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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

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El fantasma de los cumpleaños pasados

22 jueves Ago 2019

Posted by Salvador Perpiñá in Examen de conciencia

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cumpleaños, la sombra

Ya habré hablado en otra ocasión sobre la celebración de los cumpleaños. La idea de lo cíclico nos complace, llega esa fecha señalada en que fuimos arrojados al mundo y se reincide de nuevo porque alguna vez en la niñez fue el día más maravilloso de nuestra vida. Seguimos esperando la imposible repetición de aquella jornada que aún resplandece en el recuerdo y acaso nunca existió. Y así uno acaba divirtiéndose por encima de sus posibilidades, hasta la extenuación.

Al día siguiente, después de dormir como un oso polar tras devorar a un explorador y erudito victoriano, uno se despierta y entra en ese primer día del resto de su vida y lo hace arrastrándose. Jornada perdida, desarbolada. La luz calcina el aire tras las ventanas y con un cansancio infinito se empieza a recoger los restos de la fiesta del día anterior: vasos a medio vaciar, ceniceros llenos de colillas y rodajas de limón, restos de comida picoteada por los pájaros, imágenes de un pequeño reino devastado. La actividad impide entregarse a la reflexión, aplaza el problema hasta que al caer la noche llega el inevitable momento en que uno se enfrenta a una fría angustia tendido en el sofá como un fumador de opio, maldiciendo a Heidegger mientras tus gatos hacen tirillas el tapizado.

El tiempo y el espanto de la finitud, los viejos invitados, toman cuerpo, asiste lo ya vivido, incluso aquello de lo que nos arrepentimos, se experimenta el cansancio de uno mismo, del personaje que nos hemos hecho, sale de su escondite ese fondo oscuro de todos nosotros: vicios de carácter heredados, las cicatrices de lo que nos hirió en la infancia o la juventud, sombras que mantenemos a raya con la risa, la costumbre y el deber.  Todo se materializa ante tus ojos como una agregación de polvo, borra y derrota. El monstruo resultante va a caminar a tu lado por unos días.

(El entorno no ayuda. Las calles despojadas bajo un sol severo, los negocios y bares conocidos cerrados, la suspensión momentánea de la trama cotidiana de afectos. En las cabeceras de los periódicos un sentimiento de catástrofe: amenazas de recesión desde Alemania, incendios de proporciones bíblicas, el buen pueblo de los gorriones diezmado, una epidemia que destruye los naranjos, desdichados que huyen por miles de una patria sin futuro… un mundo áspero, violento, indiferente, como siempre ha sido, la idea de que la educación y el progreso supondrán el triunfo de una extrema virtud ciudadana no se sostiene).

Y está bien convivir con esa sombra, la acabas contemplando con una especie de serenidad, entre la impotencia y un coraje nuevo. Aún no es el momento. Not dark yet, decía aquella bella canción de Dylan. No tener miedo, no engañarse sobre nada, ni siquiera sobre uno mismo, hacer lo que se pueda lo mejor que se pueda, no ceder en esto, no caer en la mezquindad o el resentimiento, pecado de viejos, no ser un coñazo, dios, no ser un coñazo, no hacer este mundo más feo, cumplir lo prometido, profesar por cada instante un amor insensato de poeta taoísta. Exigirse mucho, dar mucho. Arder, de algún modo.

WallJc

Jeff Wall

Sobre la celebración de cumpleaños

21 lunes Ago 2017

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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cumpleaños, fiestas, tiempo

Cientos de miles de millones de estrellas giran a velocidades vertiginosas alrededor del núcleo de nuestra galaxia. Entre ellas el sol y el planeta donde hemos venido a aparecer, que orbita en torno a aquel en un coqueto pas de deux sideral, saturado de eros, «l’amor che move il sole e l’altre stelle». Durante el tiempo que nos lleva cumplir una vuelta entera -protegidos de radiaciones letales y la congelación instantánea por una delgada capa de gases- las constelaciones que orientan a los navegantes se desplazan en el cielo nocturno, se suceden los ciclos estacionales y agrícolas, la serie inmemorial de los trabajos del hombre. Era inevitable emplear ese plazo como una división arbitraria, para escandir el tiempo de nuestras vidas.

Los hombres festejan los cumpleaños, se embriagan, se hacen regalos, reparten grandes abrazos, intentan hacerse reír los unos a los otros y fantasean con propósitos de enmienda. No siempre ha sido así, celebraban aquellos que detentaban el poder y la riqueza; el común de los mortales no tenía verdaderamente muchos motivos para hacerlo, si acaso el alivio de la supervivencia. Nosotros, más afortunados, organizamos grandes fiestas, pero cada nuevo aniversario nos hace sentir angustia.

En un mundo en que conociéramos de antemano la fecha de partida los cumpleaños serían meramente negativos. Los niños nacerían con la cifra de todos los años de su vida y los aniversarios serían una cuenta atrás. Entre los compañeros de clase unos tendrían setenta y cuatro años y otros nueve, las desigualdades resultarían insoportables, ¿cómo se vive con eso?, ¿bajo qué principios se construirían sus sociedades y sus sistemas de pensamiento?

También podemos imaginar un mundo en que el tiempo no sea medido, donde piadosamente se nos ahorre conocer el instante de nuestro nacimiento. Quizás la angustia de la edad es de índole estadística, una vida sin segmentar simplemente fluiría sin balizas ni recordatorios, en una duración elástica, un atravesar el tiempo en que tan sólo ocasionales señales de nuestro cuerpo nos recordarían «el único argumento de la obra».

¿Por qué lo seguimos celebrando? Lo hacemos porque de niños era el gran día, día consagrado a ti, rey por unas horas. Día de excepciones, sorpresas e indulgencia. Una fiesta en tu honor culminaba con el ritual escandalosamente pagano de apagar las velas con tu aliento breve de niño. La edad te mejoraba.  Eras un año mayor, más alto, más fuerte, más hábil, procesando cantidades ingentes de información sobre cómo funciona el mundo, ampliando los límites de tu pensamiento, cada vez más capaz de valerte por ti mismo, más cerca de una independencia sin tutelas, ansiando dejar de ser un niño, hacer las cosas chulas que hacen los adultos. No podías sospechar la magnitud de la pérdida.

Ahora the thrill is gone, seguimos aferrándonos a la vieja costumbre, pero no encontramos aquella alegría. Hay otras cosas, sin duda. Nuevas y viejas amistades se mezclan en una trama compleja de lealtades y afectos, no puede negarse una indudable mejora en la calidad de las bebidas y las conversaciones desde aquellas fiestas adolescentes. Durante unas horas el lugar es un bullir travieso de humor, ideas, agitación, seducciones. Es lo de siempre y a la vez es otra cosa. Llegado un punto -como en el último movimiento de la sinfonía de los adioses de Haydn- los invitados abandonan la fiesta en un lento goteo. El espacio se vacía, baja la presión y finalmente quedan unos pocos golfos que se sientan, apurando en sosiego la noche, hablando en voz baja de banalidades o haciendo tremendas confesiones, intentando que no se acabe. Se hace lo que se puede, pero alguien se da cuenta de que está cansado, se levanta y se disculpa, los demás lo siguen. La reunión se disuelve y todos regresan a sus casas. Cierras la puerta diciendo una última gracia, escuchas los susurros en la escalera, el portal que se cierra, alguna risa en la calle hasta que uno queda a solas entre las ruinas de la fiesta, en un silencio como no hay otro igual. Es un buen momento para consentirse unos minutos de introspección. Luego ya, eso va en caracteres, uno decide si recoger esa noche o dejarlo para mañana.

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Anne-Françoise Couloumy. “Réception” (2010/2011)

Sentimentalidad y consumo (o El Aniversario o Turn turn, turn!)

17 lunes Ago 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Aventuras de un señor de mediana edad

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amor, cumpleaños, recuerdo, Supermercados

Un amiguete perteneciente a lo que podríamos llamar la izquierda byroniana considera los grandes supermercados como el lugar del mal. Exaltado, cree ver en las parejas que recorren sus pasillos sin historia y sin alma no sólo el paradigma de las demoníacas seducciones del capital sino el símbolo de la renuncia a las pasiones de la juventud.

A mí, por el contrario y ya lo he cascado por aquí, me agradan. El adormecimiento que induce la ordenada disposición de luces y colores, esa abundancia seriada, procura una eficaz evasión a aquellos aquejados frecuentemente de melancolía. Todos son esencialmente el mismo, semejantes a un laberinto, puro presente refrigerado donde la idea no ya de la muerte sino del mero devenir queda abolida. Una escenografía para una ópera bonachona, vagamente siniestra y que no tendrá fin sobre los pequeños, intranscendentes goces de la vida privada.

Suelen poseer para mí un embarazoso valor sentimental. He tenido vida en común con dos mujeres que me dieron mucho. No me faltan recuerdos: conversaciones inocentes caminando en la oscuridad, gatos, la desnudez ante el mar, callejones de ciudades desconocidas, adversidades y consuelos, locuras, risas y ebriedad, bosques y lluvias, estaciones de tren, ¡hasta pirámides, si a eso vamos! Y sin embargo reaparecen en la memoria las horas transcurridas con ellas en esos templos del filisteísmo. Allí conocí las modestas, conmovedoras compras de las jóvenes parejas sin dinero, también hubo un tiempo de abundancia donde todo parecía estar en su sitio y olvidabas mirar el precio de las cosas como olvidabas que un buen día todo puede desmoronarse.

Qué extraño encontrármela allí hace unos días, entre una góndola con comida para mascotas y otra con protectores solares. Es una mujer extraordinaria, fuimos amigos. Durante unos años estuve muy enamorado de ella, con esa intensidad siempre renovada del deseo no cumplido. Las parejas odian –y con motivo- esas presencias fantasmales, intocadas por el tiempo y la familiaridad.

Yo estaba mal dormido tras una noche de licencia, aunque llena de buenas cosas, que me había dejado una mezcla de resaca y serenidad. Eso confería a toda la escena algo de aparición. Fue muy cariñosa, siempre lo ha sido. Me abrazó, me llevó junto al hombre al que quiere y me enseñó a su hijo, que había crecido un montón. Él es un hombre cabal, se merecen el uno al otro. Al lado de ellos y haciéndole cucamonas al niño me percibí por un instante como un crápula extravagante. Menuda cara tenía que tener, la alegría del encuentro se mezclaba con la vertiginosa certeza de cuanto separa nuestras vidas. Vivir es separarte de tantas cosas que quisiste. Dijimos que teníamos que llamarnos.

Cuando miré hacia atrás ella desapareció en el pasillo de la caja como si cruzara la pasarela de un barco. Puede que no nos volvamos a ver.

Hace ya dos párrafos fue medianoche y he cumplido una cantidad poco recomendable de años. Con imprudente franqueza no negaré que me siento ligeramente miserable, descontento – ¡y mucho! – de mí mismo. Y sin embargo todavía amo esta vida mía ligeramente desastrosa y bufa, como un vodevil escrito por Cioran que a veces exhibo sin pudor por aquí. Si algo me atrevería a pedir en este melancólico aniversario sería no dejar de amar lo que perdí o dilapidé, amar todo el bien recibido, mis errores y mis desvaríos. Amar a los que formáis parte de ella y los que entraréis haciendo destrozos, amar insensatamente las ruinas de mis sueños y la temeraria extensión de mi esperanza, el oro humilde de mis días, mi suerte y mi fortuna.

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