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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Archivos de etiqueta: escritura

Clausura (adenda para escritores)

18 miércoles Mar 2020

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cuarentena, epidemia, escritura

Hay tanta información y tanto ruido de fondo que resulta difícil hacerse una idea de la verdadera magnitud de lo que está pasando. Solo podemos estar seguros de que las cifras sobre muertes alcanzarán magnitudes embrutecedoras y de que las consecuencias económicas son difíciles de imaginar. Sin embargo, lo que más recordaremos de esta catástrofe imprevista serán estos días de reclusión forzosa.

Buena parte de la humanidad va a compartir la experiencia de deambular en soledad por habitaciones vacías o el hacinamiento familiar entre los muros de una pequeña vivienda de clase media, respirando miasmas, miedo y neurosis. Enfrentados a cara de perro a nosotros mismos o al otro, haremos asombrosos descubrimientos sobre las personas con las que compartimos nuestras vidas, a las que puede decirse que llegaremos a conocer de verdad. Quizás no sea agradable lo que descubramos, un pequeño grado de autoengaño es condición necesaria de supervivencia.

Hemos sentido nuestra fragilidad como especie y ya no seremos los mismos. Muchos no podrán resistirlo, otros saldrán fortalecidos. Puede que esa revelación de lo verdaderamente importante ―cuántas estupideces, cuántas batallas ridículas han ocupado nuestro tiempo semanas antes de la irrupción de esta singularidad― sea beneficiosa. ¿No podría acaso verse el Renacimiento como una consecuencia necesaria de las grandes epidemias medievales?

Cuando todo pase, los que nos dedicamos a la combinatoria de las palabras o a inventar historias ¿sobre qué escribiremos? Puede que el mundo resultante nos reclame una radical, descarnada veracidad, puede que pida refugiarse en fantasías consoladoras. Sospecho que se producirá un cambio de sensibilidad y de criterios estéticos, donde todo lo que habíamos aprendido, las viejas historias, la voz que habíamos logrado perfeccionar, no nos servirán de nada. También para eso tendremos que estar preparados.

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Leonid Pasternak (1862-1945). «Agonía de la creación»

Entrega

23 sábado Nov 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Aventuras de un señor de mediana edad

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escritura, guiones, lluvia

Hay días en que la lluvia se te ha anticipado. Uno se levanta de la cama aún de noche y ella ya está ahí. Se apoderó del mundo mientras dormías. La oyes, la sabes detrás de las ventanas negras, mientras te preparas un café sacerdotal.

Ayer fue día de entrega, se cumple el plazo y procede poner un provisional punto final a tu trabajo. Deadline, se dice expresivamente en inglés. Ya está todo el pescado vendido, pero siempre hay un momento más para añadir una interesante simetría, un detalle que crees veraz y que resonará diez páginas después, descubrir con rubor un cliché y tomar las medidas oportunas. Quitar, sobre todo.

Y cuando te quieres dar cuenta ya ha amanecido y el día revela un cielo de un gris inapelable, antiquísimo, como un viejo arrepentimiento, un gris que nos gusta porque invariablemente nos recuerda el pasado. Esa tristeza que nos rejuvenece.

Y hace frío y la lluvia corre por tejados y canales y salpica las hojas, las flores se inclinan, las bajadas escupen agua, los charcos se llenan de ondas concéntricas. Pájaros, perros y gatos malhumorados buscan refugio y uno sigue tecleando, terminando el guion o el proyecto de guion, inventando una vez más, como buenamente puede y porque no sabe hacer otra cosa, azares y fatalidades en polígonos industriales, bosques y criptas, personajes que se gritan o se besan o se matan bajo otras lluvias imaginadas, que no calan hasta los huesos. Ay, los personajes que has criado a lo largo de los años. A veces hay suerte y llegan a tener una vida, otras veces no llegan a trascender su condición fantasmal y se desvanecerán del todo, abandonados en servidores, discos duros y trituradoras de papel. Una factura, que a veces ni cobras, será el único testimonio de su breve existencia. Terminarás por olvidar a la mayoría, pero a veces te acuerdas de algunos a los que cogiste cariño: un viajante de juguetes bígamo y santo, una antropóloga que intenta aferrarse a la realidad mientras un yo ajeno se ramifica en el interior de su cerebro, un comisario morfinómano en los años cincuenta, una teleoperadora que descubre que su marido es un hombre ridículo… Botarates, vivillos, petulantes, indignos, coléricos, insignificantes, generosos y cobardes, todos han tenido sus momentos de grandeza y desesperación, sus sueños no cumplidos, sus secretas felicidades, sus ridículos y sus buenas humoradas… efímeros como esa agua niña que se desliza por los cristales de la ventana.

Acabas porque ya no puedes estirar más el tiempo. Redactas un mail que esperas resulte profesional pero simpático. Le das a la tecla de enter. Acabas de enviar un mundo recién creado, que aún resplandece con los colores nuevos del origen, pero desde ese mismo instante ya no te pertenece, caerá en otras manos, uno de tantos miles de guiones que a diario surcan el ciberespacio. Dejará de llover y a la luz cruda del día cualquiera leerá con impaciencia tu criatura y puede que la encuentre incomprensible, obvia o desaforada, aburrida o arbitraria. Al dios del Antiguo Testamento le ibais a sacar tantas faltas, listos.

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Todo por el arte

08 jueves Feb 2018

Posted by Salvador Perpiñá in Retratos

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escritura, personajes

Carente de imaginación, fue siempre incapaz de inventar una historia interesante. A cambio puede presumir de una mirada sutil, compasiva, poética. Como escritor sabe extraer oro de la realidad. Su vida, inventario de ridículos y decepciones, desfile de personajes fallidos y seductores, se le ofrece como un material de primer orden, pero un viejo escrúpulo, un pudor de tradición católica le impide recurrir a él. Le horroriza que amigos, conocidos y familiares se reconozcan bajo una luz poco favorecedora, mostrar a las claras sus manías, sus pequeños vicios, sus renuncias.

Había olvidado a aquel hombre, pero cuando se lo encuentra en una cola de la administración todos los recuerdos afloran.  Envejecido y sin afeitar, es la viva imagen del naufragio. Cuando lo conoció trabajaba como auxiliar judicial. Entre sus funciones la de comparecer en los lanzamientos que siguen a un desahucio. Aquella condición de colaboracionista iba corroyendo su vida. Testigo avergonzado de dramas inapelables, se sentía vil, fumaba mucho y bebía coñac. Una voz muy hermosa, timbrada, con cuerpo, le permitió alguna vez trabajar en la radio. Por entonces se sacaba un dinerillo extra grabando ocasionales locuciones para modestos trabajos en video. Se dicen que tienen que verse y se despide de él deseando no volver a encontrárselo. No es que desconozca la compasión, al contrario, una empatía extrema le hace padecer horriblemente ante esas vidas desarboladas.

Ya en casa se da cuenta de que tiene ante sí algo valioso. De manera natural le sale del tirón un cuento melancólico sobre un pecador arrepentido, un despreciable publicano con una voz bellísima. Por primera vez se admira a sí mismo. Sabe el valor de lo que acaba de concluir, pero también que si lo publica el hombre lo acabará leyendo, ¿qué pensará al reconocerse? Los intentos de cambiar su profesión o alguno de sus rasgos para camuflarlo le parecen una vana mojigatería. Lo quiere puro, tal y como es, sin mentiras, con la belleza amarga de lo verdadero. Quiere construir algo perdurable sobre las ruinas. No soporta imaginar cuánto daño puede hacerle, pero no puede dejar escondido en un archivo lo mejor que ha escrito hasta que su personaje, desapareciendo del mundo, alcance la paz, se libere y le libere a él mismo.

Puede que nadie comprenda su comportamiento, pero nadie podrá negarle un insobornable compromiso estético y moral. Tras mucho pensarlo queda con él en un lugar apartado y, en consecuencia, hace lo que tiene que hacer. Así empezó todo.

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Es lo que hay

18 domingo Sep 2016

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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biografía, escritura

Uno a veces piensa que no tiene nada interesante que contar. Algunos escritores tuvieron infancias legendarias en países lejanos, creciendo entre el sonido de diferentes lenguas, arenas blancas y pájaros extravagantes sobre el ramaje oscuro. Otros trabajaron en embajadas, hospitales o comisarías o fueron testigos privilegiados de grandes acontecimientos. Yo no he vivido los horrores ni las grandes exaltaciones de la guerra, no conozco de primera mano los lugares donde crece el poder, ni los hábitos privados de las élites, no me he codeado con las grandes mentes del siglo. En su momento viví algo despegado de los rituales de diversión o compromiso que crean la ilusión de formar parte de una generación, nunca me he sentido vinculado a nada. No soy un viajero infatigable, no he leído ni mucho menos todos los libros, mis lagunas son abrumadoras. Demonios, ni siquiera fui precozmente iniciado en el amor por una prima tenista durante un plácido verano en la Costa Brava.

El éxito me ha ignorado tenazmente y me he cerciorado de que así sea regresando por un impulso inexplicable a una modesta bohemia sin hijos en una ciudad de provincias a la que sé que nunca perteneceré del todo. Narcisista y enmadrado, demasiado pendiente de mí mismo, jamás me he volcado en causa alguna. He llevado la vida de un pequeño burgués desordenado e indolente, cuyo fuerte no han sido ni el coraje ni la perseverancia ni la sobriedad. Un no escritor que se arrepiente tardíamente y mantiene a duras penas una producción raquítica que conoce usted, queridísimo lector, y cuatro gatos. ¿A dónde voy yo con eso?

Para no profesar de nuevo el silencio necesito agarrarme ingenuamente a unas pocas certezas, incluso si se trata de falsas certezas. Quiero creer que tú y yo somos muy parecidos, que por muy únicos que nos pensemos nuestros deseos, nuestras mezquindades y nuestros fracasos, nuestras glorias privadas y nuestros estrepitosos ridículos son de algún modo compartibles. Quiero creer que por estrafalario, parcial y hasta fallido que sea mi punto de vista, puede arrojar cierta luz sobre la experiencia de lo humano.

Creer en definitiva que hay perplejidades, melancolías y asombros que pueden rescatarse del olvido, que no hay nada que no pueda ser expresado y que es digna ocupación afinar constantemente tus recursos para conseguirlo. Porque cada imagen afortunada, cada combinación de palabras que resuena en la experiencia común de los lectores es un triunfo del sentido contra el caos y la muerte.

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Koniec

09 miércoles Sep 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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escritura, fin, multiversos

Es curioso que una palabra tan inquietante como “FIN” fuera empleada alegremente por el mundo del espectáculo para rematar como es debido sus producciones. ¡Y lo veían los niños!

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Esa costumbre, resabio decimonónico, apenas la podemos ya encontrar, salvo como ejercicio de distanciamiento o mero tonteo vintage. Nunca más con la inocente franqueza del viejo modelo. Semejante aviso metafísico no encaja hoy en modelos de creación orientados hacia la elasticidad. Historias seriadas, franquicias argumentales, donde no prolongarse en el tiempo hasta el agotamiento es considerado un fracaso. El concepto mismo de finitud es algo amablemente excluido de las formas de sociabilidad, confinado a las devociones privadas o a los ámbitos de la terapia. Hablar demasiado de “el único argumento de la obra” se considera una imperdonable grosería.

En los guiones se sigue indicando. Hace un par de días escribí una vez más esas tres letras ominosas en una última página. La historia acaba: efe, i, ene. Luego sigue un espacio en blanco. En ese espacio en blanco está la tristeza que de niño me asaltaba tras los finales felices de las películas.

Ignoro como se sienten otros colegas al terminar un guión. En mi caso, al romper las ataduras que me vinculan a un relato siento un alivio casi físico, como si me hubieran extraído un volumen inmenso de información que oprimía el cerebro. Quiero que se aleje de mí, necesito olvidarlo provisionalmente porque temo que al encontrarme de nuevo con él me salten a la cara sus torpezas, sus lugares comunes, sus trivialidades. Ver una pobre parodia de lo que, exaltado, imaginaba al escribirlo.

En términos teológicos, una actitud semejante explicaría el escandaloso desinterés de dios por nuestra miseria. No cuesta imaginar una divinidad permanentemente insatisfecha que no tiene el coraje de enfrentarse a sus errores y sus limitaciones, que olvida su última creación para volcarse en la siguiente. Una y otra vez va construyendo otros mundos, innumerables variaciones de lo único que sabe hacer, en busca de una perfección que se le escapa.

Esta coexistencia de realidades puede parecer una pesadilla intolerable, pero también supone un melancólico consuelo. Con un poco de suerte, existe un universo donde tú y yo estamos mejor escritos, somos más fuertes, más sabios, menos innobles, besamos cuando debimos hacerlo, nos zambullimos en más ríos, no perdimos el tiempo en facebook o viendo “Todo sobre mi madre”, no hablamos más de la cuenta ni callamos con indignidad.

Fin de Agosto

25 martes Ago 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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escritura, fiestas, futuro, verano

A veces se corre el riesgo de malgastar la vida. Entonces una decisión un poco torpe tomada en un impulso lo cambia todo en un abrir y cerrar de ojos. De repente te ves librado a tus propios medios, enfrentado a una realidad que es a la vez una intemperie y una promesa, en un estado entre la euforia y el pánico. Así las cosas nada mejor que escaparme un par de días a una cita con un grupo masivo de amigos que cada año se reúnen al final del verano en Válor un pueblo de la Alpujarra nororiental. Música en directo y un cultivo tranquilo pero contumaz del exceso han formado siempre parte de un peregrinaje cuya repetición nos conforta con la idea de un tiempo detenido.

Este año me he alojado en un hotel que por el mismo precio me ha permitido dormir la juerga y viajar al pasado. La inapelable castidad del mueble castellano y una jineta disecada en el rellano de la escalera te transportan a la España del desarrollismo. Sus habitaciones son anafrodisiacas, uno se siente en ellas un seminarista o un viajante zamorano de insecticidas. Tumbado en la cama no es difícil imaginar un Renault 8 azul marino esperándote bajo la ventana o un melancólico ejemplar de “Los cipreses creen en Dios” olvidado por alguien en la mesita de noche.

Allí me han despertado sonidos tan reconfortantes como las campanas de una iglesia, el fluir de rebaños de cabras volviendo de los pastos de verano y la furgoneta del tío los melones. Pude hablar un rato con uno de los hijos de la familia que lo regenta y su madre. Me parecieron de una delicadeza de carácter verdaderamente excepcional. A su lado parecemos gángsters.

Nada más dejar mis cosas en la habitación me reuní con los que ya habían llegado en la terraza de la piscina municipal. Empezaba a caer la noche mientras un grupo de chicas –un grupo extraordinario– que iba a tocar después estaba haciendo la prueba de sonido. Detrás de ellas se extendía una sucesión de valles y montañas que se van dejando caer hacia un mar invisible algunos kilómetros más allá. Mi amigo Ángel me decía los nombres de esos cerros, los conoce, del mismo modo que conoce los nombres de los árboles y arbustos que los cubren.

Caída ya la noche otro amigo señaló al cielo. Lo que parecía un punto fijo de luz, un planeta, se movía de manera apenas perceptible. Nos explicó que se trataba de la estación espacial internacional, tres personas estaban durmiendo allí en ese momento, suspendidas sobre nuestra redondez inmensa. Anunció que en cinco minutos entraría en la zona de sombra y dejaríamos de verla. Y así fue, en el momento anunciado la luz se apagó como si alguien hubiera soplado sobre ella.

Eso me hizo pensar. Me di cuenta de que soy de esa clase de personas que no saben exactamente por donde sale y se pone el sol, incapaz de recordar el color de ojos que he mirado durante años. Hay cosas que mi vista no detecta y mi memoria no retiene, el mundo se queda con frecuencia en un decorado para mis fantasías. Esta incompetencia mía para lo concreto, esta inclinación al solipsismo y a lo difuso no me impide (quizás es la condición necesaria) encontrar conexiones imprevistas entre las cosas o comprender ocasionalmente las contradictorias emociones que nos mueven y nos paralizan. Hallar un equilibrio entre mis límites y mis destrezas es la tarea nada desdeñable que tengo por delante.

Solo añadir que esa noche fue memorable y que aquí estamos, ya repuestos, incorporados de nuevo a los engranajes de lo real, que esta vez se presenta como una apuesta aventurada, de resultado incierto. Deseadme suerte, la voy a necesitar. El resto depende únicamente de mí.

De Vita Beata

31 jueves Jul 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Desde la colina blanca

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calles, escritura, reclusión, verano

Tengo una curiosa relación con los veranos. En mi trabajo –soy guionista- ocurre con frecuencia que los periodos de inactividad no coinciden necesariamente con esa estación tantas veces celebrada con desparpajo por los cantantes sin pretensiones. De este modo he llegado a perder esa asociación instintiva entre verano y vacación, la idea de viaje, de escape de la realidad habitual con su mezcla letárgica de conflictos y sumisión.

Este verano se repite una situación familiar. Mientras las calles se van despoblando, los bares habituales bajan la persiana, los amigos se despiden para viajar a fantásticos lugares remotos o a delicados rincones de nuestra geografía, yo permanezco en la ciudad, absorbido por varios proyectos de incierto futuro mientras noticias descorazonadoras humean sobre el mundo.

Son días extraños. El exceso de luz, la bofetada del calor, su agresivo estruendo. El calor, que corrompe las frutas y mata las plantas. Los médicos sugieren que debemos protegernos con densas cremas, protegernos de algo que puede hacerte daño a millones de kilómetros de distancia. ¡Y qué aún exista la canción del verano!

La ausencia de los amigos favorece una vida de recluso. El mundo ardiente de fuera está dañado por la irrealidad, las salidas durante el día acaban por resultar alucinatorias. Te encierras, dejas la casa en penumbra. Mientras tras las ventanas un resplandor blanco calcina el empedrado y ni los insectos se atreven a salir, el silencio queda roto por el sonido intermitente de tus dedos tecleando. Los personajes de las distintas historias que te ocupan van creciendo en la quietud de las habitaciones esterilizadas por el aire acondicionado: un delincuente maduro enfrentado a su decadencia vital, niñas de instituto enamoradas de musculosos galanes canoros, un escéptico general morfinómano en una colonia española, un luthier tranquilo y anárquico que resuelve casos, un niño que es testigo sin saberlo del hundimiento del mundo de sus padres mientras un astronauta gira en soledad en torno a la luna… Las ideas fluyen serenamente, con naturalidad, te sientes en plena posesión de tus recursos y crees que será así para siempre. Tienes fantasías de grandes cambios con la llegada del otoño.

Son días deplorablemente castos. Como fruta, hago deporte, lleno las horas con tareas mecánicas como poner la lavadora, tender la ropa, hacerme frugales comidas; momentos en los que el vacío mental llega a rozar la beatitud. También estas líneas se llevan lo suyo, no penséis que esto no me cuesta a veces la misma vida.

Como paso mucho tiempo sin hablar con nadie, me entrego a absurdos accesos de locuacidad cuando salgo a comprar. A veces hablo con el gato, le digo cosas, lo que me hace sentirme pintoresco y miserable. Este verano promete, ya lo creo.

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(Eduardo Longoni)

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