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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: febrero 2015

Rompeolas

26 jueves Feb 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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infancia, olas, sol

Forma pura, cadencia que se propaga. La ola, de frecuente aparición en poemas, pinturas y canciones del verano, comparte naturaleza con la música de Bach, el eco del colapso de una supernova, la radiación del microondas que hace hervir tu loncha de emmental, el canto nocturno del grillo, la voz de los tertulianos o la imagen de Vládimir Putin atravesando el espacio y traspasándonos cuando cruzamos las calles pensando en un rostro recién conocido y que desearíamos besar.

Hay una sensación primordial que, salvo que hayas nacido en las provincias del interior, forma parte de los primeros aprendizajes, grabada para siempre en la memoria de la carne. Flotar en el mar en medio de un escándalo de luz, el cielo de un azul desaforado. Dejarse mecer, acompasado a una respiración inmensa que te levanta, te ofrece y, benévola, te deja caer de nuevo. A los humanos y a los delfines les gusta jugar con esa fuerza.

No siempre se calculaba bien. A veces perdías pie, la sucesión se rompía y tu cuerpo pequeño era arrastrado a una turbulencia de espuma y arena donde todo desaparecía. Desorientado, rodabas envuelto en trozos de conchas, algas y fragmentos pulidos de cascos de cerveza.

Y luego incorporarte aturdido y el mundo todavía ahí, entre el clamor de la resaca. Salir del agua, titubeante, vivo e indigno, buscando con los ojos ardientes de sal los colores de la sombrilla y del bañador de tu madre para recomponer de nuevo el orden de las cosas. Y así siempre.

Sobre el carácter nacional

21 sábado Feb 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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adulterio, CIA, Francia

El 9 de Noviembre de 2012, el general David Petraeus, director de la CIA y casado durante 37 años, dimite tras desvelarse una relación extramatrimonial con su biógrafa (lo que resulta terriblemente novelesco) y pide públicamente disculpas. Uno no pueda evitar imaginar una situación paralela en Francia, en la que algún ministro renunciaría a sus cargos tras el escándalo producido después de que Paris Match revelara que durante 37 años de matrimonio jamás tuvo una amante. En un discurso televisado, el político se enfrentaría a la nación con expresión digna y compungida: “pido perdón a mis votantes por este decepcionante comportamiento, filisteo y pequeño burgués que me desacredita como hombre de mundo y atenta contra las más puras esencias de nuestra cultura”.

Enciclopedias y melancolía

16 lunes Feb 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Aventuras de un señor de mediana edad

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cólera, enciclopedias, inutilidad, palabras, ridículo

Hace dos días, en compañía de mi hermano y un amigo, participé en una operación absurda y tan cargada de simbolismo que cuando lo pienso me entra la risa. Una carretilla y una furgoneta eran necesarias para nuestros planes.

La enciclopedia Espasa es un desaforado monumento intelectual fatalmente decimonónico; a lo largo de sus 180.000 páginas se procede a una acumulación insensata de conocimientos que el paso del tiempo ha aniquilado. Una serie de apéndices y suplementos de dudosa eficacia no logran redimir el fracaso. Entre sus 210 millones de palabras puedes encontrar desde una agotadora descripción de la producción industrial de nitroglicerina (¡en 1921!) hasta minuciosas instrucciones sobre como pintar a la Virgen María (guapa, pero sin abusar, con un exquisito cuidado para que el pie descalzo no llegue a turbar). Más de 100.000 biografías en las que un casi desconocido James Joyce es despachado en unas breves líneas, mientras que las vidas de obispos e ilustres jurisconsultos son preservadas para la posteridad en pulcras y concienzudas entradas. Del hipnótico despliegue de sus 119 lomos -negro de sotana y oro- brotaba un intimidatorio hechizo de severidad, aburrimiento y anorgasmia. Posando con una Espasa detrás hasta Serge Gainsbourg parecería un hombre de orden.

Mi padre no podía sospechar la futura aparición de la Red ni la caída en el desprestigio y la más estrepitosa inutilidad de aquel engendro que pagó a plazos sabe dios durante cuantos años. Él, que siempre fue un hombre optimista, pensaba de corazón que la memoria de la humanidad quedaba rescatada en la tipografía antipática de sus páginas y nos acompañaría, perdurable y radiante, a nosotros y acaso a nuestros hijos.

Cuando llegó el momento de hacernos cargo de ella sus dimensiones y su carácter intrínsecamente deprimente recomendaron su meticuloso embalado y almacenado en el sótano de la casa de mi hermano. Y de esa oscuridad nos dispusimos a rescatarla, porque en el nuevo piso donde se va a mudar no hay espacio. Provisionalmente la hemos trasladado a la mía hasta que pueda deshacerme de ella. No es fácil, nadie la quiere, las librerías de segunda mano se niegan educadamente, las bibliotecas públicas rechazan su donación, es un mamotreto de una conmovedora inutilidad.

Un cielo adecuadamente gris que amenazaba lluvia nos acompañó durante la operación de trasladar casi media tonelada de libros guardados en cajas. Nuestra furgoneta atravesaba la ciudad, la agitación y los atascos de un viernes por la tarde y a nuestras espaldas Bizancio, el teorema de Fermat y Santo Tomás de Aquino, ejecuciones, epidemias, las crueles costumbres de los insectos, proclamaciones y golpes de estado, huracanes y eclipses, tormentas solares, expediciones marítimas que nunca regresaron a puerto, religiones muertas, deslumbrantes construcciones del pensamiento, la historia de la literatura búlgara, técnicas de producción de porcelana… Luego idas y venidas, arrastrando jadeantes todo el saber de una era en una carretilla por las estrechas calles del Albaicín, hasta ir apilando una tras otra todas las cajas en un plato de ducha sin uso en la casa que ahora habito, junto a la caja con tierra de mi gato, como barras de uranio enriquecido en el corazón de un reactor nuclear.

Suelo ser una persona a la que a veces le cuesta controlar su frustración y dado por tanto a alarmantes aunque inofensivos accesos de cólera que mis amigos aceptan con una mezcla de resignación y humor. Sin embargo anteayer batí una nueva marca. Entre el agotamiento y la evidencia de la derrota de lo analógico, la inutilidad última de aquel esfuerzo y la responsabilidad de hacerme cargo de la memoria embalsamada de Occidente, un sordo sentimiento de irritación me iba invadiendo; así que cuando tras colocar la última caja y a causa de una torpe maniobra el grifo de la ducha se abrió y amenazó con empapar todas las cajas, estallé en un arrebato volcánico, entre Louis de Funes y un visigodo al que le hubiera mordido una víbora. Grité, blasfemé y acabé azotando con una toalla –sí, lo hice- la caja que contenía los tomos 61 a 68 (Tesalónica, Tiziano, tribadismo, Trento). El gato huyó despavorido mientras mi hermano me miraba con un mudo asombro.

Todavía me acompañaba una ardiente sensación de ridículo cuando esa noche me metí en la cama. Tardé en dormir, en la oscuridad sentía la presencia incómoda y masiva de todas esas páginas que nadie leerá. Una idea me asaltó antes de hundirme en el sueño. Pensé en ese gigantesco magma de millones de letras y palabras: en él y en sus posibilidades combinatorias están contenidas todas las conversaciones que conforman mi vida, las palabras de mi madre que he olvidado, las palabras de amor que he dicho en voz baja, los verdaderos, secretos nombres de dios, la última frase que pronunciarán mis labios y que desconozco, los libros que llegaré a escribir y los que podría haber escrito. Todo está ahí, amontonado en el lugar donde mean mis amigos cuando vienen a visitarme y donde con principesca displicencia lo hace mi gato.

Esta mañana lo he cubierto todo con una tela estampada, que hace más bonito y más alegre.

Conócete a ti mismo

11 miércoles Feb 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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actuación, adolescencia, carácter, yo

No seré yo quien niegue las confusiones y melancolías de la adolescencia, afligida por los límites aún difusos de nuestro carácter. Me recuerdo absurdamente trágico, nacido y criado en una ciudad a la que, por origen familiar, no pertenecía del todo; niño medio pijo desclasado que no terminaba de encajar en ninguna parte, de una timidez invencible, dando bandazos, estudiando carreras que no me interesaban lo más mínimo. Híbrido, inexperto, inconcluso.

Uno va sin embargo construyéndose como puede una personalidad. Tras toda una vida de pruebas y errores acaba con suerte –y algo de sentido del espectáculo- descubriendo qué es lo que funciona y qué es lo que no. Entre la improvisación y el método, a base de martillazos, pero también de sutiles modulaciones, se acaba por definir un tipo, un perfil estable que mantiene al abrigo de la mirada pública las zonas abismales de ti mismo, manías y ruindades, todo lo inevitablemente feo que también somos. Yo mismo he cristalizado de manera más o menos consciente en una figura entre paternal e irresponsable, jovial, navideña, ligeramente excéntrica, sentimental y dada a la facundia y al chascarrillo.

Me veo a veces desde fuera y me descubro repitiendo las mismas historias, utilizando los mismos recursos, fatalmente reducido a ser una especie de actor secundario, lo que se llamaba un característico. Me asusta la posibilidad de que ese personaje de una mala comedia de costumbres en que me he transformado acabe cansando a los demás del mismo modo en que a veces me cansa a mí. No soportaría una vida mal escrita que se jodiera en el tercer acto.

Alameda de Hércules

06 viernes Feb 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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ciudades, invierno, parejas

La muchacha tiene unos tobillos de una llamativa delicadeza, la letra alfa tatuada en uno ellos. Lleva de paseo dos galgos y atraviesa, heráldica, el espacio entre las dos altas columnas coronadas por leones rampantes. Otras chicas surcan la explanada en bicicletas, como fanfarrias silenciosas. Mi copa de vino brilla al sol sobre la mesa de la terraza y cerca de mí una pareja de viejos crápulas alternan las carcajadas con momentos de concentrada tristeza. Ella hace un gesto encantador, el gesto que haría una niña, la niña que todavía es. Un músico callejero interpreta en otra terraza -¡con una flauta de pico!- el dúo de La Traviata: “Libiamo, libiamo ne’lieti calici che la bellezza infiera”, siempre tan popular, siempre tan aristocrático. Una mendiga que parece haber brotado hace cientos de años de unos surcos en Transilvania se pasea entre las mesas, obesa y anacrónica, envuelta en harapos de un luto terroso, con un cartel que nos explica las razones de su desdicha, recogiendo las sobras de los platos. Echo la cabeza hacia atrás, exponiendo la cara al sol frío. La belleza bronquial de las ramas desnudas de un árbol se recorta sobre un cielo de ese azul esmaltado de la niñez, pequeños gorriones orondos y nerviosos lanzan al aire unos gritos agudos. Robustas, densas nubes se desplazan lentamente en las alturas sombreando la escena. Cierro los ojos y me limito a escuchar la agitación de los pájaros, el susurro de unas hojas secas arrastradas por el vientecillo, las risas de chavales que pasan, el zumbido de las ruedas de las bicicletas, la sonoridad ligeramente narcótica del habla de la ciudad.

A veces es una bendición el olvido de uno mismo, sentirse sin pasado y sin futuro, suspendido en un lugar extraño, que te atrae pero al que no perteneces.

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