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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos de etiqueta: fiestas

Sobre la celebración de cumpleaños

21 lunes Ago 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cumpleaños, fiestas, tiempo

Cientos de miles de millones de estrellas giran a velocidades vertiginosas alrededor del núcleo de nuestra galaxia. Entre ellas el sol y el planeta donde hemos venido a aparecer, que orbita en torno a aquel en un coqueto pas de deux sideral, saturado de eros, «l’amor che move il sole e l’altre stelle». Durante el tiempo que nos lleva cumplir una vuelta entera -protegidos de radiaciones letales y la congelación instantánea por una delgada capa de gases- las constelaciones que orientan a los navegantes se desplazan en el cielo nocturno, se suceden los ciclos estacionales y agrícolas, la serie inmemorial de los trabajos del hombre. Era inevitable emplear ese plazo como una división arbitraria, para escandir el tiempo de nuestras vidas.

Los hombres festejan los cumpleaños, se embriagan, se hacen regalos, reparten grandes abrazos, intentan hacerse reír los unos a los otros y fantasean con propósitos de enmienda. No siempre ha sido así, celebraban aquellos que detentaban el poder y la riqueza; el común de los mortales no tenía verdaderamente muchos motivos para hacerlo, si acaso el alivio de la supervivencia. Nosotros, más afortunados, organizamos grandes fiestas, pero cada nuevo aniversario nos hace sentir angustia.

En un mundo en que conociéramos de antemano la fecha de partida los cumpleaños serían meramente negativos. Los niños nacerían con la cifra de todos los años de su vida y los aniversarios serían una cuenta atrás. Entre los compañeros de clase unos tendrían setenta y cuatro años y otros nueve, las desigualdades resultarían insoportables, ¿cómo se vive con eso?, ¿bajo qué principios se construirían sus sociedades y sus sistemas de pensamiento?

También podemos imaginar un mundo en que el tiempo no sea medido, donde piadosamente se nos ahorre conocer el instante de nuestro nacimiento. Quizás la angustia de la edad es de índole estadística, una vida sin segmentar simplemente fluiría sin balizas ni recordatorios, en una duración elástica, un atravesar el tiempo en que tan sólo ocasionales señales de nuestro cuerpo nos recordarían «el único argumento de la obra».

¿Por qué lo seguimos celebrando? Lo hacemos porque de niños era el gran día, día consagrado a ti, rey por unas horas. Día de excepciones, sorpresas e indulgencia. Una fiesta en tu honor culminaba con el ritual escandalosamente pagano de apagar las velas con tu aliento breve de niño. La edad te mejoraba.  Eras un año mayor, más alto, más fuerte, más hábil, procesando cantidades ingentes de información sobre cómo funciona el mundo, ampliando los límites de tu pensamiento, cada vez más capaz de valerte por ti mismo, más cerca de una independencia sin tutelas, ansiando dejar de ser un niño, hacer las cosas chulas que hacen los adultos. No podías sospechar la magnitud de la pérdida.

Ahora the thrill is gone, seguimos aferrándonos a la vieja costumbre, pero no encontramos aquella alegría. Hay otras cosas, sin duda. Nuevas y viejas amistades se mezclan en una trama compleja de lealtades y afectos, no puede negarse una indudable mejora en la calidad de las bebidas y las conversaciones desde aquellas fiestas adolescentes. Durante unas horas el lugar es un bullir travieso de humor, ideas, agitación, seducciones. Es lo de siempre y a la vez es otra cosa. Llegado un punto -como en el último movimiento de la sinfonía de los adioses de Haydn- los invitados abandonan la fiesta en un lento goteo. El espacio se vacía, baja la presión y finalmente quedan unos pocos golfos que se sientan, apurando en sosiego la noche, hablando en voz baja de banalidades o haciendo tremendas confesiones, intentando que no se acabe. Se hace lo que se puede, pero alguien se da cuenta de que está cansado, se levanta y se disculpa, los demás lo siguen. La reunión se disuelve y todos regresan a sus casas. Cierras la puerta diciendo una última gracia, escuchas los susurros en la escalera, el portal que se cierra, alguna risa en la calle hasta que uno queda a solas entre las ruinas de la fiesta, en un silencio como no hay otro igual. Es un buen momento para consentirse unos minutos de introspección. Luego ya, eso va en caracteres, uno decide si recoger esa noche o dejarlo para mañana.

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Anne-Françoise Couloumy. “Réception” (2010/2011)

¡Escándalo!

15 sábado Jul 2017

Posted by Salvador Perpiñá in política

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fiestas, moral pública, puritanismo

«Aunque tenía ya varias décadas de existencia en Roma, fue en el año 186 a.C. cuando los cónsules Espurio Postumio y Quinto Marcio descubrieron que se celebraban en la ciudad bacanales o «Misterios orgiásticos» nocturnos. Su reacción fue fulminante, y tiene para nosotros el interés de contener los parámetros que acompañan a una declaración de plaga moral. Por su magnitud, tanto como por sus específicas circunstancias — acusaciones estereotipadas, sin garantías de procedimiento, completamente inusuales en el trámite jurídico romano- esta iniciativa constituye el principal precedente de las persecuciones religiosas que se harán crónicas en el Bajo Imperio, y de todos los procesos ulteriores por hechicería». Así nos explica Antonio Escohotado en su “Historia de las Drogas” la aparición del ceñudo senadoconsulto De Bacchanalibus, mediante el que la República pretendía atajar con medidas de extrema dureza los excesos en los cultos báquicos.

El viejo puritanismo adopta formas insospechadas. En la España del 2017 le ha tocado esta semana a los Sanfermines ser el centro de una de esas enérgicas ofensivas que forman parte del metabolismo de las redes. Tras la infame violación colectiva del año pasado, muchos medios pugnan por ofrecer la imagen más dantesca posible del festejo y parece como si el progresista sin fisuras tuviera la obligación de rechazar energicamente unas celebraciones bárbaras y anacrónicas, que nada pintan en pleno siglo XXI. Olvidan que es precisamente esa naturaleza caótica y elemental lo que las hace irresistibles y demuestran no entender en absoluto, como no lo entendió el legislador romano, el componente dionisiaco de nuestra naturaleza. Otra cosa, por supuesto, es que incluso en ese estado de excepción que toda fiesta pública supone, siga vigente eso que llamamos civilización y la ley persiga cuanto atente contra la dignidad humana.

Veo en los muros el enlace a un artículo del portal “Kaos en la Red” con el titular “Sanfermines: Fiesta de Vergüenza Nacional”, que incluye párrafos de furor decimonónico y sacristanesco como este: «Revolvamos entre sí todos esos ingredientes repugnantes durante siete días y el resultado en España no se llamará vergüenza y delito sino Fiesta declarada de Interés Turístico Internacional, vendiéndose al mundo como orgullo, tradición y señas de identidad, lo que da una idea de la catadura del vendedor. Si ya producía arcadas que fuesen legales, verlos elevados a la categoría de intocables es ser testigos de a qué límite puede llegar bajeza humana». Pienso melancólicamente que la izquierda no era esto. O no debiera serlo.

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Fin de Agosto

25 martes Ago 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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escritura, fiestas, futuro, verano

A veces se corre el riesgo de malgastar la vida. Entonces una decisión un poco torpe tomada en un impulso lo cambia todo en un abrir y cerrar de ojos. De repente te ves librado a tus propios medios, enfrentado a una realidad que es a la vez una intemperie y una promesa, en un estado entre la euforia y el pánico. Así las cosas nada mejor que escaparme un par de días a una cita con un grupo masivo de amigos que cada año se reúnen al final del verano en Válor un pueblo de la Alpujarra nororiental. Música en directo y un cultivo tranquilo pero contumaz del exceso han formado siempre parte de un peregrinaje cuya repetición nos conforta con la idea de un tiempo detenido.

Este año me he alojado en un hotel que por el mismo precio me ha permitido dormir la juerga y viajar al pasado. La inapelable castidad del mueble castellano y una jineta disecada en el rellano de la escalera te transportan a la España del desarrollismo. Sus habitaciones son anafrodisiacas, uno se siente en ellas un seminarista o un viajante zamorano de insecticidas. Tumbado en la cama no es difícil imaginar un Renault 8 azul marino esperándote bajo la ventana o un melancólico ejemplar de “Los cipreses creen en Dios” olvidado por alguien en la mesita de noche.

Allí me han despertado sonidos tan reconfortantes como las campanas de una iglesia, el fluir de rebaños de cabras volviendo de los pastos de verano y la furgoneta del tío los melones. Pude hablar un rato con uno de los hijos de la familia que lo regenta y su madre. Me parecieron de una delicadeza de carácter verdaderamente excepcional. A su lado parecemos gángsters.

Nada más dejar mis cosas en la habitación me reuní con los que ya habían llegado en la terraza de la piscina municipal. Empezaba a caer la noche mientras un grupo de chicas –un grupo extraordinario– que iba a tocar después estaba haciendo la prueba de sonido. Detrás de ellas se extendía una sucesión de valles y montañas que se van dejando caer hacia un mar invisible algunos kilómetros más allá. Mi amigo Ángel me decía los nombres de esos cerros, los conoce, del mismo modo que conoce los nombres de los árboles y arbustos que los cubren.

Caída ya la noche otro amigo señaló al cielo. Lo que parecía un punto fijo de luz, un planeta, se movía de manera apenas perceptible. Nos explicó que se trataba de la estación espacial internacional, tres personas estaban durmiendo allí en ese momento, suspendidas sobre nuestra redondez inmensa. Anunció que en cinco minutos entraría en la zona de sombra y dejaríamos de verla. Y así fue, en el momento anunciado la luz se apagó como si alguien hubiera soplado sobre ella.

Eso me hizo pensar. Me di cuenta de que soy de esa clase de personas que no saben exactamente por donde sale y se pone el sol, incapaz de recordar el color de ojos que he mirado durante años. Hay cosas que mi vista no detecta y mi memoria no retiene, el mundo se queda con frecuencia en un decorado para mis fantasías. Esta incompetencia mía para lo concreto, esta inclinación al solipsismo y a lo difuso no me impide (quizás es la condición necesaria) encontrar conexiones imprevistas entre las cosas o comprender ocasionalmente las contradictorias emociones que nos mueven y nos paralizan. Hallar un equilibrio entre mis límites y mis destrezas es la tarea nada desdeñable que tengo por delante.

Solo añadir que esa noche fue memorable y que aquí estamos, ya repuestos, incorporados de nuevo a los engranajes de lo real, que esta vez se presenta como una apuesta aventurada, de resultado incierto. Deseadme suerte, la voy a necesitar. El resto depende únicamente de mí.

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