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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: marzo 2020

Ahí fuera

23 lunes Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cuarentena, mundo, salvados

Mientras escribo esto llueve tras las ventanas como en un mal poema. Llueve sobre los patios de los colegios donde ya no se oye a los niños, sobre los bancos vacíos de los parques, sobre las calles de un mundo del que momentáneamente casi hemos desaparecido. El hombre ha abdicado de su señorío. Los jabalíes se acercan por las noches a las ciudades, pavos reales y ciervos se dejan ver por las avenidas vacantes, los delfines se acercan a los muelles y las palomas buscan desesperadamente comida. Los cuadros en los museos pueden conversar entre ellos sin que nadie los vea, la Gioconda goza de una merecida soledad tras décadas de acoso por multitudes.

Dicen que a los canales de Venecia ha vuelto la transparencia, con suerte el aire recobrará algo de su pureza original. El planeta descansa de nosotros, de nuestra frecuente codicia y fealdad.

Un enemigo invisible, apenas un mecanismo de autorreplicación, nos tiene encerrados en nuestros hogares, entre la angustia y la incertidumbre. Cuanto ocurra no será fácil, pero por la noche el sueño de volver a los viejos, queridos hábitos, no nos abandona.

Necesitamos pensar que el mundo nos espera y que volveremos a él. A las plazas y la bulla de las fuentes públicas, al estruendo de las persianas de las tiendas y los bares que se abren, más bello que el sonido de las campanas, a los festines de amigos y los cuerpos entregados, a las dulzuras de la luz en las esquinas que tanto amamos en esa ciudad donde algún día ―no aquí, no ahora, rezamos― nos encontrará la muerte.

Puede que sea distinto a como lo soñamos ahora. Quizás sea algo gradual, enojosamente administrativo, sin grandeza. Quizás la banalidad y la rutina no tarden en adueñarse de nuestras vidas, pero cómo no anticipar ese momento íntimo, que cada cual vivirá de manera distinta y para el que hace tiempo que carecemos de las palabras justas. La gratitud de habernos salvado.

Se nos ha puesto a prueba, perderemos mucho, no podremos ser los mismos porque nos miraremos sabiendo que todos hemos conocido el miedo y porque muchas vidas van a naufragar en una soledad y aislamiento inimaginables. Pero también vemos cómo en los sitios más imprevistos aparecen los justos: el enfermero que se queda dormido de puro agotamiento, la viejecita que se pone sus lentes y teje mascarillas en su máquina de coser, la cajera que tiene miedo a morir y bromea con los clientes, el camionero que se ocupa de que nada de lo que es menester nos falte. Lo más noble de lo que somos capaces brota en mitad del espanto con esa asombrosa, delicada sencillez con la que siempre ha ocurrido.

Si salimos de esta nos será dada a todos una gracia inmensa, recuperar el mundo, volver a tomar posesión de las cosas, como si las nombráramos de nuevo, como si naciéramos otra vez. Espero que seamos dignos de ese don.

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La Veduta di città ideale. Atribuido a Francesco di Giorgio Martini (s.XV)

Clausura (adenda para escritores)

18 miércoles Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cuarentena, epidemia, escritura

Hay tanta información y tanto ruido de fondo que resulta difícil hacerse una idea de la verdadera magnitud de lo que está pasando. Solo podemos estar seguros de que las cifras sobre muertes alcanzarán magnitudes embrutecedoras y de que las consecuencias económicas son difíciles de imaginar. Sin embargo, lo que más recordaremos de esta catástrofe imprevista serán estos días de reclusión forzosa.

Buena parte de la humanidad va a compartir la experiencia de deambular en soledad por habitaciones vacías o el hacinamiento familiar entre los muros de una pequeña vivienda de clase media, respirando miasmas, miedo y neurosis. Enfrentados a cara de perro a nosotros mismos o al otro, haremos asombrosos descubrimientos sobre las personas con las que compartimos nuestras vidas, a las que puede decirse que llegaremos a conocer de verdad. Quizás no sea agradable lo que descubramos, un pequeño grado de autoengaño es condición necesaria de supervivencia.

Hemos sentido nuestra fragilidad como especie y ya no seremos los mismos. Muchos no podrán resistirlo, otros saldrán fortalecidos. Puede que esa revelación de lo verdaderamente importante ―cuántas estupideces, cuántas batallas ridículas han ocupado nuestro tiempo semanas antes de la irrupción de esta singularidad― sea beneficiosa. ¿No podría acaso verse el Renacimiento como una consecuencia necesaria de las grandes epidemias medievales?

Cuando todo pase, los que nos dedicamos a la combinatoria de las palabras o a inventar historias ¿sobre qué escribiremos? Puede que el mundo resultante nos reclame una radical, descarnada veracidad, puede que pida refugiarse en fantasías consoladoras. Sospecho que se producirá un cambio de sensibilidad y de criterios estéticos, donde todo lo que habíamos aprendido, las viejas historias, la voz que habíamos logrado perfeccionar, no nos servirán de nada. También para eso tendremos que estar preparados.

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Leonid Pasternak (1862-1945). «Agonía de la creación»

Clausura

14 sábado Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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cuarentena, epidemis

Todas las criaturas se esfuerzan por perseverar en su ser. El amour courtois, el vuelo de los frágiles vulanicos sobre los campos, el arrobamiento de la abeja sumergida en el esplendor de la corola son manifestaciones de esa simple verdad enunciada por Spinoza. El virus, mecanismo rudimentario en el límite de lo inanimado, mera voluntad de propagación, también persevera en su ser, pero ningún poeta canta su furiosa proliferación, sus vastos éxodos de cuerpo en cuerpo, que evocan la transmigración de las almas.

Llevo tres días encerrado en mi casa. Pertenezco a un grupo de riesgo o a un colectivo vulnerable (no sé qué suena peor) y no me abandona una ligera sombra de angustia a costa de mis movimientos en los días previos al estado de excepción. Recuerdo que en mi adolescencia me encantaba fantasear con la idea de un único superviviente a una catástrofe planetaria. Los espaciosos corredores vacíos del hotel Overlook y las distopías cinematográficas consumidas en la infancia alimentaban ese imaginario que tanto me atraía. Irónicamente ahora vivo una réplica, entreverada de ridículo y costumbrismo, de aquellas queridas pesadillas.

Tenemos la suerte de haber vivido en una época y un lugar concretos, libres de esas grandes convulsiones de la historia que se lo llevan todo por delante sin que nada podamos hacer. El 11 de septiembre de 2001 el ala del desastre nos rozó muy de cerca, pero aquella noche, volando de Madrid a Málaga, yo tenía un lugar donde me esperaban y al que deseaba volver. Ahora me enfrento a estas horas en una soledad hirsuta, mitigada por las redes sociales, el skype y el buen ánimo de los que siguen manteniendo el humor aun en las peores horas.

Todo parece aquejado de irrealidad. Algunos amigos me han confesado sentir una paradójica excitación que ilumina la grisura rutinaria de nuestras vidas. Lo mejor y lo peor de cada cual empieza a aflorar lentamente. El miedo, el odio, la mentira y un ciego egoísmo vivirán jornadas de gloria, leeremos cosas inimaginables de personas de las que no lo esperaríamos.

Estoy acostumbrado, por profesión, a pasar días sin salir, pero ahora la puerta cerrada que da al mundo exterior tiene algo de frontera amenazadora. Me doy cuenta de qué poco soy sin los otros, qué estrecho, insuficiente, me parece ahora mi mundo interior, mi reino de mierda, los que creía ilimitados paisajes del recuerdo y la imaginación. Cuánto echo de menos ya a los amigos, el sonido de su voz, sus defectos y sus tiernas delicadezas.

A través del amplio ventanal de la habitación donde escribo, veo a mis gatos jugando al sol, en los tejados el canto distraído de algún pájaro. Ojalá salgamos de esta, más sabios, quizá más tristes, mejores. Ojalá brindemos juntos de nuevo en primavera bajo las ramas de los árboles, riendo y amando más que nunca los dones de este hermoso mundo desdichado.

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Realismo

09 lunes Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in política

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ideologías, mesianismo, realismo

Estaba la otra noche viendo la por lo demás excelente The lost weekend (“Días sin huella”), dirigida por Billy Wilder en 1945, cuando en los minutos finales un diálogo escandalosamente literario me hizo sentir incómodo, casi ruborizado. Nos hemos acostumbrado al realismo en la ficción. Los diálogos deben simular la naturaleza entrecortada de la conversación real, exigimos que los efectos especiales sean irreprochables y cada mecanismo de la acción rigurosamente verosímil. Lo contrario nos provoca risa o irritación.

En literatura nos encanta jugar con los puntos de vista, descomunales energías se consumen en la virtuosa recreación de un idiolecto para la voz del narrador, todo lo que no sea evocar la condición fragmentaria de nuestra percepción adolece de infantilismo. Se repudia la omnisciencia, se denigra el adjetivo.

No nos dejamos seducir fácilmente, hemos perdido la sugestión del engaño, la predisposición al asombro del niño que fuimos o del bárbaro que se estremecía al escuchar una y otra vez las crónicas del bardo. Nos enfrentamos a la ficción con la actitud de un cliente exigente y caprichoso, un consumidor. Exaltado así el naturalismo ―el credo estético de la triunfante burguesía decimonónica, no lo olvidemos―como valor supremo, no cabe descartar pérdidas. Quizás nos estemos privando de insospechadas posibilidades de emoción y conocimiento.

¿Y si tras ello no hubiera una exigencia insobornable de veracidad sino, por el contrario, una voluntad de narcosis? Quizás necesitamos a virtuosos de la mentira porque no soportamos ya que se vea el artificio, nos negamos a aceptar los límites entre la ficción y lo real, el engaño debe ser completo.

Y así, descreídos como nunca, seguimos comprando en el mercado de las ideologías relatos salvíficos de una indigente simplicidad. No es algo que carezca de importancia, el relato político, a diferencia del artístico, se traduce en leyes y sanciones, condiciona nuestras vidas. Las multitudes exigen el fin del mal, convencidos de que una legislación invasiva y estricta acabará de una vez por todas con la aflicción. Pero quién reclama redención convoca a redentores.

Nos creemos sofisticados y sin embargo la dialéctica de las emociones se ha hecho hegemónica y nada más antipático que el recurso a lo racional. El llanto se transforma en un argumento irrefutable, promovemos a niños a la condición de oráculos, tenemos nuestros santos y nuestros mártires, no somos tan diferentes de las sencillas, impresionables almas medievales. Creemos en el poder de las pancartas como antes en el poder de los conjuros, creemos en la manifestación (el kitsch de la Gran Marcha del que hablaba Kundera) como luminosa, eficaz herramienta del cambio, personas adultas siguen hablando de un definitivo «despertar de las conciencias». La dureza de lo real es ilusoria, basta con desear, con sentir. Pidamos lo imposible, bajo los adoquines está la playa, asaltemos los cielos, son las nuevas formas de lo mesiánico.

No elogio el conformismo, ni postulo un nihilismo de la renuncia, solo me atrevo a pedir la madurez justa para desconfiar de quienes nos prometen el fin de toda iniquidad. No niego el coraje del justo ni aplaudo el cinismo del codicioso, solo recuerdo que la buena voluntad y la mala poesía también han llenado las fosas de muertos.

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Homo Faber

02 lunes Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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bricolaje, demiurgo

Una mujer poco convencional me confesó una vez que la visión de un hombre haciendo bricolaje, incluso colgando un cuadro, bastaba para extinguir por completo su libido. Dediqué un tiempo a reflexionar sobre esa afirmación contraintuitiva y me di cuenta de que existe un rechazo solapado hacia el señor mañoso y dispuesto. El eterno adolescente desprecia al hombre común, que se somete con buen ánimo a las servidumbres de la civilización, lo que el eterno adolescente llama “vidas grises”.  Su altar familiar, el ala del garaje donde en un perfecto orden se almacenan y clasifican las herramientas y piezas necesarias, le asquea porque esas menudas reparaciones domésticas las considera actividades embrutecedoras, sustitutivos de esa búsqueda del absoluto, del sexo y la autodestrucción con las que llena sus horas subvencionadas por sus mediocres padres. El eterno adolescente vive todavía en el orbe mental del romanticismo, donde vivir es arder en una deflagración, un único, definitivo gesto. El módico y paciente do it yourself es todo lo contrario, no requiere genio ni grandeza, tan solo una pequeña habilidad específica, ser un manitas. El artista romántico conjura tempestades, pulveriza planetas y hace nacer estrellas, el hombrecillo de clase media te cuelga un aplique silbando melodías oídas mil veces en la radio.

¿Y si hubiera algo más? Para algunos ese “hágalo usted mismo” es una forma de rebeldía artesanal contra la obsolescencia planificada, contra el sistema. También podríamos decir que constituye la celebración del individualismo capitalista. Quien halla su placer en consagrar la paz dominical a labores de reparación y ornato de su domicilio, evoca sin saberlo el gesto primordial de marcar un perímetro en el suelo, decidir sabiamente la orientación de sus ángulos respecto al sol y, con las manos desnudas, erigir una cabaña en el bosque, un refugio contra la lluvia y el viento, el lugar donde se enciende el fuego, la forma nuclear de la propiedad privada. Libertad y autosuficiencia.

¿Recordáis en la infancia ese goce cuando con cuatro palos y una manta, en lo alto de un árbol o en el interior de una ruina, construíamos un remedo de hogar? Cada pareja que termina de montar, agotada y al borde de la separación, su estantería de Ikea, cada ciudadano que se encomienda a ese santoral de Black & Decker, Bellota o Fischer, rescata aquella cándida seriedad de jugar a las casitas. Subo la apuesta con una especie de gnosticismo Disney: quizás no quepa atribuir la imperfección de lo real a la malignidad de un aciago demiurgo sino a la torpeza tentativa de una despreocupada divinidad cachorro que construye un mundo de juguete cuyas inmensas fuerzas aún no ha aprendido a dominar. No descartemos entonces que la próxima vez lo haga un poco mejor.

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La lucha de clases explicada a los niños en el Albaicín

01 domingo Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Desde la colina blanca

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autobuses, flaneurismos, niños

Ayer, tras ser secuestrado a mediodía por unos amigos y darme al vino, me disponía a regresar ya caída la noche a mi casa, en el Albaicín. Caían unas gotas escasas y cogí el 31, un minibús diseñado para moverse con facilidad por las cuestas y estrecheces de un barrio medieval. Apiñado junto a la cabina del conductor, dando saltos a causa del empedrado y aferrado a una barra que pareciera que me fuera la vida en ello, escuchaba como una niña encantadora, una negrilla de unos ocho años, hablaba con este, un chaval de veintitantos, con barba y aspecto crapulento, un figura.

Ella le decía que quería ser conductora de mayor y sentarse en su asiento. El muchacho respondió: «no, hazme caso, estudia, estudia… que esto es muy cansado». «Pero todo el mundo te da dinero», observaba la niña, «sí, pero se lo lleva mi jefe», reía el hombre. Llegó a su parada y la niña se bajó con la familia, no sin saludar, «hola, Manuel», a un vejete que subía al vehículo. El autobús arrancó con esfuerzo en medio de la cuesta y, al adelantar a la niña, esta saludó con la mano. El chófer contraviniendo siete ordenanzas seguidas le devolvió el saludo con un triunfal golpe de claxon, porque esa niña que no sé ni cómo se llama había borrado por unos instantes toda idea de muerte de nuestros corazones de adultos cansados y merecía un saludo principesco. No sé cuál de los dos es más adorable. Ya sabéis, de ellos es el Reino.

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Herbert Badha – Night Bus (1943)

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