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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: octubre 2020

Una hora

25 domingo Oct 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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horas, relojes, tiempo

Existe un rechazo, medio anarca medio reaccionario, al cambio de hora invernal. La odiada burocracia europea introduce sus dedos de mercader en la sagrada urdimbre del tiempo, en la cadencia de amaneceres y crepúsculos, en los hábitos del cuerpo y del sueño, que es que no respetan nada, hombre. No quiero ni imaginar los berrinches predigitales que agitarían la mente europea cuando en 1582 la bula papal Inter gravissimas impuso el calendario gregoriano, robándonos en el proceso once días como once soles.

Confieso que todavía siento una alegría pueril cuando cada otoño el reloj se atrasa una hora. A las tres de la madrugada de repente se hacen las dos, hay una magia bondadosa en ello, aunque sepamos que no deja de ser un engaño, como esas mentiras piadosas que fácilmente calman la pena y el miedo de los niños. Días y horas, meses y años, a pesar de su bella correspondencia con los movimientos de los astros, carecen de entidad real, meras balizas con las que intentamos escandir el flujo inevitable del único tiempo real: el hilo indivisible, incesante, que separa nuestra entrada en el mundo del momento de la despedida final.

Solo una hora y uno la celebra con una alegría de tacaño, ¡es tan poco! Pero qué sensación de lujo, de tiempo regalado, de propinilla en la que se nos concede un módico exceso de la sustancia más valiosa, la sustancia de la que estamos hechos. Antaño, el instante me sorprendía aturdido en los bares y ahora me suele pillar sumergido en las aventuras no menos atolondradas del sueño. Y es una pena, porque en una hora se pueden hacer muchas cosas: puedes cortarte el pelo, escribir una columna, como los articulistas de raza, puedes operar una apendicitis, componer una canción, engendrar un hijo, firmar una ejemplarizante cantidad de sentencias de muerte como hacía cierto generalísimo de voz aflautada, cocinar una salsa boloñesa, seducir a una desconocida, derribar un gobierno, arreglar un grifo que gotea, escuchar de pe a pa el Dido y Eneas de Purcell, escribir una denuncia anónima. No menos de una hora empleó la marina real británica para derrocar en 1896 al sultán de Zanzíbar, poco más necesita el veneno de la serpiente para acabar con nosotros, en poco menos todos hemos desencadenado las rupturas más dolorosas. En los momentos de dolor, de celos, de espera, en la dichosa compañía del amante las dimensiones de la hora se expanden más allá de lo imaginable.

En una hora puedes decidir tu fortuna o cometer el acto del que te arrepentirás toda tu vida. Irreversible, única, preciosa. Despilfárrala si quieres, como un pródigo, pero no olvides que nunca te será devuelta.

Horologium mirabile Lundense, reloj astronómico de la catedral de Lund

A cappella

07 miércoles Oct 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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adolescentes, canciones

El barrio donde vivo te hace proclive a un costumbrismo pintoresco, folclórico y zarzuelista. A poco que uno se descuide acaba escribiendo entre Elvira Lindo y Pemán y para eso no hemos venido. Me bajaba una tarde de septiembre del transporte público con una bolsa de Mercadona, a paso renqueante pero gentil, pensando en lo problemático de una inmortalidad personal, en la irreversible decadencia de la civilización occidental y en qué iba a cocinar para una reunión de amigos cuando me adelantó un bullicioso grupo de quinceañeras recién arregladas para salir, dejando a su paso una estela de champú, chicle, pipas de girasol y perfumes florales. Yo a las quinceañeras las miro con una actitud de ornitólogo paternal, mi provecta edad me hace invisible a sus ojos, aunque si lo pienso también era invisible a sus ojos cuando yo tenía quince años. Me sorprendió que algunas de ellas arrancaran de improviso a cantar, costumbre que creía abandonada en la era del narcisismo digital.

Me acordé de otras tantas muchachas a las que recuerdo haber oído cantar por la calle a lo largo del tiempo, con esa misma mezcla de abandono, sororidad y atolondramiento. No nos pongamos líricos, conviene precisar que ese sonido es en verdad poco agradable, dado que las quinceañeras cantan a grito pelado y horriblemente mal y así debe ser. Es importante que desafinen como perras, si no parecerían miembros de la familia Trapp o de alguna siniestra milicia juvenil. No sé qué estaban cantando ―sería el equivalente a los Umberto Tozzi o Alejandro Sanz de otras décadas―, suficiente decir que se trataba de una canción de amor. Faltaría más. A las adolescentes, siempre más precoces, les gustan sin reparos las canciones de amor que los muchachos, todavía unos niños llenos de extraños pudores y rigideces, desprecian o fingen despreciar. A cambio, las mujeres acaban perdiendo el interés por el eros mucho antes. En boca de cantantes de cara bonita descubren y dominan una nueva lengua que analiza y comenta los procesos de la pasión, sus vértigos y sus desconciertos. Aprenden de memoria esas palabras llenas de significado que explican y ponen nombre a esos atropellados sentimientos que acaban de entrar en su vida, los Mysteries of love de aquella canción de Angelo Baladamenti y David Lynch que elevaba a alturas estratosféricas el romance juvenil y de clase media de Blue Velvet.

Y uno las ve en la frescura dorada y municipal de una tarde de septiembre, que para uno es el fin de un día más y para ellas una ventana abierta a toda alegría y siente algo parecido a cuando veía en los documentales el júbilo de los muchachos partiendo hacia la guerra, porque todas serán heridas tarde o temprano, porque conocerán los grandes desgarros del amor, sus rupturas, sus traiciones. Cada uno de esos ripios acabará en lágrimas desconsoladas confiadas a esas mismas amigas, porque el deseo y la pérdida son los motores del mundo. Nunca me ha atraído el budismo, que a tantas mentes sutiles ha deslumbrado. Me resulta cordialmente antipático, contra toda sabiduría me espanta la renuncia al deseo, me espanta incluso la idea del deseo satisfecho. Quiero querer, quiero fracasar, quiero cantar a grito pelado mis quimeras y patalear cada una de las derrotas que me esperan. Y todo eso me lo han recordado esas locuelas. Al final decidí hacer ensaladilla rusa, que me sale riquísima y nunca falla.

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