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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: julio 2017

Dientes

27 jueves Jul 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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dientes

«And of Berenice I more seriously believed que touts ses dents etaient des ideés».
E.A.POE

 

Como una representación de los grandes misterios del principio y del fin, el cuerpo de la mayoría de los seres vivos mínimamente evolucionados se construye en torno a un tubo con un orificio de entrada y otro de salida. Siendo uno celebrado por poetas, el otro es confinado a los límites de la medicina y el humor preadulto.

Órgano bestial y sagrado, la boca tiene una curiosa ambivalencia. Terror y belleza. Nos valemos de ella para triturar y devorar otros seres vivos, pero también es el lugar donde ocurre lo que nos hace específicamente humanos. De la boca salen las promesas, las mentiras y las maldiciones, los versos, las historias con la que intentamos entender el mundo, el canto y la risa, el grito, el estornudo, el vómito y el salivazo. También suele ser la vía de entrada de las sustancias que nos embriagan. Nada nos procura mayor alegría que unir nuestra boca con la de aquella persona a la que amamos en un gesto imposible y cuyo carácter esencialmente trágico ya percibió famosamente el melancólico Lucrecio:

«Vano esfuerzo,
porque no pueden robar nada de ese cuerpo
que abrazan, ni penetrarse y confundirse
enteramente cuerpo con cuerpo,
que es lo único que verdaderamente desean».

Su entrada está defendida por una doble hilera de piezas de hueso, la única parte del esqueleto que asoma al exterior y cuya exhibición mediante la sonrisa -asombrosa combinación de la carne viva y lo mineral- es desde mediados del siglo pasado de rigor en la representación aceptada del rostro. Actores, modelos, políticos y ejecutivos sonríen desaforados desde las páginas de las revistas y los carteles en muros y marquesinas, decolorándose, deshaciéndose bajo la lluvia.

Los dientes sobreviven siglos más allá de nuestra muerte, pero esa voluntad de permanencia no debe engañarnos, también ellos comparten la fragilidad de nuestra materia mortal. Agresivas reacciones químicas los corroen, no sin dolor, a lo largo de los años. La fresca blancura ordenada de los dientes de la juventud da paso a la catástrofe de la boca del anciano, a la imagen terrible de la bruja desdentada. Su caída era presagio funesto en los sueños de la antigüedad y en los mercados de esclavos se comprobaba y valoraba por encima de todo su buen estado.

Ha venido a formar parte de nuestras costumbres el frotarlos vigorosamente con unos pequeños cepillos dotados de un fino mango. Mediante ellos extendemos hasta las zonas más inaccesibles pastas con flúor de sabores mentolados, apoyados por hilos dentales y colutorios, en un extravagante ritual, parodia laica de la comunión, con el que iniciamos, concluimos y puntuamos nuestra jornada, intentado retrasar esa inevitable ruina. El sabor medicinal, estéril, que queda en nuestra boca nos proporciona una momentánea sensación de pureza, de aplazamiento. Mi gato me suele observar en esos instantes sin entender nada mientras, gigantesco y absurdo ante el espejo, derramo abundante espuma blanca por la boca. Lo cierto es que no se alarma, porque a los gatos les da ya todo igual.

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Arcadia

19 miércoles Jul 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Retratos

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curas, paraiso

Mis padres no eran creyentes. O al menos no lo fueron hasta el final de su vida cuando, próximo el gran escándalo de la extinción y ya sin dos arrogantes jóvenes en casa para juzgarlos y ridiculizarlos, se soltaron el pelo. Supongo que nos matricularon en un colegio de curas por adoptar las costumbres de aquella clase media a la que tanto les costó llegar. Así mi hermano y yo pasamos años en una escuela regida por una comuna de hombres solteros que llevaban una vida frugal y de escasa privacidad en la planta de arriba, la misteriosa planta de arriba a la que los alumnos no tenían acceso. Si uno lo piensa, es algo francamente muy poco burgués.

El padre A. era tartamudo, su reino era el ala de los más pequeños, también separada de nosotros. Unas grandes gafas de pasta negra le hacían parecerse al Capitán Tan, un personaje de la televisión tardofranquista. Lo veíamos al otro lado de la verja con su rebeca gris y un silbato en la boca, bregando con un bullicio de criaturas atolondradas, chillando en torno a él como una bandada de golondrinas en crack. Nuestro inmediato pasado.

El poco sutil pero muy descriptivo mote de “el tartajas” hizo fortuna y fue transmitido de curso en curso. El padre A. se quedó con él para toda la vida. Durante un año nos dio clases de religión, acaso por ser una asignatura que se despachaba con llamativa desgana y sin demasiada exigencia. Carente de esa ironía de los curas más estudiados, no parecía consumido por arrepentimientos o desesperaciones. Un alma de dios de un pueblo del norte de España, que quizás tuvo que elegir entre el tractor y el seminario. Lo sentíamos un poco como uno de los nuestros. Su idea del orden era dar unos reglazos de órdago en la palma de la mano. Imagino que él no conoció otra pedagogía y a nosotros nos parecía algo inevitable, que formaba sin gran escándalo parte de su naturaleza, como los arañazos del gato.

Solo recuerdo que fue por la mañana. Mentiría si dijera que la lluvia caía sobre los patios vacíos o que por las ventanas entraban los sonidos y las seducciones de la primavera. Nos hablaba de la vida en el jardín del Edén antes de la caída. Un compañero le preguntó por Adán y Eva: ¿de verdad vivían desnudos? Estallaron las risitas. Para los niños de un tiempo previo a Star Wars y a Berlusconi la desnudez de la pareja mítica estaba saturada de los primeros presentimientos del sexo.

Para nuestra sorpresa entró al trapo y declaró -tartamudeaba un poco, pero es que siempre lo hacía- que entonces eramos inocentes y por tanto vivíamos desnudos sin maldad alguna. Pero añadió algo, algo que estoy convencido que improvisó en un arrebato de elocuencia que jamás le habíamos escuchado. Nos hablaba de un orden fraternal que fue y que volvería a ser, un estado en que hombres y animales vivirían juntos sin temor, en una alianza perdurable.

Nunca había fantaseado con aquella posibilidad, que me deslumbró como había deslumbrado al buen padre A. Ahora sé que él lo creía sinceramente. Lo contó con la suficiente pasión para que no lo haya olvidado. Años después entendería que estaba recreando una de las profecías del libro de Isaías:

«Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco».

La enésima revisitación del mito de la Edad de Oro, el sueño de volver a la infancia del mundo, libres de la desgarradura del tiempo, en un azar sin necesidad, juego y luz, abolido el mal y el dolor.

A veces me he acordado de su candor. ¿Se agarraría a ese sueño en los momentos de flaqueza? ¿Lo guardaría aún en su corazón, todo aridez tras una vida hecha de monotonía, calabacín hervido, tabaco negro, pequeñas intrigas y negación de sí? Pobre tartajas, viejo ya, paseando a la caída de la tarde por los pasillos vacantes cubiertos con azulejos de un celeste desvaído, soñándose a sí mismo desnudo en los campos del señor, dando de comer al leopardo, saludando al águila, nadando con los delfines. Contando el tiempo que le falta.

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Edward Hicks (1780-1849). «The Peaceable Kingdom»

El fresquete

17 lunes Jul 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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hablar del tiempo, vientecillo

No deja de resultar curioso que la charla informal sobre el tiempo sea algo abiertamente ridiculizado, el no va más del convencionalismo. Ritual inane, propio del filisteo, el burgués o el cuñado, que son los diferentes nombres con los que a lo largo de la historia el eterno adolescente zahiere a su semejante: el ciudadano medio, al que reprocha sus renuncias, su gusto escasamente articulado y no saber lo que le conviene.

Hablar de escalafones y pequeñas intrigas, eso sí es entregarse a insignificancias, no ocurre así en la charla sobre el tiempo, de una hondura nada desdeñable. Lingua franca de la sociabilidad, se hablaba del tiempo a la sombra de los zigurats y en las lonjas de Núremberg, se habla del tiempo en el Vaticano, en Miami y en Puebla de Don Fadrique. A mujeres y hombres, al colérico y al manso, a los codiciosos y a los inocentes, a todos nos llueve encima o nos sofoca el sol, la primavera nos seduce con fantasías de novedad o temblamos ante el rayo y el viento que se lleva nuestro tejado. Por eso se habla con desconocidos de fenómenos que escapan a nuestro control, indiferentes ante nuestros deseos y de los que depende el buen fin de cosechas, batallas, fastos y navegaciones.

Este año el verano llegó antes de tiempo y con violencia de spaghetti western, haciendo del mundo un lugar hostil, un enemigo. Caminábamos por las calles aturdidos como turistas nórdicos, en un sordo torpor veteado de aprensiones de apocalipsis. Algunas personas buenas colocaban cacharros para que bebieran los pájaros. Y he aquí que sin esperarlo las temperaturas bajaron por unos días y nos vino el regalo del vientecillo, una brisa frecuente y fresca. En esos días otra cosa no fue más comentada ni agradecida y pasadas las semanas aún se recordará aquella alegría

Producto de complejos procesos de mecánica de fluidos, viene del interior del mar o de las cumbres, lo conocen los que tienen que madrugar y los viejos lo esperan a la caída de la tarde. Imprevisto a veces en mitad de la noche, atraviesa bosques, jardines y huertas recién regadas y entra por nuestra ventana abierta -los visillos se mueven-  como una módica gracia que nada cuesta y se nos da. Entornamos los ojos, sonreímos ante el vientecillo bueno, caricia sin bulto, el que te alborotaba el pelo a ti y a tus amigos en aquella cubierta cruzando el estrecho o en otros veranos despertaba los olores del campo que cruzabas en moto o el que te acompañaba, volviendo a casa de amanecida, tras la primera noche que pasaste con alguien que te encantaba.

Y es así, no falla, es darte el fresco en la cara y lo que fue bueno asiste y todo merece la pena y todo está bien.917ccf52089066cd0c66ecfc74b0ccde--sandro-venus

¡Escándalo!

15 sábado Jul 2017

Posted by Salvador Perpiñá in política

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fiestas, moral pública, puritanismo

«Aunque tenía ya varias décadas de existencia en Roma, fue en el año 186 a.C. cuando los cónsules Espurio Postumio y Quinto Marcio descubrieron que se celebraban en la ciudad bacanales o «Misterios orgiásticos» nocturnos. Su reacción fue fulminante, y tiene para nosotros el interés de contener los parámetros que acompañan a una declaración de plaga moral. Por su magnitud, tanto como por sus específicas circunstancias — acusaciones estereotipadas, sin garantías de procedimiento, completamente inusuales en el trámite jurídico romano- esta iniciativa constituye el principal precedente de las persecuciones religiosas que se harán crónicas en el Bajo Imperio, y de todos los procesos ulteriores por hechicería». Así nos explica Antonio Escohotado en su “Historia de las Drogas” la aparición del ceñudo senadoconsulto De Bacchanalibus, mediante el que la República pretendía atajar con medidas de extrema dureza los excesos en los cultos báquicos.

El viejo puritanismo adopta formas insospechadas. En la España del 2017 le ha tocado esta semana a los Sanfermines ser el centro de una de esas enérgicas ofensivas que forman parte del metabolismo de las redes. Tras la infame violación colectiva del año pasado, muchos medios pugnan por ofrecer la imagen más dantesca posible del festejo y parece como si el progresista sin fisuras tuviera la obligación de rechazar energicamente unas celebraciones bárbaras y anacrónicas, que nada pintan en pleno siglo XXI. Olvidan que es precisamente esa naturaleza caótica y elemental lo que las hace irresistibles y demuestran no entender en absoluto, como no lo entendió el legislador romano, el componente dionisiaco de nuestra naturaleza. Otra cosa, por supuesto, es que incluso en ese estado de excepción que toda fiesta pública supone, siga vigente eso que llamamos civilización y la ley persiga cuanto atente contra la dignidad humana.

Veo en los muros el enlace a un artículo del portal “Kaos en la Red” con el titular “Sanfermines: Fiesta de Vergüenza Nacional”, que incluye párrafos de furor decimonónico y sacristanesco como este: «Revolvamos entre sí todos esos ingredientes repugnantes durante siete días y el resultado en España no se llamará vergüenza y delito sino Fiesta declarada de Interés Turístico Internacional, vendiéndose al mundo como orgullo, tradición y señas de identidad, lo que da una idea de la catadura del vendedor. Si ya producía arcadas que fuesen legales, verlos elevados a la categoría de intocables es ser testigos de a qué límite puede llegar bajeza humana». Pienso melancólicamente que la izquierda no era esto. O no debiera serlo.

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