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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: junio 2020

Armonías Vocales Mesetarias

28 domingo Jun 2020

Posted by Salvador Perpiñá in música

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cantautores, grupos vocales

El fotógrafo los soltaba en el campo, abrigadillos o con ropa de entretiempo, lo veraniego no estaba bien visto. Unos árboles al fondo y unas peñas daban variedad al conjunto y cada uno de los integrantes del grupo miraba a diferentes puntos situados en una indefinida altura ideal, imagen por cierto muy ilustrativa de los problemas de la izquierda. Así se concibieron innumerables portadas de discos del género.

Durante una década abundaron en platós y radiofórmulas, supusieron la segunda alternativa nacional ―junto a la Gran Garganta Levantina― al gusto por lo yeyé y quizás por eso el franquismo se mostró indulgente con sus sospechosísimos adeptos.

Cultivaban una estética inconfundible de estudiantes de letras. La trenca, la chiruca, la chaqueta tricotada, la pana y el jerselillo apretao eran los outfits de elección, evocando un mundo de asadores castellanos, vinazo y tabaco negro, destilados del anís, tabernas y asambleas. En sus apariciones televisivas los atrecistas sembraban los forillos con brocales y aperos de labranza. Ellos oscilaban entre el clon de Alfonso Guerra y el seminarista, sin excluir a tiarracos bien plantados de masculinidad berroqueña. Ellas encarnaban a la moza garrida, con cierta castidad cooperativa de camarada, capaz de doblarte bebiendo magnos con pepsi.

Descendientes de la tuna y de los pioneros del folk como Agapito Marazuela o el profesor García Matos (ese Alan Lomax español) oscilaban entre el compromiso ideológico y la balada romántica de consumo, pero en los nombres de aquellos grupos y en sus letras siempre se exaltaba lo elemental: el agua de la fuente, la leña recién partida, el heno, los trigales y el vino, el pan en el horno, los tedios y melancolías de la tarde dominical. A tal respecto, en una canción de Mocedades la esposa engañada describe el adulterio de su marido con un impagable, robusto «pues tu ropa huele a leña de otro hogar».

Nada de chicas, en sus canciones se hablaba de la mujer mujer y hasta de la Hembra, había en sus referencias amorosas un erotismo sin preliminares, un empotramiento machadiano, perentorio, de levantarse después del suelo sacudiéndose a manotazos las agujas de pino de las bragas.

La aparición de la Movida en los albores de los ochenta asestó el tiro de gracia a aquel universo. Su recio imaginario castellano fue barrido por una colorida horda de divertidos homosexuales, hedonistas, sofisticados tunantes y urbanitas. Fabio McNamara derrotó al ciprés de Silos. España necesitaba diversión. Y la tuvo.

Es irónico que aquel severo sonido solo sobreviva en el mundo de la publicidad, al que tuvieron que reconvertirse muchos de sus intérpretes. Pizzas humeantes, fragantes jabones, bollería tradicional, miel, cuajada y turrones que se zampa el hijo pródigo cuando regresa ―siempre en tren― al hogar en Navidad, aparecen bañados por sus rústicas melodías, asociadas irremediablemente a la idea de lo tradicional, pulsando el nervio nostálgico, crepuscular, de los que conocieron aquella era. La verdad es que da un poquito de pena.

Deprecación

21 domingo Jun 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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aceptación, vida como tragedia

Hay una frase que se suele atribuir a Samuel Beckett y que me parece una atrocidad: «La verdad es que en la vida del hombre no sucede absolutamente nada». Careciendo holgadamente de su áspero genio, puede decirse que cuanto escribo en estas páginas, esas voluntariosas celebraciones de lo frecuente a las que os tengo resignados, es un inconsciente, tenaz intento por refutar semejante afirmación.

Y por eso muchas veces no soporto leerme, ¡menudo embaucador!, ¿de verdad me creo mis esforzadas, eufóricas letanías?, a quién pretendo engañar, considerando la imperfección del desventurado animal que somos, nuestra obcecación en el error, nuestra ciega obediencia a los credos a despecho de mil evidencias, el que no haya idea lo suficientemente estúpida para no ser seguida por multitudes dispuestas a matar y a dejarse matar por ella, que arrancarnos la vida de la manera más cruel sea una costumbre que precede al mismo lenguaje, que hogueras y mutilaciones, torturas inimaginables pueblan de espanto nuestros libros de historia, que la dura, arrogante violencia de los malvados somete a los mansos, que los farsantes logran engañar a todo el mundo todo el tiempo, considerando que envenenamos los mares y los pastos, que un pequeño ovillo de ADN puede poner de rodillas a la humanidad, que los años irán destrozando uno a uno los sueños de la juventud hasta la ruina de todas las ilusiones, que los pocos afortunados que los hicieron realidad viven con el miedo a perder lo que obtuvieron, que amigos y amantes nos decepcionan, que la misma gloria de la infancia es una ficción consoladora en la que acabaremos por no encontrar consuelo, que nosotros mismos somo alguien mucho peor de lo que pensábamos, que no hay segundas oportunidades, que asistimos sin enloquecer a la decadencia de nuestra carne, que perdemos el don de admirar como perdemos la memoria de las cosas, que la salvación no llegará, considerando que podemos sentirnos afortunados si un infarto nos fulmina antes de que el cáncer o la demencia nos esperen al final del camino para poner punto final a nuestros días entre dolor, goteros y mierda, sin grandeza, sin grandes frases, de un modo miserable y banal que ni siquiera toda la música de Bach podría redimir, que en resumidas cuentas todo nos ha sido dado para que lo perdamos irrevocablemente, que nuestro planeta será devorado por el sol y el mismo sol se apagará en una cadena inimaginable de naufragios hasta la muerte térmica del universo entero. No, no puedo engañar a nadie porque todos lo sabemos.

Y sin embargo… Sin embargo, ¿por qué todavía me conmueve la bondad de los desconocidos, el abandono bullicioso, destartalado y puro de los adolescentes, la ternura de los hombres crecidos con los niños, las grandes fiestas de la luz sobre los viejos edificios del pasado, el arrobamiento pequeño del pájaro, el cansancio de las camareras, los misterios del alumbrado nocturno, las palabras de los que ya no están, preservadas en los libros, la risa de los vivos, la voz de los amigos, el paso cauteloso del gato, la vida secreta, fragante de las plantas, por qué yo, que tantas cosas he perdido, lucho aún contra el desencantamiento del mundo?

No ceder en esto. Perseverar, intentar arrebatarle al tiempo lo que merece perdurar, contar lo que fuimos, nuestra sed un poco tonta de belleza y aventura, los labios que besamos, la nobleza de nuestras caídas, todo el amor que fuimos capaces de dar, la posibilidad de la alegría y hacerlo de la mejor manera posible porque esa esperanza es lo único que tengo. Sin rendirse, sin concesiones, mientras el cuerpo aguante.

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Georges de La Tour (1593-1652). «María Magdalena»

Azzurro

14 domingo Jun 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cielo azul

La noche pasa por ser el lugar de lo imaginado, lo mágico, lo irracional. Sólo la llegada del día restauraría la realidad. El hecho de que la falta de luz deje inservible nuestro más valioso sentido y que durante ella nos entreguemos a las aventuras del sueño no es ajeno a esta percepción. Lo cierto es lo contrario, la noche retira el velo y solo entonces vemos la verdad, la descarnada verdad, «la turbulenta forma del tiempo y del vacío en la que vibramos, vivos de milagro entre aterradoras desolaciones y vastas catástrofes», como enfáticamente escribí por aquí alguna vez. El cielo azul es solo un efecto óptico, una ficción consoladora, un cuento contado a los pies de la cama.

Pero esa ficción es nuestra patria. Los pájaros saludan con un vuelo jubiloso de borrachos el cielo niño de las primeras horas del día. Los terrores de la noche se olvidan, se nos ha concedido la gracia de seguir vivos un día más, el mundo ha sido de nuevo creado para nosotros. Las velas se despliegan y las caravanas se ponen en marcha, al viajero le asaltan presagios de buena fortuna. Los trigos, los racimos y las naranjas maduran bajo su manto protector, el cielo heráldico de las leyendas y las pinturas flamencas que se cierne benévolo sobre los caminos de los hombres, las torres y los tejados, la nieve de las cumbres y el azul hermano del mar. Para que nada nos falte, las grandes lentitudes de las nubes que navegan en silencio sobre él, lo significan, lo someten al tiempo, el cambio, la historia.

Los viajeros espaciales lo ven deshacerse conforme abandonan nuestra casa común, al final del día se desgarra entre grandes visiones de fuego y sangre y los pájaros, que tantas cosas saben, lo despiden volando de nuevo en círculos antes de entregarse al sueño.

Descomunal trampantojo, simulacro de sentido, decorado verdaderamente digno de los viejos dioses que nos abandonaron, sigue sonriendo sobre las ruinas, los camposantos, los estragos de la batalla. El lugar donde van los niños buenos, condición de la alegría, fuente de los recuerdos, cifra de todo bien y esperanza nuestra.

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Elogio de las gafas

07 domingo Jun 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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gafas

Duermen a nuestro lado, plegadas con la compostura de un gato. En sueños no las necesitamos. Tampoco en la intimidad incondicional del amor, donde sin ellas el desnudo se difumina piadosamente y adquiere un carácter abstracto. Tras la indecisión de las primeras abluciones del día ocupan su puesto en nuestra cara ―que tras tantos años parece sin gafas incompleta, provisional, menoscabada― y todo vuelve a estar en orden.

Los niños con gafas siempre tenían un no sé qué calamitoso. Las perdían, las rompían y quedaban desvalidos. Los niños con gafas tenían madres guapísimas que los protegían contra la crueldad del mundo, porque los otros niños se reían de ellos y su inclinación al despiste y al porrazo, ¡gafitas cuatro ojos, capitán de los piojos!

Mis primeras gafas me llegaron a los dieciséis años. Era tan ingenuo que me alegré de llevarlas, ignoraba que las gafas eran la señal de una limitación y lanzaban un mensaje poco recomendable al cerebro reptiliano de las adolescentes. Elegí unas gafas metálicas redondas, lennonianas que, pensé, me daban un aire interesante. Lamentable error que inauguraría una larga serie.

Muchas gafas han pasado por mis ojos a lo largo de los años, sujetas a mis orejas y mi nariz, a las modas cambiantes y a mis propios caprichos. Nos vemos en viejas fotos con otras gafas y nos resultan insípidas o extravagantes, como nos lo parece esa versión de nosotros de entonces. Siendo fatalmente yo, he gastado monturas de diseñador catalán, de profesor de instituto, de químico soviético o de senador republicano por Arkansas. Al igual que las casas y las parejas que hemos tenido, la gafas marcan periodos de nuestra vida. No me parece justo que en las prolijas y abrumadoras biografías, tan del gusto del momento, conste que por ejemplo Joyce vivió en Trieste, Via Giovanni Boccaccio 1, segundo piso, de febrero a julio de 1906, pero se omita que acaso en aquella primavera llevó unas gafas horrendas que no le gustaron a nadie.

Me da pena tirarlas, mis cajones son un cementerio de gafas. A todas les debo gratitud, me sirvieron lealmente. Mediadoras entre el mundo y la percepción, traductoras de lo extenso, muletas del ojo. Cuántas cosas excelentes vistas con ellas, olas, nubes, pájaros y árboles, páginas, películas y pinturas, otros ojos que quise, para siempre perdidos.

En alguna ocasión saldré silbando de una óptica con unas gafas nuevas sin saber que ya no habrá otras. Algún día funesto alguien, acaso un desconocido, me las quitará por última vez y las plegará con cuidado, definitivamente inútiles, en esa soledad geométrica, humildísima, de las gafas de los muertos. Y no importa y está bien así, donde quiera que esté ya no las necesitaré.

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Una entrevista

05 viernes Jun 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Sin categoría

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Una pausa para la publicidad. Entrevista de Javier Gilabert y Fernando Jaén para secretOlivo.

Salvador Perpiñá: «Un guion es solo un mapa de posibilidades, un proyecto sin terminar»

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