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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos de etiqueta: juegos

Casas abandonadas

06 lunes Jun 2016

Posted by Salvador Perpiñá in Lugares

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juegos, niños, ruinas

Imágenes de gran fuerza alojadas en las profundidades de la memoria, siguen frecuentando nuestros sueños.

Siempre ha habido chiquillos jugando entre las ruinas. Una interdicción pesaba sobre ellas. Las casa abandonada, el lugar donde no debes entrar y donde todo lo malo te puede pasar. Los adultos sabían que estaban llenas de recuerdos aciagos y que también las frecuentaban fugitivos, locos y monstruos.

Derrelictos que nadie reclama, los niños pueden tomar libre posesión de ellas con el goce de conquistar un espacio propio. Conocen la entrada secreta, una simple cuerda que amarra una puerta desvencijada basta como señal del apropiamiento. A veces se acondiciona una parte con un remedo muy pobre y muy tierno de decoración.

En su interior hay que andarse con cuidado, abundan los peligros. Clavos, cristales rotos, astillas, el reino del tétanos, las temidas heces en el umbral de una puerta, arañas grandes y rápidas como no volverás a ver, la catástrofe definitiva del colchón abandonado. También descubrimientos irrisorios. Una pequeña jaula de madera, una palangana rota, un almanaque detenido en un verano remoto, un trozo de espejo todavía adherido al papel pintado de un muro vencido. La maleza invade los interiores, borrando los límites entre el orden humano y la tenaz turbulencia de todo aquello que nos sobrevivirá.

Un aire hecho de tiempo coagulado. Cerca de las ventanas bailan partículas en suspensión que el sol hace brillar mientras suena una chicharra desde algún lugar dentro de la casa.

Allí los primeros actos de rebeldía. Al abrigo de la mirada y la censura adulta, los niños se comportan a sus anchas, celebran rituales atolondrados, fuman, se disfrazan, en ocasiones hay accesos de agresividad. También en su momento la masturbación en cuadrilla, extravagante celebración de la pujanza nueva del sexo, el esperma primero derramado sobre ceniza y cascotes como en un culto arcano. Son lugares donde abundan pintadas obscenas hechas con un tizón.

Me gusta pensar que a esas casas les agrada la presencia estridente de niños, como al árbol le agradan los pájaros entre sus ramas. Su risa, sus juegos y sus bulliciosas violencias rompen el silencio e instauran de nuevo el tiempo. Como si todo pudiera volver. Su mirada transfigura esos mundos sórdidos, aboliendo el recuerdo del mal, embelleciéndolos de novedad y aventura. Como un último, delicado, misterioso tributo que la infancia rinde a la decrepitud.

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Bang Bang

25 lunes Abr 2016

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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armas, juegos, niños

Hoy tengo una mala noticia para las almas bellas. Los niños adoran las armas. Pequeños y vulnerables, súbditos de obediencia permanente, no es de extrañar que pistolas, fusiles, ametralladoras y espadas inocuas les otorguen por unos instantes una rara ilusión de poder.

Buena parte de la diversión en la infancia consiste en la representación ritualizada de las guerras adultas. Aún cerca del principio, la muerte como juego.

Están las armas que matan a distancia y las del cuerpo a cuerpo. Desde 1977, con la irrupción en el imaginario de la cargante mitología de George Lucas, a las nacidas del fuego y la forja se añade la abstracta espada láser. Pero sin duda preferíamos las armas de fuego. La espada estaba confinada a juegos a dos. Las luchas multitudinarias, esas coreografías de los Tres Mosqueteros o las películas de piratas, tenían algo ligeramente torpe y confuso, como de orgía de armas blancas.

El chas chas de las espadas, el zumbido de las armas láser, el bang bang de las armas de fuego (que ha ido mutando por décadas, conforme cambian las inclinaciones de los técnicos de sonido en las películas), el tatatatá de la metralleta… esos sonidos que, como pájaros enloquecidos, emiten la crías humanas donde quiera que el espacio permite sus encuentros tumultuosos.

Toda la guerra está en esos juegos. La emboscada, la tensión del ataque, saltar obstáculos, correr expuesto bajo el fuego enemigo, el corazón golpeando en la garganta. Todo menos el miedo. Nada es irreversible aún, nada puede hacerte daño, caes rodando a la tierra dura sin romperte los huesos. A veces ese diálogo que sería tan hermoso oír en las guerras de verdad, las de la sangre y la carne quemada:

-No vale, te he dado.

-No, no me has dado.

-Anda que no.

-Bueno, venga.

Y tocaba entonces morir. Morir es algo que a los niños les encanta simular. Uno se llevaba la mano al corazón y emitía un gemido teatral, daba unos pasos vacilantes hasta caer al suelo. Allí te arrastrabas todavía un poco más, un bel morire, fingiendo una cara crispada por un dolor imaginario, extendiendo el brazo hacia delante mientras tus compañeros disparaban las veces que hicieran falta hasta que tu sobreactuación llegaba necesariamente a su fin y quedabas tumbado sobre la hierba o sobre el polvo amargo, los ojos cerrados de muertecito. También morir mirando las nubes moverse lentamente sobre el cielo.

Y entonces el milagro tantas veces repetido en mañanas de primavera como esta de hoy, entre el zumbido de los insectos y el escándalo de las flores abiertas, cuando como en los sueños nos levantábamos sin asombro de entre los muertos y volvíamos a correr, gritando de excitación, los ojos brillantes de deseo, amos del tiempo.

Cosas vistas en espacios públicos

21 viernes Nov 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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animales, devorar, juegos, madres

Hace poco reparé en una madre y su hijo pequeño, sentados en un banco cerca de mí; ajenos al resto del mundo que un débil sol de invierno calentaba, sumergidos en un diálogo intimísimo, hecho de palabras apenas con sentido, balbuceos, pequeños gritos. La madre lo sostenía sobre el regazo y su cabeza se lanzaba sobre el cuello del niño fingiendo un mordisco imaginario, “¡que te como!”, decía una y otra vez y el niño reía porque hallaba deleite en esa misma repetición.

Yo miraba el rostro sonriente de la mujer. Sin saberlo, reproducía el juego que su madre y la madre de su madre habrían jugado a su vez, y así probablemente desde tiempo inmemorial. ¡Que te como! No es un juego sin sombras. Tras él se agazapan los ogros y los lobos de los cuentos infantiles, Cronos devorando a sus hijos, el temblor del hombre escondido en una cueva mientras las bestias devoran a un compañero –y él lo oye todo- el pánico primordial del herbívoro corriendo por la sabana para salvar la vida, cegado por el sol, el corazón palpitante del pájaro que vuela mientras la sombra del halcón se cierne sobre él, la descarga ciega que agita al cardumen en las aguas profundas, el espanto de la criatura enredada en la tela de araña.

Que semejante conocimiento abismal haya sido transformado en inocencia y risa infantil dice mucho y muy bueno sobre nuestra especie.

(3-2-2014)

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