El bloqueo del escritor es una experiencia que no me resulta desconocida. El último me duró veinte años, qué les voy a contar. No es de extrañar mi frecuente interés por su reverso, los mecanismos y misterios de la creación.
Hace poco me topé con un singular grabado del siglo XVII. Pertenecía a una oscura publicación de un tal Robert Fludd o Robertus de Fluctibus, cuyos intereses pasaban con facilidad de lo científico a lo esotérico. Un negro cuadrado, que prefigura las abstracciones absolutas de Malévich, aparece rodeado por la frase Et sic in infinitum, y pretende representar los instantes previos al hecho inaugural de la creación del mundo.
Todas las cosmogonías arrancan de este instante inconcebible. Así en el Génesis: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Una serie de ideas e imágenes suelen repetirse, un caos primordial, una oscuridad indiferenciada y entonces una oscilación, una vibración, un acto de voluntad, la fuerza ordenadora del Logos o el ciego azar y se hace la luz, el tiempo, el número.
En nuestro imaginario esas visiones han sido sustituidas por la poderosa idea del Big Bang, un momento de máxima condensación seguido de un estallido, una metáfora con algo de pintoresco y levantino, el fiat lux sustituido por una inefable mascletá.
Ernst Jünger escribió que el modelo del Big Bang reflejaba adecuadamente el mecanicismo de la época. A él le parecía más interesante la idea de un salto, ursprung, «un silencioso despliegue del que se ramificase la música y la lógica».
En contra de lo que se podría pensar podemos entender la muerte, nos parece dotada de sentido porque la experiencia del fin nos es familiar. Sentimos el avance de la entropía en nuestros cuerpos, conocemos el cese del amor, la desaparición de imperios, algunas de las personas que hemos querido ya sólo las volveremos a ver y oír en los sueños. Pero esa idea del principio se nos escapa, tenazmente.
Conocemos, claro está, nacimientos y auroras, pero tienen más que ver con la idea de renovación, de un tiempo cíclico, estrechamente emparentados con el ciclo de las estaciones o el movimiento de los planetas. Qué extraña nos resulta por el contrario la idea de la creación absoluta, ex nihilo, el paso del no ser al ser, el inicio del devenir, el por qué hay algo en vez de nada de Leibniz.
Hay un cierto consenso respecto a que carece de sentido y es ingenuo plantearse preguntas carentes de respuesta, pero a mí todas estas cosas, sobre las que tanto ignoro, me causan un sencillo asombro.
