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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: noviembre 2022

Un rodaje

27 domingo Nov 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Mi oficio

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Hacía tiempo que no estaba en un rodaje. Desde la infancia y durante buena parte de mi vida quise ser director de cine. No lo conseguí, siendo este uno de mis fracasos más señalados, de esos que forjan un carácter. Lo impidieron mi inmadurez, la falta de esa maniaca capacidad de concentración, ese nivel de exigencia que no se detiene ante nada y que el cargo exige. Con dinero público, que podría haberse destinado a empeños más necesarios, perpetré varios cortos de muy mala calidad que permanecen en un olvido piadoso. Dos de ellos literalmente desaparecidos.

Recuerdo un momento en uno de aquellos rodajes. Sentado en un descanso con un café en la mano, rodeado de trípodes, focos, reflectores, cables y gente preparando el set. Pensé ingenuamente que esta vez era de verdad, que esa tensa, agotadora actividad sería mi vida. No pudo ser.

Y ayer volví a esa atmósfera como visitante, solo que ahora la maquinaria era mayor, una producción sin restricciones de una gran plataforma, de la cual yo era guionista. Sentí cierta nostalgia, pero el distanciamiento me permitió ver las cosas de otra manera. Sentí entonces admiración.

No menos de treinta personas ocupaban una calle del centro de Madrid con algo de la agitación colectiva del hormiguero, la precisión de la producción en cadena y la provisionalidad de una tribu nómada. Con un singular buen humor, teniendo en cuenta el madrugón y el frío, desplegaban casi en silencio una actividad incesante, minuciosa, secreta para el profano. La orquestación de una labor complejísima. Los actores, como hierofantes en trance, se desdoblaban en personajes imaginarios viviendo situaciones inventadas, simulacros de existencia. Más concretamente: fragmentos simulados de existencia. Tecnología punta y trucos de saltimbanqui para efectuar una operación mágica, en que se hace emerger de la misma realidad una realidad nueva. Un gnóstico lo hubiera considerado un rito abominable. Contemplaba a la tribu que a tales maniobras se entregaba: todo tipo de edades, de rasgos, de biografías… todos unidos ―supongo― en una misma pasión por esos ejercicios de fingimiento. Como escritor yo habito el reino de la pura especulación, las gentes del cine crean realidad dotada de sentido. Es una alta tarea, pudo haber sido mi familia. Esa mañana de noviembre ―con un frío que pelaba, sin amargura, sin lamentaciones― los quise. No pudo ser.

Rodaje de «The Innocents» (Jack Clayton, 1961)

Esplendor y caída

02 miércoles Nov 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Historias

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Era un ramo frondoso, turbulento, abigarrado, como aquellos que con obstinada devoción pintaba Fantin-Latour. Una anomalía dentro de las austeras costumbres de las clases medias en el tiempo de mi niñez. No supe cómo ni por qué habría llegado a mi casa, pero en una semana de convalecencia en la que por fin pasé de la cama al sofá del salón –los pediatras de los años setenta tenía una desmesurada fe en las virtudes del reposo– aquella erupción floral, de un colorido violento, colocada sobre la mesa del salón en un búcaro de un verde tóxico, pasó a ser mi compañera.

Mi madre pensaría que su aspecto y su perfume me alegrarían y no descarto que una secreta sospecha de afinidad (¿acaso no se parecen las flores y los niños?) guio su decisión. Sin embargo, a mí me intimidaba un poco. Había algo prehistórico y excesivo en aquel tumulto carnívoro, aquel estallido de discos solares de aroma narcótico. Pero al menos ya no tenía que guardar cama, no tenía que ir al colegio y me pasaba el día leyendo tebeos, aventuras en el polo norte o en las selvas africanas, viendo una tele en blanco y negro o escuchando una y otra vez los pocos discos que mis padres tenían de un músico sordo y con pelazo llamado Beethoven. También oyendo los diversos sonidos de la actividad de la jornada en la calle y en el patio interior del edificio, la música de las horas.

Pasaron los días y en, paralelo con mi recuperación, empecé a ser testigo privilegiado del marchitamiento de las flores. No podía creer que aquella incandescencia, que aquella gloria pudiera apagarse, pero los pétalos blancos amarilleaban, sus cabezas se doblaban poco a poco, el polen caía sobre el mármol de la mesa, una melancólica, pantanosa sensación de mortalidad impregnaba el aire… Fue un proceso largo, cada día se les cambiaba el agua a las flores, en la esperanza de retrasarlo, pero el avance de aquella decrepitud era imparable y las inmundas veladuras necrosadas daban a la masa de los pétalos un carácter monstruoso. Finalmente, aquella ruina fue retirada y arrojada a la basura, para mi alivio.

La vida íntima de los niños pasa por epifanías y conmociones que incluso sus padres desconocen. De aquellos pocos días, además de un amor incondicional por cierto músico alemán, me queda la certidumbre de que incluso la belleza puede ser excesiva y una aguda conciencia de lo efímero. También una mezcla de atracción y repulsión por lo que decae y se desvanece, un gusto mórbido por lo nocturno y lunar. Cosas que mi buena madre, cuando me traía un zumo y me daba un beso en la frente ni sospechaba. Yo tampoco llegué a conocer nunca sus más íntimos secretos. Una de las esperanzas de aquellos que creen en una vida más allá de la muerte es que todos esos misterios nos serán desvelados. No estoy seguro de que sea una buena idea.

Henri Fantin-Latour

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