En una playa solitaria en los confines del mundo, semioculta por la arena, hay una estatua quebrada, corroída por el salitre y los excrementos de aves marinas. Es una divinidad sin poderes y sin fieles que le rindan culto. Es la divinidad de las cosas que no pudieron ser, de los proyectos fracasados, de los animales depredados, de los pobres amantes sin esperanza que hicieron el ridículo, de los ahogados en el fondo del mar, de los niños muertos antes de siquiera atisbar las delicias del mundo, de los artistas sin talento, de los que conducen mal, de los muertos de hambre, de la lluvia sobre las cenizas, de aquellos a los que no les fue concedida la sal y el ingenio, de los soldados caídos el último día de guerra, de los perros con tres patas, de los feos, de los hombres y mujeres buenos que no follan y tiemblan en sus camas cuando cae la noche, de una mujer en mi barrio que pasa los días y las noches sentada en un banco, de los cantantes que desafinan, de los reclutas torpes, de las mascotas abandonadas, de los que se marean en los columpios, de Frank Poole, el astronauta de 2001 que por toda la eternidad dará vueltas lentamente en el espacio, de los críos gorditos y mansos, de los gatillazos, de las cartas que no llegan a su destino, de los que despiertan cada mañana en una cárcel por un crimen que no cometieron, de los que pisan una mierda, de los curas sin fe, de los tontos del pueblo, mofa y befa de los niños crueles, de la comic sans, por todos despreciada, de los cornudos, de las ballenas varadas, de los que una mañana perdieron su pelo, de los cuchillos mellados, de los negocios en los que no entra nadie, de las máquinas que ya no funcionan, de las manchas de humedad en las paredes, de la camisa caída del tendedero a un patio inaccesible y que ve pasar los años, del frío que se cuela por las ventanas en la casa de los pobres, de los países que nunca levantaron cabeza, de la cebolla y el ajo, de los que ven sus obras rechazadas, del dolor de los niños, de la cerveza que se queda sin gas, de los que esperan un whatsapp que nunca llega, de los que resbalan en la acera y se dan un batacazo, de los dientes que se caen, de aquellos a los que hemos olvidado, de ti y de mí. En este domingo destemplado rezo una oración secreta ante ella y deposito ante su desmañada figura unas flores mustias, un bolígrafo sin tinta y un pajarillo muerto.
Paul Klee, «El fantasma de un genio»
Jo!❤️
Mientras haya una pluma que sea capaz de conmover al lector con un poco de ternura, en forma de ramito de flores ajadas, no todo estará perdido.