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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

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Cumpleaños

18 lunes Ago 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

≈ 7 comentarios

Etiquetas

devenir, ego, futuro, realidad

Para CC, que me recordó un poema abrumador de Gil de Biedma

Ayer, 17 de Agosto, fue mi cumpleaños. Hasta el año pasado, cuando el marcador alcanzó una cifra de ineludible carga simbólica que ni con la mejor voluntad del mundo podría situarse “nel mezzo del cammin di nostra vita”, era dado a colgar con motivo de ese día pomposos textos en las redes sociales. En ellos intentaba atenuar la angustia del devenir con apelaciones vagamente nietzschianas al amor fati, exaltando lo ya vivido y lanzando ingenuos actos de fe respecto a cuanto me queda por vivir. También me hice la promesa de dejar de fumar y hasta ahora la he cumplido, lo que no está nada mal para alguien que siempre se imaginó persona de débil voluntad.

Un año después, no me siento tan hablador ni tan optimista. No se me malinterprete, celebré una fiesta con amigos y fue deliciosa, aunque tengo fundadas sospechas de que quien mejor se lo pasó fue mi joven gato, cogido en brazos, achuchado y besado por hermosas y fragantes mujeres. Creo que sigue convencido de que el cumpleaños que se celebraba era el suyo.

Lo que quiero decir es que quizás convendría ser sincero a la hora de reflexionar sobre esta fecha. De acuerdo, ha sido un año razonable, he publicado un libro y he recuperado cierta confianza en mis destrezas -¡hasta he abierto un blog!- aunque el futuro sigue siendo incierto. He conjurado en el último momento la amenaza de la ruina -aplazado sería la expresión correcta- me he mudado a una casa admirable y tengo un gato. Sin embargo, si miro hacia atrás tengo una sensación aplastante de haber dilapidado sin medida mis días.

Cosas que antes me habían parecido fundamentales, intocables, ahora no significan gran cosa. Las convicciones se debilitan, los defectos y fealdades de los hombres y de uno mismo ya no pueden ser disimulados. Qué poco de nuevo, qué poco asombro.

Una vez me pregunté dónde van a parar los personajes de todas las historias que escribes y que no llegan a ver la luz. Ahora pienso lo mismo respecto a mi propia vida. Siento un insensato pesar, casi un remordimiento, por lo que pudo haber sido y no fue, por todas las posibles vidas que podría haber vivido y que ya no. Palimpsesto de mí mismo, me complazco en la melancolía de los recuerdos imaginarios. Qué lástima, sí, que no hayas aparecido en mi vida, qué desolación que ni siquiera existas.

Miro hacia delante y, bueno… a veces me sorprende el candor de algunas de mis esperanzas. Las cosas no ocurren necesariamente porque uno las desee.

Al fin y al cabo se trata de aceptar. No me pilla de nuevas, lo supe muy pronto, de niño, cuando este día –colmado de sol y de regalos- era el más especial del año, era tú día. Lo supe con tanta claridad como lo sé ahora: el tiempo y la entropía conspiran para acabar lentamente con cuantas cosas he querido y conmigo mismo. Que todavía sea capaz de aceptar esto con una sonrisa y buen ánimo es algo que no deja de sorprenderme. Una buena capacidad de olvido es una condición indispensable para la supervivencia.

Qué extraño todo, amigos… qué pena no volver a ser el que era, qué pena no volver a ser mismamente el que era hace un año, hace unos meses. Qué pena que ya no sea ayer.

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Sobre el devenir y los notarios

15 viernes Ago 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Oficios

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Etiquetas

devenir, notarios, oficinas, voluntad

Ayer me fui de notarios. Un notario suele ser un señor muy formal, de intenso aftershave y dado a propinar formidables apretones de manos. La notaría como destino era algo muy español. El camino hasta ella aparecía siempre descrito con los colores de la leyenda, los elegidos invertían años -en concreto los años de máxima plenitud vital- en inhumanas renuncias a la voluntad, horas y horas de flexo, tabacazo y cafeína. Obsesionantes proezas memorísticas, negación de sí mismo, capacidad fabulosa de sacrificio y escasas posibilidades de pasar la criba se mezclaban de tal forma que uno, al paso del notario, se sentía tentado de gritar: ¡olé tus huevos! ¿Qué les movía a intentarlo?, ¿realmente sentían algún tipo de interés, no digamos pasión, por el concepto de fe pública? En absoluto, se hacía por la promesa de un dinero que fluiría en abundancia, adornado de una cegadora respetabilidad.

Hay algo curiosamente arcaico en las notarías, todo allí es de una seriedad inapelable, definitiva, tenaz. Desde los lomos de protocolos encuadernados en piel que ocupan las paredes hasta esas grandes mesas en las que nadie ha celebrado jamás banquete alguno, desde la tinta de los membretes hasta los timbres de los teléfonos, que suenan con más severidad que en una comisaría. Una notaría es un lugar definitivamente adulto y la primera vez que escuchas lo de “elevar a escritura pública” puedes dar por terminada tu infancia. Éste de ayer tenía un aire distinto, quizás es que las cosas ya no son lo que eran. Lo noté melancólico, ligeramente difuminado, con una especie de timidez de la que no estaba ausente la soberbia. Aún joven, se me antojaba representante último de una especie que ya conoce su extinción futura. Cuando salí a la calle hacía sol y un viento frío que pelaba. Entendí que era en ese instante, y no el temido día de mi cumpleaños, cuando daba comienzo el tercer acto de mi vida. Nunca sales de una notaría como entraste.

(13-3-2014)

notaría

(Obsérvese esta foto con la debida precacución. Una larga exposición induce envejecimiento.)

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