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Sobre el devenir y los notarios

15 viernes Ago 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Oficios

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devenir, notarios, oficinas, voluntad

Ayer me fui de notarios. Un notario suele ser un señor muy formal, de intenso aftershave y dado a propinar formidables apretones de manos. La notaría como destino era algo muy español. El camino hasta ella aparecía siempre descrito con los colores de la leyenda, los elegidos invertían años -en concreto los años de máxima plenitud vital- en inhumanas renuncias a la voluntad, horas y horas de flexo, tabacazo y cafeína. Obsesionantes proezas memorísticas, negación de sí mismo, capacidad fabulosa de sacrificio y escasas posibilidades de pasar la criba se mezclaban de tal forma que uno, al paso del notario, se sentía tentado de gritar: ¡olé tus huevos! ¿Qué les movía a intentarlo?, ¿realmente sentían algún tipo de interés, no digamos pasión, por el concepto de fe pública? En absoluto, se hacía por la promesa de un dinero que fluiría en abundancia, adornado de una cegadora respetabilidad.

Hay algo curiosamente arcaico en las notarías, todo allí es de una seriedad inapelable, definitiva, tenaz. Desde los lomos de protocolos encuadernados en piel que ocupan las paredes hasta esas grandes mesas en las que nadie ha celebrado jamás banquete alguno, desde la tinta de los membretes hasta los timbres de los teléfonos, que suenan con más severidad que en una comisaría. Una notaría es un lugar definitivamente adulto y la primera vez que escuchas lo de “elevar a escritura pública” puedes dar por terminada tu infancia. Éste de ayer tenía un aire distinto, quizás es que las cosas ya no son lo que eran. Lo noté melancólico, ligeramente difuminado, con una especie de timidez de la que no estaba ausente la soberbia. Aún joven, se me antojaba representante último de una especie que ya conoce su extinción futura. Cuando salí a la calle hacía sol y un viento frío que pelaba. Entendí que era en ese instante, y no el temido día de mi cumpleaños, cuando daba comienzo el tercer acto de mi vida. Nunca sales de una notaría como entraste.

(13-3-2014)

notaría

(Obsérvese esta foto con la debida precacución. Una larga exposición induce envejecimiento.)

Adenda. Casa tomada

22 martes Jul 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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burdeles, niños, oficinas, realidad, sueños

Hace un par de semanas hablaba por aquí de los sueños de la infancia. Olvidé mencionar un hecho que creo que no carece de interés. Poco tiempo después de que abandonara el domicilio familiar dispuesto a que la realidad me recibiera con una hostia detrás de otra, mi padre también encajó lo suyo: se arruinó. Era un hombre honrado, simplemente ocurrió que su modesto negocio no se supo adaptar a un tiempo cambiante. El recuerdo de esa lenta exclusión, que yo viví muy de cerca, me entristece ahora de un modo especial. Mi padre quedó anclado sin remedio en lo que yo denomino el mundo Olivetti, un mundo de caligrafía esmerada y copias con papel carbón, de floridas fórmulas de cortesía en cartas comerciales; mundo analógico, probo, de archivadores Roneo, abrecartas toledanos y aquellos libros de contabilidad de tapas duras y colores de una inapelable castidad. Se las apañó a duras penas para salvar lo que pudo y siguió pensando durante muchos años en planes de futuro que nunca llegaron a cuajar. La casa donde viví la infancia y la primera juventud fue vendida por un precio humillante a un tipo que no dudó en apretarle las tuercas, sabiendo que necesitaba vender. Seguro que luego se jactaría ante sus hijos de que papá había sido muy listo y se había ahorrado un dinerillo.

Un amigo vivía en el piso superior. Por él llegué a saber que la casa fue alquilada y que por una buena temporada funcionó en ella un negocio de prostitución semiclandestino. Para mi hermano y para mí aquello supuso durante meses la rechifla. Imaginábamos la habitación de nuestros sueños infantiles coronada por espejos donde se reflejarían las congestionadas desnudeces de viajantes de comercio en busca de esos segundos de contracciones espasmódicas en cuya búsqueda y justificación malgastamos la mayor parte de nuestra vida y el noventa y cinco por cierto de la actividad del inconsciente. Aquello era una metáfora muy graciosa y muy del gusto de nuestro nihilismo juvenil.

En el siglo XVI y lejos de su hogar, el cabalista sefardí Yosef Caro sostuvo alucinatoriamente que toda palabra pronunciada crea un maggid, un ángel respondiente. Sin ir tan lejos, ¿permanece algo de sus antiguos moradores suspendido en el aire de una casa?, ¿continúa resonando de un modo imperceptible todo lo que allí vivimos, los libros que leímos, las profundidades de nuestros sueños?

Si es así, pienso en la singular superposición de imágenes impalpables que heredarían los que ahora ocupan esas estancias: un arlequín siniestro saltando del marco del cuadro para devorar a un niño, un señor de Logroño empalmado sirviéndose una copita de Licor 43, Miguel Strogoff atravesando miles de verstas de oscuridad aferrado a la mano y la voz de una mujer, los juguetes dispuestos sobre el sofá del salón conservando como un rocío el brillo de su origen mágico, el día en que llegó una carta y te perdí, cumpleaños, Navidades, terrores, tedios, risas, asombros, Bambi pastando en la alfombra del salón, el sonido de los tacones de mi madre cuando se disponía a salir a la calle, mi hermano y yo borrachos y jóvenes andando de puntillas por el pasillo sin luz, la cabeza dando vueltas, una puta de Fonelas cepillándose los dientes y acordándose de una tortuga que una buena mañana le apareció muerta sobre el serrín… Estoy tentado de pasarme un día por allí y preguntar.

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