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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: diciembre 2017

1 de Enero

31 domingo Dic 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

≈ 2 comentarios

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año nuevo, esquí, valses

Día incierto, tentativo, discretamente aburrido. El año empieza con las calles vacías y un bostezo. Aquejado de inexistencia, es un día sin planes, sin dirección, un día que no cuenta.

Sus mañanas vienen marcadas por una extraña liturgia. Desde que tengo uso de razón las televisiones públicas emiten en directo dos espectáculos europeísimos y heterogéneos: el concierto de Año Nuevo desde Viena y el Torneo de los Cuatro Trampolines.

Hay algo sorprendente en esto. Han pasado décadas de cambios desmesurados en sensibilidad, gusto, percepción, moral privada. La web, esa extensión planetaria de nuestro sistema nervioso, crea constantemente formas nuevas de ficción, de espectáculo, de discurso. Sin embargo, cada año esos dos iconos centroeuropeos permanecen como dos robustos menhires en la selva digital. Si creyera en conspiraciones, vería detrás la mano del Grupo Bilderberg.

El Concierto de Año Nuevo, un portentoso anacronismo que cada año celebra con cierto encanto de bombonera un baile de origen campesino puesto de moda, entre acusaciones de indecencia, durante los oscuros años reaccionarios que siguieron al Congreso de Viena. Por primera vez en un baile de salón no hay una coreografía comunal, las parejas bailan ajenas a lo que no sea sus miradas, girando sobre sí mismas en un principio de éxtasis. El Hollywood del siglo pasado lo elevó a un símbolo de fastos de cuento de hadas, sueños de opulencia para las clases desposeídas. Si nos ponemos puñeteros, puro kitsch vienés, decadente, hipócrita y dulzón. Especialmente si lo comparamos con los saltos de trampolín. Hay ahí como un ascetismo, una mística de guerreros concentrados, una estética Leni Riefenstahl que evoca mundos totalitarios.

También son dos formas de imaginar lo que nos deparará el año. El Concierto de Año Nuevo, nos habla del cumplimiento de todo deseo, del sueño de una vida sin aristas protegidos por un inmenso invernadero donde viviremos entregados al amor y la embriaguez. Es lo que nos deseamos los unos a los otros al chocar nuestras copas.

En el mundo real de los saltos de trampolín hace un frío que pela, un frío objetivo. De pequeño me encantaba ver al esquiador deslizarse por el tobogán más grande del mundo hasta que el suelo desaparecía bajo sus pies y era arrojado a la intemperie. Como todos nosotros.

Me gusta esa imagen. Un hombre reducido a una pequeña figura inclinada en un ángulo imposible, lanzada hacia lo desconocido, un vacío de nieve y abetos emborronados a una velocidad de flecha. Los ojos bien abiertos, absorto en el vértigo, la incertidumbre, la alegría del vuelo.

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Memoria y reprobación de la zambomba

22 viernes Dic 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

≈ 11 comentarios

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desencanto, Navidad, zambomba

La zambomba fue una de las primeras decepciones de mi vida. Recuerdo cómo me atraían de pequeño, su condición de maceta musical me las hacía de lo más simpático. Anhelaba una y finalmente la tuve, una zambomba pequeña. Los fabricantes de zambombas son muy buenas personas y hacen también zambombas pequeñas, adecuadas a las manos del niño. Todas mis expectativas sobre el instrumento se vinieron abajo ante su sosería y sus abrumadoras limitaciones. Acabé perdiendo el interés. Aquella desafortunada experiencia me ha empujado a una vida ajena a la zambomba y su práctica. Me siento ahora capacitado para razonar aquel rechazo.

Instrumento neolítico e insuficiente, una piel de animal muerto se tensa sobre una vasija de barro y de ella brota, umbilical, una varilla. Uno debe escupirse en la mano y frotar la varilla con un movimiento que evoca por igual la mecánica masturbatoria y el encendido de fuego por fricción. Arcaica como una flauta de hueso, su origen debe ser inmemorial y no se aprecian trazas significativas de evolución o mejora. Hay pocas cosas que no cambien, la zambomba es una de ellas.

El virtuosismo le es por completo ajeno. No hay manera de lucirse con una zambomba. No admite diferentes ataques ni dinámicas, no admite expresión. Incapaz de melodía alguna, ni de otro ritmo que no sea un ronco bombeo incesante, un bordoneo grave de oso agitado.

Idiotizante como instrumento solista y problemático en combinación con otros, su presencia abusiva lo baña todo con un irremediable aire bufo. Sólo funciona sepultada en el muro de sonido de una murga de voces regionales, cantando a grito pelado y golpeando la pandereta sin inhibiciones.

La tenaz, misteriosa pervivencia de ese instrumento tosco y modesto, de una conmovedora inutilidad, no deja de producirme cierta ternura y las pocas veces que a estas alturas me topo con ellas en algún puesto navideño me ronda el deseo de adoptar alguna.

He visto caer la prensa impresa, el negocio discográfico, el estado del bienestar. Creo que asistiré a la desaparición de las monedas y al desuso del petróleo, pero no estoy seguro de llegar a ser contemporáneo de su final y su olvido. Esa Navidad cierta en que alguien comprará, probablemente para otro niño que como yo terminará decepcionado, la última zambomba.

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Simplificando (una jeremiada)

12 martes Dic 2017

Posted by Salvador Perpiñá in política

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ofendidos, redes sociales

Uno no puede evitar ver cierta conexión entre la hiperactividad en las redes de los “ofendiditos” -feliz neologismo de Miguel Ángel Quintana- y la absurda judicialización de todos los aspectos de la actividad humana. A mí me irrita como al que más el tweet insultante del señor Jordi Borrell contra Miquel Iceta, pero me parece disparatado que intervenga la fiscalía. Del mismo modo me espeluzna el odio balbuciente, la fanática, cenutria agresividad, de los temas del colectivo rapero La Insurgencia, pero me parece un despropósito condenarlos a dos años de cárcel. Creo que existe el derecho a ser gilipollas y que la melonada debería quedar excluida del ámbito de lo penal.

Aunque me pregunto de qué nos extrañamos. Por estas redes nos gastamos una gazmoñería convulsa. Siempre, por supuesto, contra el “otro”, aquel al que hemos situado en el campo de los adversarios ideológicos, según sensibilidades y prejuicios con frecuencia adquiridos en la adolescencia y que en la mayoría de los casos se van sedimentado hasta adquirir una firmeza granítica.

Con cuánta facilidad declaramos nuestras ganas de vomitar, con qué beata suficiencia despachamos cualquier opinión con un lacónico “asco”. No importa que el texto esté razonablemente argumentado, basta que nos sintamos ofendidos para que con un desdén inaudito no sólo descalifiquemos las ideas expuestas en el artículo concreto, sino que las hagamos extensivas a todo cuanto proceda de la misma fuente hasta el extremo de negarle al autor la inteligencia, los sentimientos, la decencia y la mera humanidad, apresurándonos a firmar solicitudes en las que poco más o menos se reclama la muerte civil del personaje. Proclives al insulto fácil, desplegamos en nuestras pataletas todo un abanico de malas metáforas, recurrimos a silogismos averiados y chuleamos la semántica. Como niños malcriados, ninguna palabra nos parece lo suficientemente fuerte para expresar nuestra rabia y violentamos su sentido hasta que términos como fascista, genocidio o violación se evaporan, utilizados con una frivolidad tan pija como inquietante.

Medios de comunicación y políticos rinden vasallaje a estas turbulencias ideológicas, a estas formas histéricas y rudimentarias del pensamiento, hijas bastardas del prejuicio y la sentimentalidad. El ridículo, despavorido concepto “indignación en las redes sociales”, como una efímera versión de la vieja excomunión.

Todo vale en nombre de las nobles causas. Los ingenuos que creímos que alguna vez fenómenos como la cruzada contra las drogas nos parecerían una transitoria extravagancia, vemos ahora que por motivos no muy diferentes -justos, compasivos, aparentemente razonables- se pretende prohibir la prostitución. La pornografía y el juego aguardan su turno. Un día nos acabaremos preguntando cuándo empezó todo a ir mal.

La libertad y la belleza requieren azar y el azar nunca está exento de riesgos. Un exceso de sensibilidad nos podría acabar embruteciendo.

Royal 19 D.III, f.402

 

 

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