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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: enero 2023

Sobre el hablar con las manos

23 lunes Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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La función de las manos es modificar el mundo. Asombroso logro de la ingeniería evolutiva, nos han permitido intervenir en lo que nos es dado con consecuencias no inferiores a las del pensamiento lógico o el lenguaje. Dije alguna vez por aquí que la mano es el órgano que hace, que da el salto de lo posible a lo real.

Combinación asombrosa de delicadeza, elegancia y precisión, de las manos brota la música, las manos crearon imágenes que duplican y amplían lo existente, fijaron las antiguas palabras y las duras leyes en soportes perdurables. La mano acaricia el cuerpo amado, bendice, delata, dispara, procura el humilde goce de la paja, consuelo de los solitarios, la mano certifica la fiebre del enfermo o te da una hostia que te vuelve del revés; las manos del ciego leen el mundo, el niño antes de ser capaz de hablar señala con ellas aquello que reclama su atención. ¿Cómo extrañarse de la imposición de manos en actos de taumaturgia, de que el mismo Dios cree el universo con la extensión de sus dedos?

Hace poco, en una sobremesa, entré en uno de esos momentos de melancólico repliegue en que las conversaciones cruzadas se transforman en ruido de fondo. Reparé en dos amigas hablando en una esquina; no me llegaban sus palabras, pero sí podía ver sus manos. Se movían sin cesar, añadiendo énfasis, ampliando el significado de una manera rica, compleja, muy bella. Ninguno de esos gestos era consciente. Imitados desde la infancia o puro instinto, quizás rasgos heredados. Cuánta delicadeza en esos movimientos ondulantes, uno podría pasarse el día mirando cómo mueven las manos nuestros semejantes, pero ya no reparamos en esas cosas.

Los viejos maestros de antaño sí que fueron conscientes de ello. Las manos de santos y de reyes, de guerreros, marinos, cambistas y mercaderes, dialogan entre sí en las paredes de los museos, una música de manos, un tejido incesante de ademanes y refinamiento, que nos habla desde los siglos. A veces, cuando leo esos autosatisfechos catálogos de exposiciones en los que con una pedantería infinita se nos convence de todas las intenciones implícitas en las “propuestas” ―yo no quiero propuestas, ¡yo quiero afirmaciones!― con las que tal o cual artista gesticula para exhibir su ego de trilero, me sale un pequeño energúmeno que le grita: sé humilde, majadero, pinta manos, pinta manos como un descosido. Haz tu labor, descúbrete ante lo humano, atrapa el sentido.

Cof, cof…

18 miércoles Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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El hombre es un animal que se resfría. Incapaz de vivir en la desnudez, una rafaguilla ruin de aire es capaz de abrir una brecha en su sistema inmunitario y desarbolar su compostura durante varios días o, a las malas, hasta hacerle entregar la cuchara. Antes la gente se moría de esas cosas, de ahí ese obsesivo, emocionante “no vayas a coger frío” que madres y amantes recomendaban a los objetos de su devoción.

Pequeño ensayo general de la agonía, el catarro es una abrasivo coñazo con tintes tragicómicos. Nos falta el aire, dejamos de oler las cosas y la cara se nos descompone entre lagrimeos, secreciones y estornudos espasmódicos. Es imposible ser sublime en ese trance, todo hombre resfriado deviene pequeño burgués y vulnerable, un marido cornudo de vieja comedia. Sin embargo, cómo nos gusta el resfriado de la mujer amada, esa tierna rojez en las ventanillas de la nariz, esa voz lacrimosa, exhausta y esos pañuelitos con sus fluidos corporales, una tibia gomosidad de su cuerpo, ¡qué guapas se vuelven!

Al rebato del primer moco, mujeres y cuñados inclinados a la égloga nos recomiendan todo tipo de remedios naturales. Miel, limón, tisanas, ponches, vahos de eucalipto, propóleo… soft power que se propone a nuestro escepticismo, que solo cree en las glorias heteropatriarcales de la farmacopea moderna, sus agresivos antihistamínicos, sus vigorosos bactericidas, la codeína y sus beatitudes. Blitzkrieg contra el mal.

Uno le encontraba su encanto a aquellos quebrantos de la salud, proclives a la introspección, escuchar violas de gamba y leer relatos de fantástico victoriano, pero ahora los resfriados del boomer postpandemia vienen cargados de siniestras resonancias. El humorístico estornudo es sustituido por la tos abrupta. Largos, asmáticos, durísimos, áridos imperios de fiebre y esputos, nos hacen sentir indefensos, miserables, proyectos de difunto. Nos hacen también recordar a nuestros ancianos padres, expectorantes y en batín. Nosotros, que éramos inmortales. Uno, envuelto en una mantita, cof, cof, mohíno y garrapiñado, mira con ojos de perro añorante el solecillo bueno tras la ventana, el amable sol de las delicias y las ebriedades de antaño, que nos pide volver y nos espera y nos promete un inconcreto, modestísimo milagro. Cualquiera, el que sea. Tampoco nos vamos a poner estupendos.

Auge y decadencia de la sonrisa

08 domingo Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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La mayoría de los seres humanos sonríen enseñando los dientes, cosa que también hacen los chacales antes de lanzarse sobre ti y despedazarte. Carezco de esa habilidad específica, para mí tan inalcanzable como la de mover las orejas. Mi sonrisa es una sonrisa neutra y desdentada. Años de conciencia de mi limitación me han hecho forzar un poco los músculos faciales y aparecer en las fotos con una apariencia de sonrisa que, en los mejores momentos, parece hasta jovial. Solo yo sé que es un fraude.

Hasta mediados del siglo pasado, los poderosos del mundo jamás sonreían. En aquellas imágenes que legaban a la posteridad aparecían con rostros severos, senatoriales, en el mejor de los casos una ligera curva en los labios expresaba determinación o la placidez de una vida cumplida. Hoy, los amos del universo sonríen desaforados, no hay cartel, organigrama o dossier donde no aparezcan exhibiendo la piñata a todo lo que da de sí. Tiene su sentido, claro, la melancolía está reñida con la rentabilidad, aunque me gustaría conocer sus insomnios y sus desfallecimientos en la soledad de sus despachos, nidos de águila que dominan las ciudades. Hubo un tiempo en que me ofendían esas sonrisas, éxtasis del lucro, sonrisas incapaces de iluminar unos rostros hechos de ambición y rapacidad. Me daban ganas de gritarles, ¿por qué sonríes?, ¡la vida es trágica!, ¡todo lo perderemos, mamarracho! Todavía no entendía lo que significaban: no estás invitado a la fiesta.

Curiosamente, por el mismo tiempo se produce una inversión de atributos. Si la juventud dorada había sido la propietaria legítima de cierta despreocupada alegría, estrellas de la música y modelos, los objetos públicos de deseo, comienzan a exhibir un aire hosco y taciturno, una mueca de insatisfacción, desprecio y angst adolescente. Se despierta el eros y se escenifica el rechazo. La ausencia de sonrisa significa exactamente lo mismo: no estás invitado a la fiesta.

Y sin embargo cómo me gusta esa sonrisa en que los ojos muestran algo de tristeza ―la misma con la que miro cada mañana ante el espejo a alguien que conozco demasiado bien―, cómo recuerdo la sonrisa con la que me miraron las mujeres que he amado cuando ellas me amaban, cómo me conmovió la sonrisa de una joven desconocida que hablaba tras los cristales de un bar con sus amigas el pasado día de Reyes y es bueno que ella esté en el mundo. También sonrío al imaginar tu sonrisa, querido lector, cuando leas estas desordenadas, triviales reflexiones de un hombre cansado en un domingo de invierno.

2023

01 domingo Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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El 1984 de Orwell, el 2001 de Kubrick, el 2019 de Blade Runner… hemos pasado tranquilamente por todos los posibles futuros que marcaron nuestros años de formación. Ninguno de ellos se reveló profético, llega el 2023 y siguen existiendo las pipas de girasol, los churros y los trajes de lagarterana, los gitanos con la cabra y los polvorones. En cambio, hemos asistido a la desaparición de los discos, los jeans como prenda adolescente, los juguetes y la prensa y asistiremos al final de las monedas, el rock, el subjuntivo, la lógica racional en el debate público y, eso seguro, de nosotros mismos.

Con todo, el mundo nos empieza a resultar vagamente extraño, como si practicáramos un desapego preventivo al presentir nuestra futura partida. Todavía mantengo una antena conectada a lo presente, por coquetería intelectual, por no parecer prematuramente envejecido, pero vivo en los libros de gente muerta. Amo, me embriago y río en el presente, pero mi corazón vive en los siglos pasados, en su música y en sus obras, en las inagotables huellas del hombre en el mundo.

Hubo un tiempo en que el año nuevo me parecía una extensión ilimitada de posibilidades a la que me lanzaba como el esquiador que en el torneo de los Cuatro Trampolines salta al vacío cada uno de enero. Ahora tiendo a verlo como una niebla en la que uno se adentra con pasos cautelosos, sin saber si al doblar la esquina te espera la caricia o el garrotazo, rotondas de placeres o zanjas de infortunio, si besarás la espalda de una mujer o te partirás los piños resbalando en la acera, esperando un acuerdo cada vez más desigual entre lo familiar y lo novedoso.

Escribo esto en el jardín de la casa de una amiga queridísima, en uno de los lugares más luminosos de España. El mar y sus rumores y un puente colgante al fondo y ante mí una extensión de grama de un verde heráldico, donde corre un perrazo que se parece a Karl Marx, y unos pinos centenarios donde los mirlos se entregan a sus asuntos igual que ayer, igual que siempre. ¿Puede uno ser tan insensato como para esperar algo de este año?, al fin y al cabo el 2022 fue un buen año. Nada podrá devolverme su mes de Octubre, pero tampoco nadie podrá arrebatármelo. Espero seguir haciendo el ridículo, que es mi forma de santidad, espero mejorar en mi oficio y no aburriros jamás, espero reír y beber mucho, no hacerme vil, espero una vida sosegada y fetén.

Ay 2023, no acabas de empezar y ya te amo y te temo como a una vara verde, cabronazo. Me darás revelaciones y me quitarás cosas que amo, me traerás catarros, éxtasis y caries. Dispensador de gloria y asesino de esperanzas, no puedes ser de otra manera porque estás hecho de tiempo y robar está en tu naturaleza. Dios no tiene resacas.

Leonard Freed «New Year’s Eve. Grand Central Station NYC» (1969)

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