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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: diciembre 2022

25 de Diciembre

25 domingo Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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El cristianismo, sagazmente realista pese a la opinión habitual, se articula en torno a un nacimiento y a una muerte. Sin duda que la inmolación de una divinidad no es novedosa ―si a eso vamos, hasta en la injusticia de su condena hay ecos del proceso de Sócrates― pero el cristianismo aporta la idea de una muerte degradante, impensable en una mitología aristocrática y causa de su perduración. El mundo, al fin y al cabo, es de los desdichados y haber detectado la esencial fragilidad de los hombres es el acierto definitivo de lo que podríamos llamar una religión para la intemperie. Sin embargo, en esa idea de un dios que muere por nosotros hay un pasivo-agresivo «me debéis una» que nos disgusta un poco. Por eso el acontecimiento inaugural, la noche de Navidad, resuena con más cordialidad en los corazones humanos.

Otras veces os habré hablado de la Navidad de los pobres, de los abandonados, de los niños. Últimamente tiendo a contemplarla desde un ángulo en que jamás había reparado y es lo que tiene de celebración de lo humano. Un dios descubre los gozos de la carne mortal. Arrancado de los vastos orbes de la pura contemplación, de la transparencia y el número, ingresa en el tiempo. Su mirada de niño descubre la mirada de la madre, el calor bondadoso de los animales, la magia humilde del fuego, la fábula de las estrellas en el cielo. Qué risa de asombro podemos imaginar en ese recién nacido, hasta la mordedura del frío y la aspereza de la tela que lo envuelve son una embriaguez.

Con los años descubrirá los vértigos de la incertidumbre, el juego y la danza, el sabor del pan y de las uvas, la fidelidad del perro, el canto y las diferentes palabras que nombran las cosas, la ironía y las alegres obscenidades, la dulzura del sueño tras un día de trabajo. Hacer objetos con sus manos en el taller de su padre, rascarse donde le pica, saciar su sed en las fuentes, sentir la piel del otro. Qué revelación tocar lo que él mismo ha creado, asistir asombrado al paso de las estaciones, la migración de las aves, los cambios en su cuerpo, el aguijón del deseo.

En este día de Navidad imagino un dios que se ha enamorado de su obra, que no ha podido soportar la salida del tiempo y el regreso a su antigua condición. Arquitecto de universos que se bastaba a sí mismo, reniega ahora de su condición. Devorado por la nostalgia, quiere ser efímero y cambiante, incluso si eso supone sufrimiento. Porque debemos estar por encima del dolor y la miseria de nuestra condición, saber que el milagro nos espera a cada instante donde menos se le espera, que el mundo rebosa de abundancia y luz si tenemos los ojos bien abiertos y algo del corazón de aquel rapaz asombrado que fuimos.

Gentile da Fabriano (1370-1427)

Yves Klein, Hafiz y un señor del Bierzo. (Un cuento de Navidad).

17 sábado Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Historias

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El 22 de Diciembre de 1986 un tren atraviesa de noche la distancia entre París y la frontera española. Hace un frío del demonio y un joven Perpiñá viaja en uno de aquellos viejos compartimentos de segunda con un par de desconocidos: un chaval navarro y tenue y un señor del Bierzo que se parece vagamente a Adolf Hitler. El joven Perpiñá regresa a casa por Navidad tras tres meses de estancia en Oxford, que él esperaba parecidos a una novela de Evelyn Waugh y resultaron más próximos a una película de Ken Loach. El joven Perpiñá se siente fracasado porque el viaje ha sido sexualmente estéril y no ha escrito ni una página de la novela que esperaba escribir, pero allí se ha aficionado a John Dowland, la Motown y a Ella Fitzgerald y eso que se lleva. El joven Perpiñá vuelve literalmente sin un duro y se muere de ganas de pisar el umbral de su casa, abrazar a sus padres y amigos, amar de nuevo lo acostumbrado, sentirse querido.

La noche será larga y en un mundo aún analógico habrá que conversar. El lánguido navarro resulta ser un tipo de lo más sofisticado y le enseña una monografía que le habrá costado un pastizal sobre Yves Klein, artista avantgardísimo que Perpiñá conocía por una foto que vio de niño en un libro de arte y que le turbó lo más grande; foto donde dos señoritas desnudas se embadurnaban de pintura mientras un trío de cuerda tocaba sabe dios qué y un público burgués ponía cara de póker. Al afectado navarro le encanta el enfáticamente llamado “azul Klein”, único pigmento del que constaba su obra y que a Perpiñá le recuerda al azulete de toda la vida, aunque se abstiene de decirlo para no quedar como un gañán. Mientras, mira con el rabillo del ojo al silencioso, plácido, relimpio señor del Bierzo, preguntándose qué estará pensando de los dos listillos que tiene enfrente. El delicuescente navarro sigue hablando con una voz muy bien modulada, esta vez sobre Hafiz, poeta báquico, místico y persa, que Perpiñá aún no ha leído pero conoce de oídas, gracias a dios, porque a Perpiñá le preocupa la opinión que el fatuo navarro se forme de él. Pero como a Perpiñá también le importa la opinión del señor del Bierzo, que va muy abrigadito, le saca un poquillo de conversación con que vaya biruji que hacía en París, ya que el tiempo es «lingua franca de la sociabilidad, se hablaba del tiempo a la sombra de los zigurats y en las lonjas de Núremberg, se habla del tiempo en el Vaticano, en Miami y en Puebla de Don Fadrique», como escribió años después un Perpiñá mucho menos joven, pero algo menos imbécil y que sigue sin haber escrito una novela.

No recuerdo cómo pasamos del biruji a ello, pero el hombre del Bierzo empezó a hablar sobre el amor y nos dijo, con una voz extrañamente inexpresiva, que era convenientísimo antes de escoger esposa, haberla conocido desde que era pequeña, haberla visto crecer, para así hacerse una idea cabal de sus cualidades. Al vaporoso navarro y a mí nos pareció entonces una opinión de enorme rusticidad y seguro que intercambiamos una discreta mirada de estupor e ironía. Pero ahora pienso, qué demonios, Hafiz hubiera hablado así, Dante hubiera hablado así.

¿Por qué me acuerdo del berciano hitleriano?, porque he estado estratosféricamente enamorado y mirar las fotos de la mujer amada en su niñez ―aquella cosita pequeña que tenía que ponerse de puntillas ante el lavabo para cepillarse los dientes, que ya era ella pero que aún no era ella― me hacía sentir una ternura insoportable y solo ahora, en la aflicción, entiendo que quizás tras aquella silvestre barbaridad del viajero, hablaba una dulzura antigua y cereal, más vieja y más perdurable que las ruinas de los desiertos.

Se acerca de nuevo la Navidad, hace frío, las muchachas desnudas de Klein no estarán para muchos trotes, el señor del Bierzo descansará a dos metros bajo tierra, como mis padres, el irisado navarro me juego lo que sea a que comisaría alguna exposición y yo que he incurrido en las hipérboles sentimentales del bueno de Hafiz y que ahora entiendo hasta qué punto su dolor no era retórico, me consiento regresar mentalmente a ese vagón vacío que sigue atravesando de noche, en algún universo paralelo, los paisajes de aquella Francia que solo conocía por las novelas que amaba e imagino, solo por un rato, que me quedo dormido en él, sin que me vea el revisor, arrullado por el traqueteo y los recuerdos de una vida tan distinta a la que entonces esperaba, sabiendo que no tengo ya dónde regresar, preguntándome en qué estación terminará mi viaje.

Un happening de Yves Klein, que ya hay que tener poder de convicción.

Hora de partir

11 domingo Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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Ya el niño que aún eres ha llorado sus lágrimas de hombre. No cabe entregarse a la desesperación o al abatimiento, hay todavía tanto por hacer. Hay que desmontar el decorado, las altas torres de la hermosa ficción que construisteis, arrancar cada clavo y cada tabla del escenario donde se pronunciaron las palabras más dulces, las tiernas, un poco bobas palabras de los amantes. Que no se pierda una sola de ellas. Honrarlas como se merecen. Guardar cada pieza en cajas y clasificarlas en los vastos almacenes del recuerdo, enrollar las nubes y los cielos pintados, los jardines y las lluvias, apagar las luces, todo lo que nos deslumbró. Despedir a los músicos. Cubrir con una lona descolorida cada instante de felicidad, cada perfume, cada caricia dada. Los besos no, que abandonen el lugar en desbandada, porque es su condición ser libres.

Al final, terminada la tarea, no quedará nada en el lugar inhóspito donde se edificó el sueño, apenas un armazón desvencijado, el bastidor melancólico de todo lo que pudo ser, de todos los días que ya no, nada que haga pensar a un caminante en la alegría que se regalaron dos frágiles seres humanos. Quizás a la caída de la tarde un remolino de viento, como la vibración suspendida en el aire de una campana, como palabras susurradas al oído, un estremecimiento de luz. Todo lo demás lo llevas dentro, toda la felicidad que te fue dada, la risa y la zozobra, la cara que veneraste, la voz, aquella voz, todo aquello que te hizo mejor y debes proteger del olvido. Ser digno de lo que ocurrió. Abrigarte, seguir caminando a través de la tierra baldía, solo de nuevo, calentando tu corazón cansado con toda la gratitud que debes, porque el invierno está cerca.

Caspar David Friedrich

Un dios

04 domingo Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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En una playa solitaria en los confines del mundo, semioculta por la arena, hay una estatua quebrada, corroída por el salitre y los excrementos de aves marinas. Es una divinidad sin poderes y sin fieles que le rindan culto. Es la divinidad de las cosas que no pudieron ser, de los proyectos fracasados, de los animales depredados, de los pobres amantes sin esperanza que hicieron el ridículo, de los ahogados en el fondo del mar, de los niños muertos antes de siquiera atisbar las delicias del mundo, de los artistas sin talento, de los que conducen mal, de los muertos de hambre, de la lluvia sobre las cenizas, de aquellos a los que no les fue concedida la sal y el ingenio, de los soldados caídos el último día de guerra, de los perros con tres patas, de los feos, de los hombres y mujeres buenos que no follan y tiemblan en sus camas cuando cae la noche, de una mujer en mi barrio que pasa los días y las noches sentada en un banco, de los cantantes que desafinan, de los reclutas torpes, de las mascotas abandonadas, de los que se marean en los columpios, de Frank Poole, el astronauta de 2001 que por toda la eternidad dará vueltas lentamente en el espacio, de los críos gorditos y mansos, de los gatillazos, de las cartas que no llegan a su destino, de los que despiertan cada mañana en una cárcel por un crimen que no cometieron, de los que pisan una mierda, de los curas sin fe, de los tontos del pueblo, mofa y befa de los niños crueles, de la comic sans, por todos despreciada, de los cornudos, de las ballenas varadas, de los que una mañana perdieron su pelo, de los cuchillos mellados, de los negocios en los que no entra nadie, de las máquinas que ya no funcionan, de las manchas de humedad en las paredes, de la camisa caída del tendedero a un patio inaccesible y que ve pasar los años, del frío que se cuela por las ventanas en la casa de los pobres, de los países que nunca levantaron cabeza, de la cebolla y el ajo, de los que ven sus obras rechazadas, del dolor de los niños, de la cerveza que se queda sin gas, de los que esperan un whatsapp que nunca llega, de los que resbalan en la acera y se dan un batacazo, de los dientes que se caen, de aquellos a los que hemos olvidado, de ti y de mí. En este domingo destemplado rezo una oración secreta ante ella y deposito ante su desmañada figura unas flores mustias, un bolígrafo sin tinta y un pajarillo muerto.

Paul Klee, «El fantasma de un genio»

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