Ya toca irse. Uno no se lleva nada, no puede llevarse nada, salvo algunos instantes que quiere creer que perdurarán, embellecidos y absueltos por el recuerdo, ese fantástico mecanismo químico que nos regala la ilusión de un yo. Poco más queda por hacer, bajar las persianas, apagar las luces, recorrer mentalmente y por última vez las estancias y los días, todo aquello que nos hizo y que quedará cubierto por las sábanas del olvido. En mis veinte imaginaba a veces el año inconcebible en que moriría David Bowie. No ha sido diferente a otros, las cosas simplemente ocurren. Siempre esa sensación de haber dejado pasar los días, de lo que pudo haber sido y pude haber hecho, también el amor por los pequeños hábitos que forman el tejido del tiempo, por rostros, por voces, por unas manos delgadas en las que a veces pienso y ese pensamiento es mi alegría, por mis queridos vicios y las humildes epifanías de la luz jugando sobre las cosas del mundo.
Todo cumplido y estuvo bien. Ya toca irse, sí. Cerrar la puerta, echar la llave por debajo, subirse las solapas del abrigo y no mirar atrás, no hacerse esta vez promesas, no albergar esperanzas. Cuanto ocurre me basta. Continuar, perseverar, reír mucho, no hacerme peor.
Sin promesas y con pocas esperanzas, pero…¡Feliz 2017!
Gracias, Jesús. Lo mismo te digo, feliz 2017.
Emotivo y escrito con arte, como todo lo que he leído por aquí. Me ha hecho pensar en como el presente se nos hace plano y el futuro palpitante, salpicado de hechos nuevos, algunos incluso que nos resultan inverosímiles. Pero luego, cuando ya todo es pasado, nos parece que no fue para tanto. Como bien dices: «No ha sido diferente a otros, las cosas simplemente ocurren».
Gracias, Marta. Y sí, esa es la misteriosa índole del tiempo y del recuerdo.