y sentí que me colmaba un sentimiento inesperado, como la lenta expansión de una íntima serenidad.

Tardé en entender qué desató aquello. Allá fuera era de noche, nadie caminaba por las calles y en algún lugar de una plaza cercana una fuente manaba en calma. El silencio permitía que reparara por primera vez en su modesta, constante presencia. Era una fuente municipal, prosaica, sin historia, pero aquel rumor manso era cifra de todas las demás fuentes.

Una fuente es una imagen y una idea. Cambio y permanencia. Forma parte de esos primerísimos recuerdos de la época fabulosa en que nuestra mente se encuentra con el mundo. Los niños, como los pájaros, aman las fuentes. ¿De qué profundidades surge el agua incesante?, ¿cómo opera esa magia?  Los hombres erigieron asentamientos junto a manantiales y les imaginaron divinidades tutelares. En una leyenda sueca del siglo XIII ―que Bergman lleva al cine― el agua brota del lugar donde reposaba la cabeza de una doncella asesinada, su padre construirá allí un templo con sus manos. Su presencia es frecuente en las representaciones del paraíso, en las grandes urbes del pasado el agua brotaba de cientos de caños, donde el sonido del agua se mezclaba con la voz de las mujeres que llenaban los cántaros.

A veces el poder las erige como conmemoración en una escenografía algo estruendosa de altos surtidores, éxtasis brandenburgueses y versallescos que brotan de las cabezas de náyades, tritones y quiméricas criaturas marinas. En mi ciudad, una nación de hombres del desierto supo entender la fuente como un tranquilo prodigio, un murmullo, una discreta efusión de frescura que pule y suaviza la humildad de la piedra.

Es la imagen de la creación, el surgir de la consciencia, el salto de la nada al ser, que el mecanicista siglo XX degradó con la metáfora pirotécnica de una explosión inaugural. San Juan de la Cruz lo expresa bellamente en enigmas:

Que bien sé yo la fonte que mana y corre,       

      aunque es de noche.                  

Aquella eterna fonte está escondida,               

que bien sé yo do tiene su manida,                 

      aunque es de noche.                 

Su origen no lo sé, pues no le tiene,                 

mas sé que todo origen de ella viene,                

      aunque es de noche,                  

Sé que no puede ser cosa tan bella,                 

y que cielos y tierra beben della,         

       aunque es de noche.

He pensado mucho en ellas estos días en que siguieron manando sin nosotros. Las fuentes, música matinal de lo que siempre renace, victoria callada contra el avance de la nada y sus estragos, júbilo del espacio y el tiempo, latido del mundo.

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