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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: mayo 2018

Rogamos apaguen sus receptores

26 sábado May 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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infancia, miedo, tv

«HURRY UP PLEASE ITS TIME
HURRY UP PLEASE ITS TIME»
T.S. Eliot

 

Entre mis recuerdos más antiguos se cuentan algunas imágenes fugazmente vistas en una pantalla de televisión en blanco y negro y que me espantaron: una figura vestida de blanco avanzando desde el extremo de un pasillo a oscuras, un hombre joven con las cuencas de los ojos vacías y ensangrentadas, un desventurado corriendo en llamas por una selva del Vietnam. También alguna música siniestra que te afectaba de un modo insoportable. No es de extrañar que en las pesadillas la pantalla de televisión fuera una abertura a través de la que podía brotar un horror indecible.

Cuando yo era pequeño la televisión se interrumpía dos veces al día. Un par de horas por la tarde los días laborables, como una siesta tecnológica, y ya al final de la noche hasta el mediodía del día siguiente. Había algo siniestro en estos últimos instantes de emisión nocturna a los que el aflojamiento de las rutinas en el verano te permitía acceder. Una locutora de continuidad con un rostro anormalmente pálido, ceniciento, confinada en un espacio angosto, antinatural, un no lugar, con un fondo musical de una melancolía inaudita, anunciaba el fin de la programación. La idea de un fin es perturbadora para el niño. Después el himno nacional sobre el rostro carcomido de un anciano cubierto de medallas, con cientos de miles de muertos a sus espaldas, y unas banderas moviéndose con lentitud sobre un cielo sin vida. Y entonces hacía su aparición el ruido blanco. Un enjambre de frecuencias estocástico, indiferenciado, similar a la radiación de fondo de esos inimaginables instantes que siguieron al violento origen del universo y que la incluye. Uno no lo sabía entonces, claro, pero intuía que tras el fin empezaba un caos, una nada.  Se abría el imperio de la noche y sus terrores. Un sonido de celesta desgranaba una escala espaciosa de siete notas aisladas y su inversión. La escala se repetía tres veces y a continuación una voz grave de mujer, distinta a todas, de una frialdad intimidante, inhumana, te conminaba: 

La programación ha terminado, rogamos apaguen sus receptores.

Aquello sonaba a advertencia. Era como si te avisaran de que, caído un velo protector, el espanto de una realidad paralela, algo malvado, enloquecedor, ajeno a todo aquello que te resultaba familiar y seguro, algo carente de lógica o piedad podía aparecer en cualquier momento en la pantalla o entrar en el salón de tu casa. Y corrías a apagar la televisión antes de que fuera demasiado tarde.

Captura de pantalla 2018-05-25 01.54.23.png

La oreja franquista

21 lunes May 2018

Posted by Salvador Perpiñá in política

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franquismo, orejas

La muy analógica orla universitaria constituye un pintoresco anacronismo en la época de Instagram o Snapchat. Decimonónica y pomposa, abundante en volutas, todo en ella tiene algo de decorado teatral, empezando por las fraudulentas mucetas de atrezo. Hemos visto muchas a lo largo de una vida; desde la nuestra, en la que un desconocido que se nos parece nos mira desde un pasado deprimente, hasta las que adornaban consultas de médicos y abogados.

Siempre me llamó la atención el aspecto que los estudiantes tenían en las antiguas orlas del desarrollismo, costaba imaginar que aquellas caras avejentadas correspondieran a jóvenes de apenas veinte años. Un aire decididamente casto, sénior, patriarcal. Los hombres se parecían invariablemente a Arias Navarro y las mujeres a Paloma Gómez Borrero. En especial siempre me llamaron la atención las orejas, poderosas orejas de soplillo cuya rica irrigación debía refrigerar no poco los duros veranos sin aire acondicionado, orejas hechas para escuchar largos discursos, acaso extendidas desde la infancia por tirones pedagógicos. Se diría que una enérgica batida podría hacer levitar al español medio en momentos de exaltación patriótica. Para mí esas orejas eran el franquismo, ya no hay orejas así.

Personas que no lo vivieron y, lo que es peor, personas que sí lo vivieron insisten en que vivimos en una especie de prolongación de aquel régimen que, como pocos, ha combinado lo malvado y lo ridículo. Y no es que el paisaje presente sea seductor. Existen grandes corrupciones y venalidades, reaparecen las viejas formas del miedo y se extiende la convicción de que conviene castigar muchísimo. Al tradicional halcón conservador, partidario de soluciones viriles y mano dura, le han salido por la izquierda curiosos compañeros de viaje prohibicionistas. Pero yo no veo las orejas.

La comparación del presente con el franquismo no deja de ser una hipérbole superficial y una pataleta, pero hablando en serio ¿podemos estar seguros de que no es posible un retorno del fervor totalitario?

A priori parece que no. Cuando se cae en lamentaciones del tipo ¿en qué mundo vivimos?, ¿cómo estamos educando a nuestros hijos?, evocando tiempos más humanos en los que reinaba la sencillez y la bonhomía, se tiende a olvidar que jóvenes educados en viejos valores, sentimentales, noblotes, idealistas, se evisceraron por millones en los campos de batalla de Europa a lo largo de un siglo espeluznante.

La melancolía de derechas deplora nuestro hedonismo, nuestra incapacidad para el sacrificio. La épica no es ya nuestro género, la música militar ya no nos hace latir el corazón. La melancolía de izquierdas nos escupe a la cara la vieja acusación sesentayochista: la apacible burguesía es aburrida, espiritualmente estéril, entregada a los goces del consumo, ignora la belleza convulsa y el riesgo. No creo que de las sociedades de este milenio pueda surgir nada parecido al fascismo, movimiento de malos estetas insomnes.

¿O quizá sí? Apagado el recuerdo de las feroces dictaduras del siglo pasado, nuevas generaciones han desarrollado una intolerancia patológica a la frustración de tener que vérselas con opiniones discrepantes (ese ridículo, sobreprotector concepto del safety room en los campus americanos). En la cultura popular se emplean tecnologías deslumbrantes y presupuestos fabulosos para narrar con mala caligrafía las hazañas de superhéroes, seres dotados de poderes ilimitados. La misma magia, la suspensión de las leyes de lo real por la fuerza del sentimiento está en el corazón de grandes sagas épicas y éxitos editoriales para niños y adolescentes. Creer que el mero deseo puede modificar inmediatamente la historia forma parte del zeitgeist y eso me inquieta un poco.

Porque los desastres no son inevitables pero a veces son imprevisibles. Pueden ocurrir inesperadas perturbaciones, anomalías, fruto del azar o manifestaciones de procesos que se llevan fraguando durante años sin ser percibidos sino por unos pocos aguafiestas. La civilizadísima Cataluña ha elegido a un residuo inexplicable de lo peor del siglo XIX como presidente. La hipertecnificación va a traer una progresiva depauperación del mercado laboral. Estamos aprendiendo a convivir con crueles estallidos de violencia aleatoria. Inseguridad, volatilidad de lo que creíamos permanente. Miedo, humanísimo miedo. En casos como estos es cuando en la historia se producen reacciones en cadena, búsqueda de refugio en ideologías salvíficas, funestos movimientos de acción y respuesta. Quizás no debamos dar por sentado el triunfo de lo justo y lo razonable.

Así que usemos nuestras pequeñas, delicadas, no franquistas orejas de humanos tardíos, sepamos reconocer el sonido inconfundible de la mentira, la mentira que apela a los sentimientos, a los más bajos y también a los más nobles. No toleremos la injusticia, pero huyamos de la rabia y el rencor, no idealicemos lo fallido ni culpemos al pasado de nuestras aflicciones presentes. No prestemos oídos a las voces farsantes de salvadores del mundo y vendedores de amaneceres, porque ellos nos abrirán la puerta de las pesadillas.

oreja

 

Cruz de Mayo

15 martes May 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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adolescencia, día de la cruz

Supe que dejaba de ser joven cuando me desinteresé por completo del Día de la Cruz, jolgorio floral, alcohólico y caballista que cada 3 de mayo tiene lugar en la ciudad donde vivo.

Durante la primera adolescencia era otra cosa. Aquel era un día exaltante, podías volver muy tarde a casa, te iniciabas en las alegrías de la embriaguez (sin sombra de ese sentimiento de congoja de la resaca adulta), te zambullías en la multitud que desbordaba las calles del casco viejo de la ciudad, te perdías y meabas en sus laberintos y acababas con grupos de desconocidos en esa humanísima fraternidad entre extraños que la noche y las catástrofes procuran.

Un Día de la Cruz un grupo de amigos fondeamos en unas viejas, grandes bodegas. Tan viejas eran que un azulejo en la pared recordaba el paso por ellas, de Don Teófilo Gautier, ampuloso y definitivamente simpático yeyé decimonónico. No sé cómo llegamos a eso, pero a grito pelado mis amigos me levantaron en volandas y me pasearon un poco. Si lo recuerdo ahora tras años de olvido es porque sin yo saberlo mis padres, abstemios y educaditos, a los que todo desmelenamiento inspiraba horror, estaban en aquel momento en el local con unos amigos castizos. Reconocieron a su hijo en el chaval muerto de risa que unos gamberros revoleaban sobre sus cabezas, entre el olor a tabaco y a vinazo. A la mañana siguiente no hubo reproches, hubo una insensata felicidad. Deberían haberse entristecido y sin embargo sus ojos brillaban. Les había dado un alegrón.

¿Qué es lo que vieron?, ¿recuperaron un destello de aquel abandono, aquella gracia que tuvieron que perder para sacarnos adelante? O no, quizás me vieron como nunca me habían visto, ajeno a su mirada, librado a mí mismo, alguien que conocían y que era otro. De repente no veían un niño, creían ver un futuro.

Ya no están, frecuentan mis sueños. Tampoco las Bodegas Muñoz, ni un par de amigos que me acompañaban aquella noche. ¿Y yo?, ¿podría decir sin sentimentalismo que tengo algo que ver con ese niñato ebrio y virgen, que ríe e intenta mantener el equilibrio, sostenido por sus camaradas? Cómo te conozco, locuelo, majadero, qué harto estoy de tus dramas. Imagino que te encantará saber que aún bebo con los amigos y que a veces sigo sintiéndome arrastrado y de nuevo me dejo llevar entre el vértigo, la incredulidad, la carcajada.

El_pelele

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