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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos mensuales: noviembre 2015

Un rito frecuente

26 jueves Nov 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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amantes, sueño

No recuerdo su cara ni su nombre, ni siquiera guardo un recuerdo concreto de aquella velada, pero en cierta ocasión un hombre joven, un inglés, me mostró un álbum de fotos con las palabras “The Zzz Album” escritas en la portada. Durante años había fotografiado a su chica mientras ésta dormía. Decenas de fotografías en papel donde un único rostro atraviesa el tiempo en sueños, el de la muchacha que en otro rincón del salón ríe sosteniendo una copa. Dormida en camas de pisos compartidos, de pequeños apartamentos, de hoteles, en la misma casa donde estábamos… podías prácticamente seguir el ascenso profesional de la pareja. Cansada o borracha, bajo la luz ingrata de un neón o acariciada por un sol que los árboles sombrean, con sal sobre los hombros o hierba en el pelo, desmadejada o hecha un ovillo sobre sofás y sillones, tapada con mantas o un improvisado abrigo. En ocasiones, la inocencia de su pie pequeño asomando entre las sábanas. Ella duerme, reduerme y resueña en asientos de aviones y trenes, en toallas extendidas en la arena, encima de alfombras persas, la cabeza vencida sobre la mesa de trabajo, con aspecto sereno o un hilito de baba en la boca entreabierta. Ocurrió en el siglo pasado, un tiempo todavía analógico, aquello era el proyecto de una vida, un monumento de paciente ternura.

Al amante le complace mirar el rostro del amado en el sueño. Hombres y mujeres se han entregado alguna vez a esa íntima devoción. Alguien que duerme evoca siempre la indefensión del niño. Conteniendo el aliento, admiramos los rasgos queridos que el descanso difumina, a veces extendemos la punta de los dedos para retirar un mechón sobre la cara. Momentos esencialmente incomunicables, de una grave dulzura, entrega investida de misterio por el silencio forzoso, ese respeto reverencial hacia el sueño ajeno.

¿Qué piensan los amantes cuando se ven dormir? El presente se dilata cargado de sentido, entre la gratitud y el asombro ante el otro. Pocas veces amamos más estando a la vez tan lejos. ¿Quién es realmente el que duerme a nuestro lado, a salvo de la dura vigilia? Con un estremecimiento sabemos que ella en ese instante está sumergida en esa existencia fantasmal, precaria, del sueño, no carente de peligros. Volviendo a los paisajes de la infancia, zambulléndose en las olas o haciendo el mal en una vida que jamás compartiremos. Y lo vive sola. No importa lo cerca que podamos yacer, siempre dormimos solos.

Picasso. «Le rêve» (1932)

Modestas reflexiones de un dubitativo ciudadano europeo (con un mensaje para amigos muy de izquierdas)

19 jueves Nov 2015

Posted by Salvador Perpiñá in política

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atentados París, Daesh, guerra

En estos días la saturación de racismo, teorías de la conspiración, cursilería y autoodio occidental en las redes sociales aconsejaría guardar silencio y no añadir más ruido.

Sin embargo, no puedo sustraerme al debate más importante de cuantos se plantean: cuál sería la respuesta adecuada de los países objetivo de la furia nihilista de ISIS (no sólo los países occidentales, ya que doy por sentado que la mayoría de los musulmanes del mundo detestan sus fines y sus medios y buena parte de ellos, además, los sufren).

Hay que descartar, claro. Hay que prescindir por un lado de los sempiternos halcones, amigos de las soluciones viriles y definitivas (“clarifinantes” según neologismo de Paul Watzlawick citado por Fernando Savater), los partidarios del “esto lo arreglaba yo a hostias”. Pero también de las almas bellas, convencidas de que al escuchar los primeros acordes de «Imagine” los endurecidos muyahidines -sus ojos humedecidos por las lágrimas- dejarán caer sus armas y se fundirán con nosotros en un abrazo fraterno. Quedarían así quienes han defendido con inteligencia y sentido de la medida dos posiciones opuestas. Resumiendo: lo que cabría denominar el argumento Chamberlain contra el argumento humanista. Por uno de esos automatismos a los que somos todos proclives los etiquetaríamos rápidamente como la posición de derechas y la de izquierdas.

El argumento humanista no requiere mayor explicación. Parte de nuestro rechazo civilizado de la guerra, fracaso absoluto de lo humano, y cuenta con poderosas evidencias recientes a su favor: las funestas consecuencias de la intervención armada en Irak o Afganistán y de los excesos vengativos de la política defensiva de los gobiernos de Israel. En ambos casos el problema que se pretendía atajar se ha agravado y enquistado. Añado que mi parte visceral y emotiva se adhiere a esta posición.

Pero está el argumento Chamberlain. Hagamos un recordatorio, forzosamente sintético. La Europa de los años treinta, escarmentada y asqueada tras el horror absoluto de la I Guerra Mundial, miró hacia otro lado mientras se producía el ascenso de los fascismos (el temor hacia la extensión del comunismo sería otro factor en la ecuación, pero no quiero embrollar demasiado la cuestión). Los hitos más importantes serían la política de no intervención en la Guerra Civil española y la política de appeasement de Neville Chamberlain, primer ministro británico desde 1937. Toda una serie de cesiones y negociaciones para evitar el conflicto armado, tragándose sapos como la remilitarización de la Renania o el Anschluss de Austria. Finalmente, tras una conferencia tripartita entre Inglaterra, Francia y Alemania se firman los Acuerdos de Munich en septiembre de 1938, dando vía libre a la anexión forzosa de la región de los Sudetes. A su regreso Chamberlain pronuncia las famosas palabras «Peace for our time», en una breve alocución que termina con un tranquilizador «Go home and get a nice quiet sleep». Un año después la Wehrmacht invade Polonia.

¿Es válido el paralelismo?, ¿es comparable en términos de fuerza real la amenaza que suponía el III Reich con la que supone el Daesh? Es una pregunta a la que no sé responder, pero sí que es comparable el pensamiento tras ambos. Ideologías despreciables, de una perversidad sin fisuras, que atentan contra todo cuanto el común de los seres humanos considera noble, justo y deseable y que merecen ser destinadas al basurero de la historia.

Se compara una posible intervención militar contra las fuerzas del EI con la que dio lugar a la Guerra de Iraq. No es una comparación justa. Aquella acción se basó en meras conjeturas de peligro que finalmente se revelaron fraudulentas. Las amenazas del Daesh son explícitas y concretas. Ni siquiera hace falta fiarse de todo cuanto se dice que han hecho, basta con ver en sus vídeos propagandísticos los crímenes que ellos mismos se atribuyen y la expresión exaltada de sus planes y sueños de victoria.

Antes he citado la política de no intervención en la guerra civil española (y cómo no pensar en los resistentes kurdos al mencionarla). A pesar de ella, muchos hombres y mujeres de izquierda de todo el mundo decidieron jugarse la vida y mancharse las manos de sangre matando a otros seres humanos, combatiendo contra lo que consideraban un grave peligro para la humanidad. Cuéntale a Orwell o a Malraux que “la guerra nunca es una solución”.

Hubo, desde luego, pacifistas en aquellos años, personas de gran inteligencia, dignidad y coraje, pero cuando no pudo por más tiempo negarse la enormidad de los hechos (a veces la historia se desborda y arrasa con nuestras más firmes convicciones) no era el momento de pensar en si el pueblo alemán tenía motivos para el resentimiento tras las duras cláusulas de Versalles y la atroz crisis económica de los años veinte, ni para apuntar la responsabilidad del gran capital o la burguesía como impulsores del nazismo, ni para indagar sobre sus fuentes de financiación, ni siquiera para hacer apostillas sobre los mezquinos intereses de las potencias colonialistas. ¿Significa eso abdicar de nuestro sentido crítico? Si me he expresado bien espero que no se interprete tal cosa.

No soy un valiente, opino desde el amable calorcillo de mi casa, lejos del fuego que muerde la carne, la metralla que mutila, los cascotes que probablemente machacarán y asfixiarán a inocentes. Carezco de conocimientos serios sobre geopolítica y mis inclinaciones basculan de un lado al otro conforme más voy leyendo sobre la situación. Mi opinión es en ese sentido absolutamente deleznable. No pretendo dar consejos a nadie, pero sí creo que recordar estos hechos puede ayudarnos a reflexionar con un poco más de sentido sobre una encrucijada en la que tanto nos jugamos

El lugar de la huida

13 viernes Nov 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Lugares

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estaciones, puertos, viajes

Fronteras entre lo habitual y lo desconocido. Estaciones de tren, de autobús, aeropuertos, variaciones sobre la figura del puerto. Términos como dársena o puerta de embarque señalan ese antiguo origen.

Hay en los puertos como una eterna juventud. La presencia resonante de aves, los mástiles apuntando al cielo, el mar que se despliega ante nosotros, promesa de ilimitada novedad, el cabeceo de las embarcaciones, ese sencillo milagro de flotar. Todo bañado por una sensación matinal, la idea de un comienzo siempre renovado.

También la puerta a un mundo que no nos pertenece. Monstruos marinos y huesos de hombres en los grandes pastos de los fondos. Los marineros blasfeman frecuentemente. Se atraviesan inmensas soledades entregados a un poder fabuloso, dado a temibles cambios de humor. Uno de los primeros juegos de un bebé es hacer naufragar pequeños barcos a la hora del baño.

Los aeropuertos tienen una parte burocrática, subterránea, clínica. Se cumplen una serie de enojosos trámites, se pasan estrictos controles, se apresura el paso a lo largo de grandes, laberínticas distancias o el tiempo se dilata en esperas agotadoras.

Pero conforme te vas acercando a la puerta de embarque hay un principio de euforia, todo vibra con una excitación mundana, los nombres de lejanos destinos parpadean en las pantallas, un brillo de deseo en todas las miradas, avidez de lo nuevo, avidez del encuentro, avidez del regreso, avidez de dinero. Y detrás la imagen hipnótica de los grandes aviones alzando el vuelo, la posibilidad, siempre, de la catástrofe.

Las estaciones de tren están saturadas de literatura, de pasado. Incluso en sus formas presentes más estilizadas hay algo que es puro siglo XIX, revolución industrial: el trazado inmutable de las vías, determinista, dictatorial, los vagones deteniéndose en el andén y abriendo en silencio sus puertas, los viajeros entrando y saliendo en una coreografía mecánica. Los trenes han sido el transporte por excelencia hacia los grandes mataderos. En contra de lo que nos dice la cinefilia melancólica, nunca se ve a nadie corriendo por el andén mientras se despide del amado salvo como broma y es una broma encantadora.

Las estaciones de autobús no se prestan a la mitificación, son siempre el decorado antipático de una película de realismo social, cuesta sentirse de buen humor entre el rugido de los motores ennegreciendo los techos. Y sin embargo lo humano adquiere un relieve extraordinario, como si los rostros se enfocaran. El aire resignado de los viajeros mal dormidos, los nombres hermosos o ridículos de pueblos pequeños que nunca pisarás, una especie de sufrida intimidad compartida, quien acude a una entrevista de trabajo, quien cuenta las horas que faltan para encontrarse con su amante, una corte nerviosa de ladronzuelos y hombres sin techo entregados a sus secretos asuntos, estudiantes que no se han acostado todavía, el aire ligeramente impropio y desvalido de los adultos que no conducimos. Ni grandes aventuras, ni grandes destinos, repetición de lo habitual. El fluido gris, luminoso, enternecedor de la misma existencia. Los hipotéticos predicadores de una religión recién creada buscarían sus discípulos en estos lugares de tránsito.

Pienso en las horas de mi vida transcurridas en esas tierras de nadie. A veces siente uno la tentación de considerar que constituyen los únicos momentos de realidad absoluta en una vida que no sería otra cosa que una quimérica sucesión de alucinaciones.

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