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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos de etiqueta: noche

Toque de queda

15 domingo Nov 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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noche, pandemia

La infancia paga su inocencia con sometimiento; la adolescencia, su vitalidad con angustia; la madurez, el conocimiento con decepción. Decepción del mundo, decepción de los hombres y decepción de uno mismo. No es tan terrible, se aprende a manejar el ocasional brote de melancolía, puedes vivir con ello. Sin embargo, hay momentos en la historia, como aquí y ahora, en que lo real no nos concede el alivio de la esperanza. Pensábamos hace unos meses haber recuperado el mundo, la vida que tuvimos y resulta que lo inevitable, lo que no depende de nuestros deseos ni nuestra voluntad, regresa e impone su dominio. Volveremos a los encierros, volveremos a perder las horas de una vida que pudo ser, volveremos a tener miedo a una muerte posible, los otros serán de nuevo una amenaza y las íntimas catástrofes de la ruina volverán a desvelarnos. Los políticos no estarán a la altura y los ciudadanos se entregarán a la furia, al veneno de las ideas simples y a los mercaderes de humo.

Mi amigo Juan Navarro a veces me habla de los tiempos de su juventud. Una larga melena cubría entonces la cabeza afeitada de tribuno romano que siempre le he conocido. Un temperamento explosivo y la lectura de Kerouac le empujaron a enrolarse en un barco pesquero que faenaba en el Gran Sol. Un día llegó su primera tormenta en alta mar. El cielo se ennegreció, alarmante, el viento empezó a soplar. Adicto a las emociones fuertes y harto de porros, se lo estaba pasando en grande con el balanceo del barco hasta que en la mirada de sus compañeros entendió el peligro. Bastó una señal de cabeza para que todos se dedicaran a plegar y amarrar cuanto había sobre cubierta. A continuación solo quedaba cerrar escotillas y refugiarse abajo, sentados en la cocina. Aguantar allí las siguientes horas «en silencio, mirándonos, pasando la botella».

Nos toca aguantar de nuevo, esperar que pase la tormenta y que la desgracia no nos alcance ni roce a quienes queremos. Cada cual tendrá su propia botella, cada cual encontrará dentro de sí aquello que le ayude a aguantar la soledad, el aguijón de la carne, el cielo negro de la tristeza y el desánimo.

Encerrado en la casa, el silencio nocturno pesa ahora de una manera especial. Uno imagina las calles vacías, recuperando sus atributos siniestros, esa sugestión de amenaza a la que no estamos acostumbrados, pero que ha formado parte de sus prestigios desde el principio de los tiempos. Como hace siglos, solo deambularán por ellas los brazos del poder, algún servidor municipal y muy pocos desconocidos. Amantes, desesperados, crápulas y criminales se dirigirán en silencio a sus asuntos bajo un firmamento indiferente. Asuntos que es agradable imaginar en la cama, mientras te dejas arrebatar por el sueño.

No hay mucho más, una desolación sin grandeza, un apocalipsis de clase media, un coñazo triste. Uno no puede decir algo consolador sin resultar trivial. Poco nos queda cierto entre las manos. Solo de una cosa estoy seguro: si alguna vez salimos de esta, no habremos aprendido nada.

Jakub Schikaneder (1855-1924)

Porque es de noche

12 lunes Ago 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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miedo, noche

La noche era el dominio del miedo. Tras la caída del sol llegaban las tinieblas y la fría luz lunar y el mundo se volvía un lugar misterioso, indescifrable. Ni siquiera en el espacio familiar entre las paredes de tu casa estabas a salvo. Te mandaban a la cama, la última lámpara se apagaba y te quedabas solo, temiendo la vigilia y temiendo caer dormido.

Porque esa oscuridad en calma, donde toda actividad cesaba, era el umbral del sueño, un territorio inexplorado donde a cada paso podía acechar un horror indecible, donde hasta los rostros y los lugares queridos podían experimentar inaceptables, amenazadoras mutaciones.

No querías descender al siniestro reino de lo inseguro y lo inesperado, pero el insomnio no era mejor. Las sombras y el silencio te sumían en un estado alucinatorio, la ropa sobre una silla se transformaba en una silenciosa presencia humana, los ojos de la virgen en el cuadro se movían en la oscuridad, los sonidos de la noche (contracciones y asentamientos del edificio, la risa ahogada del noctámbulo, la vida cruel y nerviosa de los insectos, el susurro tras los muros) adquirían una cualidad siniestra.

Y todo ello en una soledad radical, porque tus padres, aquellos que pueden protegerte de los peligros y del mal, duermen ahora, perdidos ellos mismos, navegando ese mar de sombras al que temes regresar. Librado a tus pobres recursos, escuchando tu aliento breve de niño, los golpes de tu pequeño corazón, solo las sábanas te protegen de los horrores que corren libremente por todas las habitaciones de la casa y que pueden aparecer en cualquier momento desde el pasillo. Cierras los ojos con todas tus fuerzas y sientes un aliento frío en la cara, convencido de que algo malvado y ciego, algo que mejor no ver nunca, se está inclinando sobre ti.

Horas después la luz se filtra por la ventana, se oyen los pasos de tu madre en la cocina, las puertas de las alacenas y luego la lenta expansión de un olor a café que instaura de nuevo el orden en un mundo recién creado cada mañana.

Ellos ya no están, hace mucho tiempo que uno se enfrenta solo a las emboscadas de una realidad que sigue siendo indescifrable. Nuestras creencias, nuestros proyectos, el personaje que nos hemos construido, el orden de nuestras vidas, todo cuanto hemos erigido para sentirnos seguros no es menos precario que aquella sábana bajo la que ocultabas el pie desnudo. Hay algo oscuro en nosotros al acecho, habitamos un torbellino caótico de fuerzas incontrolables, todo lo que creemos estable puede volar por los aires a cada instante. Yo todavía abro los ojos y me asombro al ver la primera luz del día, siento que todo ha sido creado de nuevo y ante el olor del café, el mismo de entonces, me invade una gratitud que es un principio de oración.

Louis_Janmot_-_Poème_de_l'âme_8_-_Cauchemar

Louis Janmot (1814 – 1892) «Poème de l’âme (8) : Cauchemar»

Aventurillas de un señor de mediana edad

20 lunes Jul 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Aventuras de un señor de mediana edad

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aventuras, noche, Realejo

Era primavera y hacía mucho calor. Pasé el día de una fiesta a otra, como si fuera un personaje existencialista de película de los sesenta, salvo que estos suelen ser más bien delgados y taciturnos. Yo hablé por los codos.

La caída de la tarde fue de una especial dulzura y recorría las calles en un discreto estado de exaltación psicodélica con los ojos bien abiertos, pendiente de las escenas que se me ofrecían. En la Cuesta del Progreso toda una alegoría medieval. Una vieja mendiga, apoyada en su bastón, apenas puede con su alma. Muy pequeña, apenas es, envuelta en un abrigo hasta el cuello y escondida tras unas gafas de sol. Una muchacha de aspecto eslavo e insultante vitalidad la adelanta corriendo con los auriculares puestos, el pelo recogido en una coleta al trote sobre su espalda. La anciana detiene su paso y se queda mirando embobada a la joven que se aleja. Luego rompe a reír.

Más adelante, a través de la puerta entreabierta de un patio, una talla de madera cuajada de flores y orfebrería, un hombre de ojos ardientes, ataviado con una túnica de terciopelo, ensangrentado, agonizante.

La noche cayó y se fue estirando sin esfuerzo. Acabamos cerrando el último bar y ya en el instante errático de la despedida, un par de chicas de unos veintitantos años se nos acercaron. La propuesta era extravagante: acompañadnos, vamos a encender una chimenea en un lugar secreto, pero no le habléis a nadie de ese sitio.

Algunos se retiraron, desconfiados, los más audaces o más ingenuos las seguimos por las estrechas y empinadas calles del que fue el barrio judío. Una última escalinata finalizaba en la cancela de una especie de palacete abandonado. Las chicas entraron hablándonos en susurros y las seguimos. Incluso en la oscuridad era evidente que el carmen estaba en ruinas, la maleza había invadido escaleras y terrazas. Puertas y ventanas o no existían o eran incapaces de cumplir con su función. Intercambiaron unas palabras con unos chavales que estaban durmiendo al raso sobre un sofá, en uno de los porches, la noche era tibia.

Pasamos al lado de un huerto, éste sí, bien cuidado y tras atravesar tropezando un área llena de malas hierbas y muros derribados alcanzamos una especie de chimenea incongruentemente situada en el exterior. Apenas había una botella de cerveza, una luna débil y unas pocas estrellas. Una de las chicas puso una enorme determinación en recoger leña y encender la chimenea, tarea nada fácil en el estado en que nos encontrábamos y con único mechero exhausto. Nos echamos sobre unas colchas que tapaban un colchón junto al fuego. La cerveza caliente, la escasez de tabaco y el humazo acre de los hierbajos secos nos transformaron por un instante en un improbable cónclave de mendigos. A mi lado una muchacha me dijo que estudiaba ruso y árabe. Hablamos del sonido de la viola, la guerra de los Balcanes y de experiencias con sustancias visionarias, lo que no estuvo nada mal para no conocernos de nada. Cuando finalmente se consumió el fuego estábamos todos en silencio.

Los pájaros, antes de que el cielo empezara clarear, anunciaron el fin la noche. Apagamos el fuego, volvimos a atravesar la maleza y el jardín, de nuevo a punto de rompernos la crisma en alguna zanja. Las chicas cerraron el portón de hierro y bajaron con nosotros. Nos despedimos en la normalidad de la calle Pavaneras, que nos recibió como un viejo pariente. No me ha resultado difícil guardar el secreto, sería incapaz de volver a encontrar esa cancela.

Sol de invierno

06 jueves Nov 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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calles, iluminaciones, noche, sol

Antes, me refiero a mucho tiempo antes, cuando era pequeño y muchas de las cosas aún no tenían nombre, la noche era el momento del gran misterio. Tumbado en la hierba mirando el cielo estrellado o atravesando de noche una ciudad desconocida, sin poder retirar la vista de las ventanas encendidas en las graves fachadas grises -tras cuyos cristales imaginaba posibles vidas, vidas todas que quería vivir y apurar- el mundo se me revelaba ilimitado, inagotable. Eso ya pasó, ahora conozco la noche y sé que es corta y que todo se repite y que no hay más, ahora es al contrario.

A veces llueve durante días, como si siempre hubiera sido así, y de repente una tarde sale el sol y uno puede experimentar un modesto éxtasis. El aire se hace transparente, el mundo aparece como lavado, enfocado, resplandece de novedad y juventud. Las fugas del paisaje revelan entonces una doble, triple profundidad jamás sospechada. Crees ver por primera vez esas mismas calles donde ha transcurrido tu vida. Pero no solo los objetos se nos aparecen cargados de un nuevo significado, el ojo se afina también sobre las personas que en ese momento abandonan sus escondites y salen en masa a la calle: las parejas de novios tristes, los grupos de muchachas riendo porque ha salido el sol y porque sí, el hombre desesperado que suplica y maldice a través de su teléfono móvil, la silueta que canturrea tras las cortinas absorta en alguna tarea, los niños de la mano de sus padres con ese aire resignado de los detenidos… en cada mirada, en cada frase entreoída, en cada rayo que cae oblicuo sobre las macetas de un balcón, uno cree captar el mismo secreto de lo viviente. Cuanto ves cobra sentido, asisten los queridos fantasmas del pasado y se mezclan sin remordimiento con locas fantasías sobre lo que ha de venir, todos están invitados a esta reconciliación tumultuosa. El mundo vuelve a ser una promesa de cambio y de aventura. De nuevo, por un breve instante, todo es posible. Finalmente cae la noche y acaba por poner las cosas en su sitio.

(24-2-14)

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