La función de las manos es modificar el mundo. Asombroso logro de la ingeniería evolutiva, nos han permitido intervenir en lo que nos es dado con consecuencias no inferiores a las del pensamiento lógico o el lenguaje. Dije alguna vez por aquí que la mano es el órgano que hace, que da el salto de lo posible a lo real.
Combinación asombrosa de delicadeza, elegancia y precisión, de las manos brota la música, las manos crearon imágenes que duplican y amplían lo existente, fijaron las antiguas palabras y las duras leyes en soportes perdurables. La mano acaricia el cuerpo amado, bendice, delata, dispara, procura el humilde goce de la paja, consuelo de los solitarios, la mano certifica la fiebre del enfermo o te da una hostia que te vuelve del revés; las manos del ciego leen el mundo, el niño antes de ser capaz de hablar señala con ellas aquello que reclama su atención. ¿Cómo extrañarse de la imposición de manos en actos de taumaturgia, de que el mismo Dios cree el universo con la extensión de sus dedos?
Hace poco, en una sobremesa, entré en uno de esos momentos de melancólico repliegue en que las conversaciones cruzadas se transforman en ruido de fondo. Reparé en dos amigas hablando en una esquina; no me llegaban sus palabras, pero sí podía ver sus manos. Se movían sin cesar, añadiendo énfasis, ampliando el significado de una manera rica, compleja, muy bella. Ninguno de esos gestos era consciente. Imitados desde la infancia o puro instinto, quizás rasgos heredados. Cuánta delicadeza en esos movimientos ondulantes, uno podría pasarse el día mirando cómo mueven las manos nuestros semejantes, pero ya no reparamos en esas cosas.
Los viejos maestros de antaño sí que fueron conscientes de ello. Las manos de santos y de reyes, de guerreros, marinos, cambistas y mercaderes, dialogan entre sí en las paredes de los museos, una música de manos, un tejido incesante de ademanes y refinamiento, que nos habla desde los siglos. A veces, cuando leo esos autosatisfechos catálogos de exposiciones en los que con una pedantería infinita se nos convence de todas las intenciones implícitas en las “propuestas” ―yo no quiero propuestas, ¡yo quiero afirmaciones!― con las que tal o cual artista gesticula para exhibir su ego de trilero, me sale un pequeño energúmeno que le grita: sé humilde, majadero, pinta manos, pinta manos como un descosido. Haz tu labor, descúbrete ante lo humano, atrapa el sentido.
