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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Publicaciones de la categoría: Observaciones

Dense prisa, vamos a cerrar

27 lunes Mar 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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Como muchos otros han descrito mucho mejor que yo, pasear por las calles ya conocidas de tu propia ciudad es una experiencia torrencial. Determinadas condiciones de luz te transportan a un estado que aúna la efusión cordial y la mirada analítica. A lo largo de esas calles familiares, el decorado de tus días, conviven todos los estratos de ti mismo. Los muchos que fuiste, el que ahora eres y aquello que serás, todos van dejando una estela por las aceras y un fantasma múltiple en los cristales de los escaparates. El paseo se presta también a una disposición antropológica, la atenta consideración de lo que cambia y lo que permanece: los rituales de la adolescencia, los vicios de carácter de tus conciudadanos, transmitidos de padres a hijos, la eternidad luminosa en la que vive el niño… Asistir en definitiva al funcionamiento de ese extenso organismo que es una ciudad, lo que en ella es irreductible a ordenanzas y planificaciones.

En ese estado de ánimo pasaba de buena mañana cerca de un kiosco de prensa, anclado en la misma esquina desde que yo tenga recuerdo. En su interior una muchacha veía discurrir las horas, la mejilla apoyada en la mano, la mirada ausente, inserta en una triste mandorla de escasez. En los tiempos predigitales los kioscos eran lugares concurridísimos, hiperactivos, abigarrados bodegones con mesas supletorias que desbordaban casi la acera: prensa nacional e internacional, toda clase de revistas, colecciones de miniaturas, discos y libros. En los kioscos del final del milenio uno podía adquirir la Historia de las Religiones de Mircea Eliade, la Anábasis de Jenofonte, el Ulises de Joyce, Jara y Sedal, los últimos cuartetos de Beethoven y una revista de porno fino y alejarse silbando. Como tantas otras profesiones, la de kiosquero experimenta una decadencia cierta, tristísima, irreversible.

He percibido en las redes sociales una abierta sorna ante quienes miran con inquietud los avances de la inteligencia artificial. El horror a caer en un feo conservadurismo —el conservadurismo no es sexy, eso lo saben perfectamente los creativos publicitarios— celebra la aniquilación de un mundo y lleva a confesos izquierdistas a apostar por «soluciones creativas y eficientes», tanto en lo tecnológico como en lo moral, de un modo que hubiera alarmado hasta a Milton Friedman. A veces me parece que el no parecer conservadores (signifique eso lo que signifique) es hoy la única señal distintiva de la izquierda.

Puede resultar truculento hablar de la aniquilación de un mundo, lo admito; pero cómo no ver que esa tecnología destruirá de nuevo oficios y modos de ganarse la vida para beneficiar a una élite ambiciosa, como ocurrió durante la primera oleada digital. Entonces dio comienzo la demolición de la prensa y la industria discográfica, aplaudida por los mismos, los que sostenían que no se pueden poner puertas al campo.

El progreso no es una flecha hacia delante, a veces el tiempo supone un fracaso. El melancólico paseante ve también cómo los centros de las ciudades están ocupados ahora por franquicias. Apenas quedan negocios de particulares, ineficientes e incapaces de adaptarse, según el fervor del economista liberal. Esto no solo lleva a la uniformización de las ciudades, no es tan solo una cuestión estética; también tiene sus implicaciones políticas: aquellos negocios, eran una extensión de la personalidad de sus propietarios, ciudadanos libres. El franquiciado no deja de ser un asalariado, un súbdito.

Claro está que confundimos la decadencia del mundo con la nuestra, pero sin incurrir en la jeremiada (pecado de vejez desde que el mundo es mundo) mantengamos una rebeldía interior, especialmente ante las franquicias ideológicas, las que no permiten el menor disenso. Pero de eso hablaremos otro día.

Martin Lewis (1881-1962)

Elogio y nostalgia de la mujer desnuda

23 jueves Feb 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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Hace no tanto, desde las ya insufribles páginas del que fue el periódico insignia de la España de la rabia y de la idea, un pintoresco vivillo o un pobre majadero ―probablemente ambas cosas― se consternaba a voces ante la presencia de cosificantes desnudos femeninos en nuestros museos. Es inevitable recordar el tan citado párrafo de Baudelaire: «Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras: inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias». Filisteos burgueses, reguladores de redes sociales o justice warriors; cambian las máscaras, pero las caras detrás son las mismas. No ver esto siempre me ha parecido síntoma de falta de finura intelectual.

A los hombres ―¡y a algunas mujeres!― les complace la visión de una mujer desnuda y esa imagen ocupa en ocasiones sus pensamientos. Qué atrocidad. Uno recuerda con una sonrisa la obsesión del adolescente por ese cuerpo posible con el que se fantaseaba, porque, amigas mías, imaginar la desnudez de nuestra interlocutora es algo que hemos hecho y alguna vez seguimos haciendo aunque, con la merma del entusiasmo venéreo, tenga ya más de melancólico ejercicio especulativo. No es algo de lo que arrepentirse, no es una violencia fruto de una mirada impura, tiene que ver con el mismo impulso que desata el delirio de la floración en los campos, que está detrás de los versos de Garcilaso y las arias de Mozart. El eros, la pulsión de la realidad por perpetuarse.

En el mito hebreo, una de las consecuencias de la transgresión de Adán y Eva es avergonzarse de estar desnudos. Eso quiere decir que en cada lugar y en cada ocasión en que dos amantes se ofrecen su mutua desnudez, regresan de algún modo al Paraíso. Porque el desnudo también nos revela vulnerables, imperfectos, tal y como realmente somos. Cómo no emocionarse cuando la amante se nos muestra en ese estado de indefensión y radical veracidad.

Su cuerpo, que es hermoso porque es un cuerpo de mujer y porque en ese instante es el cuerpo de ella, porque participa de lo general y de lo que es en ella específico: su mirada, su sonrisa y su voz van con él. Su cuerpo, que se nos aparece como un Jardín del Edén tangible, presente, una geografía de afectos, un paisaje que se camina con las manos y con los labios. Todo en él es digno de reverencia: la doble mudez orgullosa del pecho, la serenidad lunar de las nalgas, las piernas y su ternura de cierva, el valle tibio, dulce de ese ombligo donde es tan grato reclinar la cabeza, la llamarada fragante del vello púbico, la frágil, incomparable elegancia de las clavículas, los misterios umbríos de la axila, la suavidad de los hombros y la nuca, la gracia del cuello, la inocencia del pie descalzo… esos parajes que uno tanto ha amado en diversas encarnaciones y cuyo recuerdo nos acompañará como una luz en los últimos instantes. ¿Cómo no invocarlos, cómo no pintarlos, fotografiarlos, proclamarlos? Oasis de puro júbilo entre los frecuentes espantos y rendiciones del tiempo, qué corrompido por el dogma, qué íntimamente aburrido, qué fundamentalmente imbécil hay que ser para negarlos, para ver el mal en esa imagen absoluta del bien, una de las formas en que el mundo a veces se apiada de nosotros y derrama sus dones.

 Yoshiyuki Iwase

Sobre el hablar con las manos

23 lunes Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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La función de las manos es modificar el mundo. Asombroso logro de la ingeniería evolutiva, nos han permitido intervenir en lo que nos es dado con consecuencias no inferiores a las del pensamiento lógico o el lenguaje. Dije alguna vez por aquí que la mano es el órgano que hace, que da el salto de lo posible a lo real.

Combinación asombrosa de delicadeza, elegancia y precisión, de las manos brota la música, las manos crearon imágenes que duplican y amplían lo existente, fijaron las antiguas palabras y las duras leyes en soportes perdurables. La mano acaricia el cuerpo amado, bendice, delata, dispara, procura el humilde goce de la paja, consuelo de los solitarios, la mano certifica la fiebre del enfermo o te da una hostia que te vuelve del revés; las manos del ciego leen el mundo, el niño antes de ser capaz de hablar señala con ellas aquello que reclama su atención. ¿Cómo extrañarse de la imposición de manos en actos de taumaturgia, de que el mismo Dios cree el universo con la extensión de sus dedos?

Hace poco, en una sobremesa, entré en uno de esos momentos de melancólico repliegue en que las conversaciones cruzadas se transforman en ruido de fondo. Reparé en dos amigas hablando en una esquina; no me llegaban sus palabras, pero sí podía ver sus manos. Se movían sin cesar, añadiendo énfasis, ampliando el significado de una manera rica, compleja, muy bella. Ninguno de esos gestos era consciente. Imitados desde la infancia o puro instinto, quizás rasgos heredados. Cuánta delicadeza en esos movimientos ondulantes, uno podría pasarse el día mirando cómo mueven las manos nuestros semejantes, pero ya no reparamos en esas cosas.

Los viejos maestros de antaño sí que fueron conscientes de ello. Las manos de santos y de reyes, de guerreros, marinos, cambistas y mercaderes, dialogan entre sí en las paredes de los museos, una música de manos, un tejido incesante de ademanes y refinamiento, que nos habla desde los siglos. A veces, cuando leo esos autosatisfechos catálogos de exposiciones en los que con una pedantería infinita se nos convence de todas las intenciones implícitas en las “propuestas” ―yo no quiero propuestas, ¡yo quiero afirmaciones!― con las que tal o cual artista gesticula para exhibir su ego de trilero, me sale un pequeño energúmeno que le grita: sé humilde, majadero, pinta manos, pinta manos como un descosido. Haz tu labor, descúbrete ante lo humano, atrapa el sentido.

Cof, cof…

18 miércoles Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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El hombre es un animal que se resfría. Incapaz de vivir en la desnudez, una rafaguilla ruin de aire es capaz de abrir una brecha en su sistema inmunitario y desarbolar su compostura durante varios días o, a las malas, hasta hacerle entregar la cuchara. Antes la gente se moría de esas cosas, de ahí ese obsesivo, emocionante “no vayas a coger frío” que madres y amantes recomendaban a los objetos de su devoción.

Pequeño ensayo general de la agonía, el catarro es una abrasivo coñazo con tintes tragicómicos. Nos falta el aire, dejamos de oler las cosas y la cara se nos descompone entre lagrimeos, secreciones y estornudos espasmódicos. Es imposible ser sublime en ese trance, todo hombre resfriado deviene pequeño burgués y vulnerable, un marido cornudo de vieja comedia. Sin embargo, cómo nos gusta el resfriado de la mujer amada, esa tierna rojez en las ventanillas de la nariz, esa voz lacrimosa, exhausta y esos pañuelitos con sus fluidos corporales, una tibia gomosidad de su cuerpo, ¡qué guapas se vuelven!

Al rebato del primer moco, mujeres y cuñados inclinados a la égloga nos recomiendan todo tipo de remedios naturales. Miel, limón, tisanas, ponches, vahos de eucalipto, propóleo… soft power que se propone a nuestro escepticismo, que solo cree en las glorias heteropatriarcales de la farmacopea moderna, sus agresivos antihistamínicos, sus vigorosos bactericidas, la codeína y sus beatitudes. Blitzkrieg contra el mal.

Uno le encontraba su encanto a aquellos quebrantos de la salud, proclives a la introspección, escuchar violas de gamba y leer relatos de fantástico victoriano, pero ahora los resfriados del boomer postpandemia vienen cargados de siniestras resonancias. El humorístico estornudo es sustituido por la tos abrupta. Largos, asmáticos, durísimos, áridos imperios de fiebre y esputos, nos hacen sentir indefensos, miserables, proyectos de difunto. Nos hacen también recordar a nuestros ancianos padres, expectorantes y en batín. Nosotros, que éramos inmortales. Uno, envuelto en una mantita, cof, cof, mohíno y garrapiñado, mira con ojos de perro añorante el solecillo bueno tras la ventana, el amable sol de las delicias y las ebriedades de antaño, que nos pide volver y nos espera y nos promete un inconcreto, modestísimo milagro. Cualquiera, el que sea. Tampoco nos vamos a poner estupendos.

Auge y decadencia de la sonrisa

08 domingo Ene 2023

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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La mayoría de los seres humanos sonríen enseñando los dientes, cosa que también hacen los chacales antes de lanzarse sobre ti y despedazarte. Carezco de esa habilidad específica, para mí tan inalcanzable como la de mover las orejas. Mi sonrisa es una sonrisa neutra y desdentada. Años de conciencia de mi limitación me han hecho forzar un poco los músculos faciales y aparecer en las fotos con una apariencia de sonrisa que, en los mejores momentos, parece hasta jovial. Solo yo sé que es un fraude.

Hasta mediados del siglo pasado, los poderosos del mundo jamás sonreían. En aquellas imágenes que legaban a la posteridad aparecían con rostros severos, senatoriales, en el mejor de los casos una ligera curva en los labios expresaba determinación o la placidez de una vida cumplida. Hoy, los amos del universo sonríen desaforados, no hay cartel, organigrama o dossier donde no aparezcan exhibiendo la piñata a todo lo que da de sí. Tiene su sentido, claro, la melancolía está reñida con la rentabilidad, aunque me gustaría conocer sus insomnios y sus desfallecimientos en la soledad de sus despachos, nidos de águila que dominan las ciudades. Hubo un tiempo en que me ofendían esas sonrisas, éxtasis del lucro, sonrisas incapaces de iluminar unos rostros hechos de ambición y rapacidad. Me daban ganas de gritarles, ¿por qué sonríes?, ¡la vida es trágica!, ¡todo lo perderemos, mamarracho! Todavía no entendía lo que significaban: no estás invitado a la fiesta.

Curiosamente, por el mismo tiempo se produce una inversión de atributos. Si la juventud dorada había sido la propietaria legítima de cierta despreocupada alegría, estrellas de la música y modelos, los objetos públicos de deseo, comienzan a exhibir un aire hosco y taciturno, una mueca de insatisfacción, desprecio y angst adolescente. Se despierta el eros y se escenifica el rechazo. La ausencia de sonrisa significa exactamente lo mismo: no estás invitado a la fiesta.

Y sin embargo cómo me gusta esa sonrisa en que los ojos muestran algo de tristeza ―la misma con la que miro cada mañana ante el espejo a alguien que conozco demasiado bien―, cómo recuerdo la sonrisa con la que me miraron las mujeres que he amado cuando ellas me amaban, cómo me conmovió la sonrisa de una joven desconocida que hablaba tras los cristales de un bar con sus amigas el pasado día de Reyes y es bueno que ella esté en el mundo. También sonrío al imaginar tu sonrisa, querido lector, cuando leas estas desordenadas, triviales reflexiones de un hombre cansado en un domingo de invierno.

25 de Diciembre

25 domingo Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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El cristianismo, sagazmente realista pese a la opinión habitual, se articula en torno a un nacimiento y a una muerte. Sin duda que la inmolación de una divinidad no es novedosa ―si a eso vamos, hasta en la injusticia de su condena hay ecos del proceso de Sócrates― pero el cristianismo aporta la idea de una muerte degradante, impensable en una mitología aristocrática y causa de su perduración. El mundo, al fin y al cabo, es de los desdichados y haber detectado la esencial fragilidad de los hombres es el acierto definitivo de lo que podríamos llamar una religión para la intemperie. Sin embargo, en esa idea de un dios que muere por nosotros hay un pasivo-agresivo «me debéis una» que nos disgusta un poco. Por eso el acontecimiento inaugural, la noche de Navidad, resuena con más cordialidad en los corazones humanos.

Otras veces os habré hablado de la Navidad de los pobres, de los abandonados, de los niños. Últimamente tiendo a contemplarla desde un ángulo en que jamás había reparado y es lo que tiene de celebración de lo humano. Un dios descubre los gozos de la carne mortal. Arrancado de los vastos orbes de la pura contemplación, de la transparencia y el número, ingresa en el tiempo. Su mirada de niño descubre la mirada de la madre, el calor bondadoso de los animales, la magia humilde del fuego, la fábula de las estrellas en el cielo. Qué risa de asombro podemos imaginar en ese recién nacido, hasta la mordedura del frío y la aspereza de la tela que lo envuelve son una embriaguez.

Con los años descubrirá los vértigos de la incertidumbre, el juego y la danza, el sabor del pan y de las uvas, la fidelidad del perro, el canto y las diferentes palabras que nombran las cosas, la ironía y las alegres obscenidades, la dulzura del sueño tras un día de trabajo. Hacer objetos con sus manos en el taller de su padre, rascarse donde le pica, saciar su sed en las fuentes, sentir la piel del otro. Qué revelación tocar lo que él mismo ha creado, asistir asombrado al paso de las estaciones, la migración de las aves, los cambios en su cuerpo, el aguijón del deseo.

En este día de Navidad imagino un dios que se ha enamorado de su obra, que no ha podido soportar la salida del tiempo y el regreso a su antigua condición. Arquitecto de universos que se bastaba a sí mismo, reniega ahora de su condición. Devorado por la nostalgia, quiere ser efímero y cambiante, incluso si eso supone sufrimiento. Porque debemos estar por encima del dolor y la miseria de nuestra condición, saber que el milagro nos espera a cada instante donde menos se le espera, que el mundo rebosa de abundancia y luz si tenemos los ojos bien abiertos y algo del corazón de aquel rapaz asombrado que fuimos.

Gentile da Fabriano (1370-1427)

Un dios

04 domingo Dic 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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En una playa solitaria en los confines del mundo, semioculta por la arena, hay una estatua quebrada, corroída por el salitre y los excrementos de aves marinas. Es una divinidad sin poderes y sin fieles que le rindan culto. Es la divinidad de las cosas que no pudieron ser, de los proyectos fracasados, de los animales depredados, de los pobres amantes sin esperanza que hicieron el ridículo, de los ahogados en el fondo del mar, de los niños muertos antes de siquiera atisbar las delicias del mundo, de los artistas sin talento, de los que conducen mal, de los muertos de hambre, de la lluvia sobre las cenizas, de aquellos a los que no les fue concedida la sal y el ingenio, de los soldados caídos el último día de guerra, de los perros con tres patas, de los feos, de los hombres y mujeres buenos que no follan y tiemblan en sus camas cuando cae la noche, de una mujer en mi barrio que pasa los días y las noches sentada en un banco, de los cantantes que desafinan, de los reclutas torpes, de las mascotas abandonadas, de los que se marean en los columpios, de Frank Poole, el astronauta de 2001 que por toda la eternidad dará vueltas lentamente en el espacio, de los críos gorditos y mansos, de los gatillazos, de las cartas que no llegan a su destino, de los que despiertan cada mañana en una cárcel por un crimen que no cometieron, de los que pisan una mierda, de los curas sin fe, de los tontos del pueblo, mofa y befa de los niños crueles, de la comic sans, por todos despreciada, de los cornudos, de las ballenas varadas, de los que una mañana perdieron su pelo, de los cuchillos mellados, de los negocios en los que no entra nadie, de las máquinas que ya no funcionan, de las manchas de humedad en las paredes, de la camisa caída del tendedero a un patio inaccesible y que ve pasar los años, del frío que se cuela por las ventanas en la casa de los pobres, de los países que nunca levantaron cabeza, de la cebolla y el ajo, de los que ven sus obras rechazadas, del dolor de los niños, de la cerveza que se queda sin gas, de los que esperan un whatsapp que nunca llega, de los que resbalan en la acera y se dan un batacazo, de los dientes que se caen, de aquellos a los que hemos olvidado, de ti y de mí. En este domingo destemplado rezo una oración secreta ante ella y deposito ante su desmañada figura unas flores mustias, un bolígrafo sin tinta y un pajarillo muerto.

Paul Klee, «El fantasma de un genio»

Vituperio y elogio de la puesta de sol

09 viernes Sep 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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El artista adolescente desprecia las puestas de sol como una forma de sublimidad para clases medias. El crepúsculo es el AOR del paisajismo, carne de redes sociales, belleza nacionalizada, inapelablemente democrática. A todos gusta y a todos se ofrece a diario, impregnando con la grandeza intemporal de las ruinas y los desiertos a polígonos industriales y tejados con antenas. El artista adolescente está demasiado preocupado por construir un yo como para abrirse a los módicos milagros del mundo y le lleva una vida empezar a abrir los ojos. Algunos jamás lo consiguen.

Lo que nos une suele ser más interesante que lo que nos singulariza. El paso del día a la noche, como el fuego o como las olas, es algo muy serio y abunda en efectos dramáticos. Las máquinas se paran, los pájaros se entregan a una última agitación antes de la calma, hay un relevo de los sonidos apenas perceptible de tan lento, premonición de silencio que anuncia el cambio de escenario. ¡Y qué cambio! Un planeta da la espalda al sol y se enfrenta a las vastedades heladas de un universo inhóspito. Desaparecido el cielo azul, pura refracción, decorado tranquilizador, se nos revela la verdad desnuda, eternidades de vacío sin propósito. La noche de la ciudad moderna tiene una hiperrealidad insomne de set de televisión, pero basta con alejarse un poco para que incluso en las calles de los pueblos podamos todavía percibir el misterio de aquellas horas antiguas en que los hombres se entregaban a las perplejidades del sueño, las punzadas del remordimiento o las clandestinidades del amor, la conspiración y el crimen. Espíritus y depredadores campan a sus anchas por galerías, caminos y bosques.

Socorrida metáfora del fin de la vida, trivializada por empresas de pompas fúnebres y poetas con estatua en plaza pública, nos resistimos a creer que el sol desaparecerá para siempre, ningún crepúsculo es el último y todos llevan en sí la promesa especular del amanecer.

Ya el niño deja volar su imaginación ante esos cielos encendidos, poblados de formas cambiantes, entre cuyas incandescencias flotan islas de azules imposibles y turquesas efímeros. Siempre el mismo, siempre otro. Ni siquiera las decepciones de la edad adulta son capaces de atenuar su seducción. A la hora del crepúsculo no hay lugar en la tierra donde a alguien cansado del trabajo no le pille por sorpresa, mire agradecido por la ventanilla del coche y recupere por un instante el asombro primero. Sin saberlo, conserva ese incendio en su corazón cuando se deja caer fatigado y a oscuras en la cama, confiado en que la noche no durará para siempre.

Edward Hopper

La conjura de los necios

24 domingo Jul 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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Hace unas semanas la noche transcurría tranquila, en compañía de unos amigos en el jardín de una casa en Sierra Mágina, un lugar realmente decameroniano, bajo las ramas de un árbol centenario. Una brisa clemente nos hacía olvidar los rigores del día, un cielo sin contaminación lumínica permitía que el texto nocturno de las estrellas desplegara sus misterios y era como sentir de nuevo ese estremecimiento de los primeros cielos de la niñez. Silencio, el susurro lento de las ramas y el canto espaciado de aves nocturnas. Era difícil no recuperar el acuerdo con el mundo. Frente a nosotros, a muchos kilómetros, en la vertiente opuesta del valle, se encendió la luz de una casa rural de alquiler. Sus ocupantes no querían tratos con el silencio y un reguetón indiferenciado se apoderó de todo el paisaje, ensuciándolo, empequeñeciéndolo. La capacidad destructiva de la estupidez nunca deja de asombrarme.

En una de las películas más bellas y más tristes de la historia, “Les Enfants du paradise”, dirigida por Marcel Carné en plena ocupación alemana, hay un momento en que el guionista Jacques Prévert, poeta y comprometido izquierdista, habla por boca de un director de teatro de variedades y la emprende contra el elitismo, defendiendo un teatro para las clases populares: «Saben que si hiciéramos comedia tendrían que cerrar con llave sus nobles, grandes teatros. Allí el público se duerme con sus tragedias polvorientas y sus momias que se desgañitan sin moverse (…) Mientras que los volatineros son algo vivo, que emociona y vibra. Y el público es pobre, sí, pero es de oro mi público, mire, mire allá arriba… ¡el gallinero! ¡el gallinero!». En los últimos cincuenta años la alianza entre el capitalismo y la tecnología aplicada a las redes de información ha hecho realidad el viejo sueño de Prévert. La creencia en unos criterios de valor elaborados por una élite, aplicables incluso a las artes populares (desde el cine clásico hasta el pop) ha dejado de tener significado alguno. La mera idea de un canon resulta risible. Lo que pasa es que ese sueño igualitario ha tenido efectos imprevistos, como suele ocurrir con los sueños de la izquierda. Y los de Rousseau, que viene a ser lo mismo.

Uno lee cada mañana la prensa, mezcla de trivialidad inaudita, sintaxis problemática y milenarismo apocalíptico y es difícil sustraerse a la sensación de que el mundo está carcomido por una necedad estridente, que el mismo espacio en el que nos afanamos en nuestros asuntos está saturado de ondas que difunden hasta el último rincón de la tierra cantidades incalculables de mentira, de fealdad y de infamia, correlato de la basura que incansablemente arrojamos sobre un planeta cansado.

Nos preocupa más que nunca un cuerpo saludable, pero parece darnos igual lo que hacemos con nuestros corazones y nuestras mentes. Nos aterra el cambio climático y ni siquiera imaginamos las consecuencias de un cambio de paradigma tecnológico que ya está ocurriendo y que nos hará testigos del fin de tantas cosas que conocimos. ¿Cómo aislarnos siquiera provisionalmente de esas miasmas?, ¿cómo encontrar en medio del estruendo ese sencillo, silencioso milagro de lo bueno, lo bello y lo noble (sí, esa antigua palabra)?, ¿cómo evitar contaminarnos y envilecernos? Buscar dentro de nosotros un lugar no tocado por la agitación y las banderías, construir ahí nuestra casa. Mirar con irónico desdén las renovadas seducciones del momento, estar por encima de la fácil nostalgia, no perder la capacidad de admirar, no consentirnos sino aquello que nos mejora y amplía nuestra mirada, aunque cueste, no ceder en esto. No se me ocurre mejor forma de resistencia.

Louis Léopold Boilly (1761-1845)

Jajaja…

13 domingo Mar 2022

Posted by Salvador Perpiñá in Observaciones

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Hay un insignificante lugar en los arrabales de una galaxia, cerca de un monstruo de plasma y furia. Una singularidad de color azul, fruto de una cadena de felices azares, que gira a velocidades de vértigo a través de un vacío helado, traspasado por huracanes de radiación letal. Es el único punto en el silencio del cosmos donde se oye reír.

Mentes más cumplidas que la mía han intentado definir la risa, acotarla. Sus interpretaciones suelen decir más sobre su visión del mundo que sobre fenómeno tan evasivo. En lo que casi todos podríamos estar de acuerdo es en su carácter superfluo. Estrechamente emparentada con el lenguaje, reacción fisiológica ante una sobreabundancia de placer, ese rasgo de desbordamiento lo hermana con el orgasmo, pero, a diferencia de este, es generosamente ilimitada. Y contagiosa.

Si hay algo que me han enseñado las redes sociales es que la risa, como la belleza, es frecuente. Decimos maravillosas tonterías, nos premiamos con iconos carcajeantes, compartimos y recompartimos memes como mocosos excitados, tejiendo una red inabarcable de pitorreo. Esa risa compartida con desconocidos crea un simulacro de intimidad. La parida es fraterna. Creo haber dicho por aquí que el humor de cada cual es una herencia, somos una cadena de chistes.

Con frecuencia acompaña a la ebriedad, estableciendo conexiones imprevistas entre las cosas, descubriendo contradicciones y revelando nuestras propias miserias. Contra un sentimiento trágico de la existencia cabría hablar de un conocimiento cómico, que no se engaña sobre lo que nos es dado, pero lo transforma en aceptación incondicional.

¿Cuándo te dedicarás por fin a algo serio?, nos reprochan por malgastar el tiempo sin construir nada que permanezca. La risa, en oposición a la seriedad, sería entonces algo carente de valor. El moralista nos señala su carácter de lujo inútil, su volatilidad. Nos recuerda también que está la risa cruel que ridiculiza, la risa del público en las ejecuciones, la risa de la soldadesca incendiaria, la risa impía del envidioso. ¡El mundo perece y nosotros nos reímos! ¿Qué podemos aducir en nuestra defensa? Le mostraremos un niño que ríe en su cuna ante la sorpresa de lo nuevo, la risa de pura excitación del rapaz que corre deslumbrado por las posibilidades del ser, la risa secreta de los adolescentes que crea vínculos de por vida sobre afinidades del humor, la risa franca, obscena y luminosa de los amantes, la risa que desnuda al tirano, la risa del humor negro, que refuta toda moral forzosa, la risa que es descanso de los desamparados … El universo es serio, la historia es seria, los árboles, los gatos son serios, demonios, solo la risa es humana. Me hago viejo, el tiempo se acorta, uno no se siente cómodo en un mundo que se hace hostil y sin embargo cada vez río más. Dejadme eso, no me lo quitéis, permitidme que en el tercer acto me baje los pantalones y le haga un calvo a la maldad, la estupidez y la desgracia.

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