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Desesperación y Risa

~ el blog de Salvador Perpiñá

Desesperación y Risa

Publicaciones de la categoría: Arte

Brun Momie

03 jueves Dic 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Arte

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Inmortalidad, Luis XIV, Martin Drolling, Momias, Versalles

He podido leer un impresionante artículo (“Luis XIV muere de nuevo en Versalles”. Paula Rosa. El Confidencial) sobre la muerte del Rey Sol. Un espectáculo barroco y atroz, una pesadilla de fluidos negros, armiño, violas de gamba, sofocante terciopelo rojo y pan de oro gangrenado. En él me entero de cómo durante las jornadas cegadoras de la Revolución se profanan sus restos embalsamados. Martin Drolling, módico pintor de estampas de género, aparece entonces en escena. Según reza el artículo:

Los artistas más espabilados se dieron cuenta del filón incalculable que suponían los corazones embalsamados de los monarcas, con los que se podía obtener el bermellón. Martin Drolling consigue hacerse con una decena de esos órganos, entre los que están el de Luis XII y Luis XIV.

El brunmomie, un pigmento de un castaño oscuro con una buena transparencia, resultaba útil para efectos de esmalte, sombreados y los tonos de la carne. Se obtenía del supuesto polvo de momias de seres humanos o gatos traídas de Egipto. Comercio, por cierto, cuyos pormenores junto con las andanzas por los puertos del Mediterráneo de los hombres que a él se dedicaban dan para mucho vuelo de la imaginación. Su uso, pues, no constituía ninguna novedad, pero contar con los mismos corazones reales es otra cosa muy distinta. Puede que sea una de tantas leyendas o una baladronada del mismo autor. ¿Qué nos importa? Al parecer una pintura suya de 1807 —Interior de una cocina— estaría elaborada con buena parte de esos restos orgánicos. La simple posibilidad de que la materia mortal del monarca formara parte de la misma sustancia de la obra, ampliaría de manera asombrosa sus niveles de lectura.

Luis XIV reinó durante 72 años, durante los que sometió a la nobleza levantisca, construyendo un estado centralizado, un absolutismo inapelable de derecho divino. Grandes guerras, grandes obras públicas y Versalles. Un vasto laberinto, el decorado de un culto idólatra a la corona, una arcadia y una cárcel, cuyo aislamiento desalentaba cualquier forma de conspiración.

Toda una vida en permanente representación sobre un escenario delirante de celestiales solemnidades, espejos y arañas en llamas, una maquinaria distante, fastuosa, donde cada momento, cada acto (despertares, comidas, fiestas, bautismos, proclamaciones, crueles operaciones de fístula anal) aparece rígidamente ritualizado, un mundo de una densidad refinada, cerebral y bárbara que no podemos ni siquiera conjeturar.

Amante fogoso, competente bailarín —llegó a encarnar unos 80 personajes en 40 ballets diferentes—, no careció de vanidad. El duque de Saint-Simon nos cuenta cómo amaba la adulación. Cuanto más descarada y torpe era, con más placer la acogía. Siendo uno de los amos del mundo padeció terribles enfermedades y sus últimas palabras, su cuerpo literalmente burbujeando de pura corrupción, fueron: «Je m’en vais, mais l’État demeurera toujours».

¿Cuál es, entonces, ese cuadro al que sus restos habrían quedado incorporados en una insólita forma de inmortalidad? Aquí podemos verlo.

interieur-cuisine-f

Qué silencio el de este mundo sin hombres. Dos mujeres interrumpen sus labores de costura y nos dan la bienvenida con una sonrisa. A través de la ventana abierta entra un aire de hojas, nueces y acequias refrescando la modestia de la estancia. Una niña pequeña y su pequeño gato juegan en el suelo. La cena parece estar ya hecha, esperando el momento de ser calentada. Es una tarde apacible, no las tardes de nuestra vida que se consumen con una rapidez fraudulenta, es un tiempo absuelto para siempre por esa luz donde vibran partículas en suspensión del monarca, flotando sobre artesas, jofainas, cazos, potes con legumbres o miel, lienzos colgados de un gancho, cedazos, hierbas aromáticas, un jarro con flores (el amor inmemorial entre mujeres y flores), cabos de vela, cestas con membrillos escondidos entre la ropa, escobones, una máquina de moler.

Mira por esa ventana, mira las ramas de los árboles, escucha el agua, las esquilas, las campanas y los pájaros, porque así era y no de otra manera la primera tarde que recuerdas y que será la última que verás.

Interior holandés

20 martes Ene 2015

Posted by Salvador Perpiñá in Arte

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pintura holandesa, vicios privados

No es el tipo de asuntos que se confiesan en público, pero una de las cosas que más me gustan en esta vida es acudir a los museos después de haberme fumado, si buenamente se puede, un porro ligero. El THC se presta maravillosamente a las experiencias visuales y confiere a lo ya conocido un bienvenido aire de novedad. A mí, además, me funciona como un estimulante cerebral, posibilitando imprevistas asociaciones de ideas. Así recorro los siglos por las galerías de viejos palacios con una sonrisa beatífica, sumergiéndome en los mundos abiertos tras cada marco, en un estado de ánimo a la vez analítico y exaltado, transformado en súbito y chapucero crítico de arte, elaborando peregrinas teorías que no resisten un análisis serio, pero que me entretienen como no os podéis imaginar.

Y siempre experimento algo así como un agradable calorcillo al llegar a las salas donde se exhibe la gran pintura holandesa. Uno viene agotado, saturado de las imágenes recurrentes de santos y vírgenes, de varones barbudos en túnica y sandalias, Cristos lacerados, arquitecturas celestiales, batallas, reyes y emperadores. Ocasionalmente la exhibición de un paganismo demasiado cerebral. De repente, te encuentras con unos tipos que empiezan a celebrarse a sí mismos, que encuentran digna de representación su vida privada. Y no sólo burgueses pimpantes, mercaderes o munícipes, en esos lienzos aparecen también alegres matronas, orgullosos panaderos, soldados fanfarrones que nos miran a los ojos y nos plantan cara. Los vemos emborracharse, reír y bailar en ruidosas francachelas, tocar instrumentos musicales, comer, rezar, echarse una siesta, galantear, jugar a las cartas, leer, escribir, contar monedas, manejar telescopios y sextantes, vemos los alimentos que les sacian, los humildes objetos del cada día, sus animales domésticos, hasta su propia orina recogida en frascos de vidrio y analizada por galenos.

A veces la obra no rebasa la categoría de lo pintoresco, otras veces se produce, como en una epifanía, la suspensión del tiempo en los sencillos rituales de lo doméstico, el descubrimiento de lo que –a falta de otra expresión mejor- llamaría la santidad de lo real.

Y pienso, más allá de la pintura, en un arte posible, bueno y rebosante como una fruta madura, luminoso y cordial, ferozmente humano, que no juzgue, que hable de cómo fuimos, de esos modestos goces transitorios que forman nuestra vida tan breve, de esa sucesión de trivialidades que lo son todo para nosotros, que haga perdurar el aquí y ahora.

Miguel Morales. Escarnio y piedad.

04 viernes Jul 2014

Posted by Salvador Perpiñá in Arte

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angustia, hombre, pintura, risa

Hace un par de meses Miguel Morales, pintor y hombre de bien, nos pidió a algunos amigos un breve texto para el catálogo de su exposición NudeNaked. Ésta fue mi contribución.

«Miguel Morales es un hombre que pinta otros hombres. También toca la guitarra eléctrica, enseña dibujo a jóvenes, practica deportes viriles, es un padre solvente y un excelente compañero de correrías, la clase de persona con la que en otros tiempos uno no hubiera dudado en embarcarse para cruzar el océano. Pero, ante todo, es un hombre que pinta, incluso durante los años en que se ha abstenido de hacerlo. Miguel Morales se toma muy en serio su oficio. Una visión superficial de su pintura, que no se asusta de mirar lo grotesco a los ojos (esas figuras en calzoncillos, ese humillante braslip Ocean, aniquilador de toda trascendencia, esas pichas irrisorias, infamantes, ¡ah, qué risa y qué desesperación!), sugeriría la Weltanschauung de un gamberro nihilista y agresivo. Yo, por el contrario, estoy convencido del extremo rigor estético y moral de su pintura.

Heredero al fin y al cabo de la gran tradición romántica, Morales cree en el gesto, en su valor mágico, fundacional. No gusta de corregir, le agradan los pentimentos, las huellas de una voluntad en acción. No le interesa la perfección, no busca el bello acabado, los aspectos meramente sensuales de la pintura no le interesan. Profundo conocedor de la historia del arte, Masaccio, Picabia, Solana, Daumier, Ensor o Kirchner están en el origen de su estética.

Morales investiga la forma, pero le interesa el hombre. La figura humana es la materia de su arte, siempre presente, obsesivamente presente. Una humanidad entre lo inquietante y lo ridículo, doliente, arbitraria, risible, genital. Entre Beckett y el zoológico, entre Makoki y el Ecce Homo. La mortalidad, el despojamiento, el absurdo de nuestra presencia en el mundo impregnan como una angustia densa sus lienzos. Morales no se hace ilusiones, en sus cuadros está el hombre que enferma y tose, arrojado indefenso al tiempo, el hombre al que le cuelgan los huevos, sin grandeza, feroz e insignificantemente humano. Pero hay algo que le salva de la desesperación y es que Morales cree apasionadamente en la pintura como aquello que confiere sentido a lo real. La pintura es su única fe.

La ambición de todo artista es llegar, como Beethoven en sus últimas sonatas, como cincuenta años después Rimbaud en sus poemas finales, a la economía absoluta de medios, a la evaporación misma de su lenguaje en el límite mismo de lo expresable. Hace poco Miguel Morales nos explicaba “…hasta que fui depurando y me quedé en el blanco, negro y gris; ahora no necesito más”. Dicho lo cual, cualquier cosa que pudiera añadir sería una torpe redundancia».

Marat Óleo sobre cartón. 105 x 75 cm

Marat
Óleo sobre cartón. 105 x 75 cm

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